jueves, 16 de enero de 2025

La primera vez que fui feliz

 Era una tarde de enero de 1967 o 1968. Yo tendría cinco o seis años. Mi madre fue a buscarme al colegio Videira, en el que iniciaba mi aprendizaje.

Nuestra casa distaba 500 pasos del colegio. Yo los había contado, pues ya por entonces me obsesionaban los números. Vivíamos en el barrio del Carmen del distrito de Hortaleza, en la periferia de Madrid.

La casa que mis padres alquilaban para vivir conmigo y mi hermano pequeño era muy humilde. Si bien no se podría llamar chabola, pues era de ladrillo y cemento, sólo constaba de una cocina y una habitación. Esta última pieza la habían construido con sus propias manos los dos hermanos de mi madre, que sabían de albañilería. Yo asistí a esa obra, o recuerdo que asistí. Nuestra casa daba a un patio compartido con otras dos pequeñas viviendas. El patio contenía también una letrina.

Pero me estoy desviando del tema, que era "la primera vez que fui feliz". Aquella tarde soleada de invierno, mi madre me recogió y, junto con otras dos o tres madres y sus niños, caminamos despacio hasta casa. Por alguna razón, que no viene al caso, durante un ratito nos detuvimos en un solar delante de una gran pared blanca.

Y en ese momento fui por primera vez feliz. El calorcito que me llegaba de los rayos del sol reflejados en la pared, la seguridad de encontrarme protegido, la compañía de los amiguitos... Todo ello me hizo caer en la cuenta de que estaba vivo, y de lo bonito que es vivir. Sólo con eso descubrí la felicidad.

Últimamente, ahora que queda menos tiempo del vivido, me suelen asaltar muchos recuerdos de infancia y adolescencia, no todos agradables ni complacientes. Pero las tardes soleadas de invierno sí me llenan el alma de una mezcla de gozo, nostalgia y congoja.

Si no me ve nadie, una lagrimita me sienta muy bien.

jueves, 5 de diciembre de 2024

Siete lugares de un viaje a Venecia

Del 11 al 15 de septiembre de 2024 viajamos a Venecia para ver la ciudad y sus alrededores, además de otras ciudades cercanas. Se trataba de un viaje organizado, lo que nos supuso intentar ver demasiadas cosas en poco tiempo. La sensación es de no haber disfrutado del todo. No obstante, había muchas cosas interesantes y bonitas, así que pasemos a detallar las que más me gustaron antes de que se me olviden.


1. Plaza de San Marcos. Esta es la única plaza de Venecia, porque todas las demás se llaman "campo". Es famosa en el mundo entero. Dentro de la plaza principal encontramos en uno de sus cuatro laterales la Basílica con su campanario separado. Los otros tres laterales los ocupan soportales llenos de tiendas, muchas de ellas de lujo, y de cafés, también bastante lujosos. Nos sentamos en un par de cafés para tomar algo. A pesar de los precios, creo que no merece la pena escatimar unas decenas de euros. En varios de los establecimientos hay pequeñas orquestas o pianistas tocando melodías de ayer y hoy. Cuidado con las gaviotas. Se nos ocurrió sacar los cacahuetes pelados de su recipiente y ponerlos sobre la mesa y se lio una buena. Junto a la plaza hay otra algo más pequeña, ocupada en un lateral por el Palacio Ducal y que da al mar. Allí se encuentra también el pilar con el león de San Marcos. Cuando visitamos esta plaza la vimos parcialmente inundada por las lluvias de los días anteriores. Una estampa bastante común, por lo que cuentan.


2. Cannaregio. La parte más turística de Venecia se encuentra en los barrios de San Marco y San Polo. Allí está todo lleno de tiendas y las estrechas calles están abarrotadas de turistas. Una opción para no agobiarte tanto es visitar el barrio de Cannaregio. Hay menos gente y la arquitectura es similar. No digo que no encuentres gente ni tiendas, pero hay menos. Además, ahí es donde suelen vivir los venecianos. En nuestro paseo por este "sestiere" encontramos hasta niños jugando en las plazas. Dentro de Cannaregio es interesante visitar el gueto judío. La curiosidad es que aquí se inventó la palabra gueto, pues getto se llamaba esta parte de la ciudad cuando en ella confinaron a los judíos en el siglo XVI. Desde aquí la palabra emigró al resto del mundo.




3. Puentes de Venecia.
En Venecia puede que haya 420 puentes, 412 o 350, depende quién te lo diga. El caso es que son muchos, grandes, pequeños y medianos, que atraviesan el gran canal y los pequeños canales. El más bonito sin duda es el puente de Rialto, que es muy distinto al resto, pues está lleno de tiendas. Si tienes suerte y empujas un poco, te podrás hacer una foto con el canal de fondo. El puente de los suspiros, junto a la Plaza de San Marcos, es un pequeño puente cubierto, blanco y barroco, que cruza de un edificio a otro. Se hizo famoso en el siglo XIX por la leyenda de que se oían los suspiros de los presos que lo transitaban. Otro puente famoso, por lo controvertido, es el de Calatrava, que cruza el gran canal y que parece un pegote moderno en un lugar renacentista. Además, nos dijeron que cuando llueve resbala. Hay muchos otros puentes y puentecillos. La mayoría muy curiosos por su forma, su tipo de construcción o sus vistas de los canales.


4. Murano. Cerca de Venecia se encuentra la isla de Murano, famosa en el mundo entero por su vidrio soplado. Allí entramos en una fábrica de vidrio donde nos hicieron una pequeña exhibición y luego nos llevaron a la tienda de la fábrica para comprar algunos recuerdos. Bastante caros. Después nos enteramos, por nuestros compañeros de viaje, que lo que vendían en esa tienda era de poca calidad, comparable a la de cualquier otro comercio de la isla o de la ciudad. Así que hicimos bien en no comprar nada y decidirnos por comprar cristal en otros establecimientos. El cristal de Murano es muy bonito y característico, pero esta isla no nos ofreció ningún atractivo.




5. Burano. 
Otra isla cercana a Venecia, caracterizada porque las casas son de colores. La leyenda dice que los pescadores las pintaban así para encontrarlas entre la niebla. En la actualidad todos los habitantes de Burano tienen la obligación de pintarlas cada poco tiempo, lo que es un gran reclamo para los turistas. Cualquier rincón de la isla es precioso. Yo recomendaría pasear con tranquilidad mirando las casas y entrando en las tiendecitas. También se puede ver una iglesia con el campanario inclinado. Eso sí, ten cuidado porque te puedes perder. Todas las calles parecen iguales y es fácil desorientarse, aunque la isla es pequeña. Si tienes que volver al barco no apures mucho, por si acaso.




6. Verona.
A menos de cien kilómetros de Venecia merece la pena la visita a esta ciudad, nombrada patrimonio de la humanidad. En ella es imprescindible ver el anfiteatro romano, llamado Arena, y la enorme plaza Bra en la que se ubica. Desde allí puedes pasear por la Vía Mazzini, la principal calle comercial de Verona, y llegar hasta la Piazza delle Erbe, en cuyos puestos podrás comprar recuerdos. También es obligado pasear junto al río Adigio. Tratándose de la cuna de los más famosos amantes de la ficción, hay que visitar, por supuesto, la casa de Julieta, que nosotros encontramos repletísima de turistas. La de Romeo también existe, pero no es visitable. Además, vayas por donde vayas, y si tienes un buen guía, te señalará todos los bellos edificios históricos que salpican la ciudad, y que abarcan desde la época romana a la renacentista. Ejemplos de ello son la catedral, el puente de piedra, el castillo de San Pietro, las recargadas tumbas de Scaligeri, así como los numerosos palacios. Es bastante recomendable el restaurante San Matero Church, que se encuentra en el local de una antigua iglesia.


7. Padua.
Esta ciudad es famosa por la basílica de San Antonio de Padua, quien, naturalmente, no era de Padua. La iglesia, una de las más grandes del mundo, es espectacular por dentro. Yo recomiendo fijarse en los frescos. Las reliquias de San Antonio son también curiosas de ver. Además de la basílica, visitamos la Piazza delle Erbe, donde se encuentra el Pallazo della Regione, del que dicen que tiene la sala sin columnas más grande de Europa, y cuya fachada es muy interesante. Merece la pena visitar también la enorme plaza denominada Prato della Valle, con su jardín central lleno de estatuas y el canal que lo rodea. Multitud de palacios salpican la ciudad, entre los que destaco el Palazzo Moroni, sede del Ayuntamiento, o la Loggia del Consiglio.

martes, 27 de agosto de 2024

Siete lugares de Copenhague

En junio de 2024 pasamos cinco días en Copenhague. Por supuesto vimos el castillo de Rosenborg, con sus jardines del rey, el palacio de Christianborg, el palacio y la plaza de Amalienborg, donde asistimos al cambio de guardia, la plaza de Kongens Nytorv, la plaza del Ayuntamiento, la iglesia de mármol, la iglesia de San Salvador y la torre redonda; compramos recuerdos en la calle Stroget, que es la peatonal más larga de Europa, y paseamos en barco por los canales. También hicimos un par de free tours, muy recomendables. Nos alojamos en el Comfort Hotel Vesterbro, en el barrio del mismo nombre, un hotel cómodo con buen desayuno, y desde allí pudimos ir andando a todos los sitios, pues la ciudad es llana y no muy grande. Copenhague es limpia, la gente es amable, salvo cuando monta en bicicleta, y todos los monumentos son bonitos. Encontraréis mucha información en blogs de viajes y en guías turísticas. Yo me quedaré con siete lugares que me sorprendieron y cuyas curiosidades quería compartir con vosotros:


1. Jardines de Tívoli. Uno de los parques de atracciones más antiguos de Europa, lleva en Copenhague desde mediados del siglo XIX, cuando se construyó a las afueras de la ciudad. Ahora, al expandirse ésta, se encuentra en pleno centro. Aunque no te gusten las atracciones es imprescindible darte un paseo por el parque. Te sorprenderá lo bonito y bien cuidado que está, con ese ambientillo decadente, nostálgico y decimonónico que tanto apreciamos algunos. Todos los guías turísticos te dirán que Disney se inspiró en él para sus parques temáticos. Como sitios dignos de ver están el restaurante Nimb, una especie de palacio árabe, la pagoda china, el barco restaurante, la puerta principal, preciosa, que da a Vesterbrogade. Pero en primavera todo el parque se muestra al visitante colorido y deslumbrante. Nosotros no comimos en un restaurante del parque, sino en Sticks'n'Sushi, que está tan al ladito que desde su terraza veíamos el parque. Buena comida asiática.


2. Nyhavn.
Pronúnciese "nijáun". Se trata de un paseo marítimo con zona de ocio, que da a un canal. Es la postal típica de Copenhague. Tanto que, antes de visitarla, yo creía que todas las casas de la ciudad eran de colorines. Pero no, sólo lo son las de los números impares de este "puerto nuevo", que se comenzó a construir en el siglo XVII. Tan famoso que incluso en una tienda de Lego vimos una reproducción de esta fila de casas. Ahí está la casa con el número 17, que aparece en todas las postales. En el número 71 hay un hotel muy bonito por fuera. Los bajos de las casas son bares y restaurantes que se aprovechan de su situación. Comimos y bebimos en un par de ellos y yo creo que en todos se come más o menos bien y todos son bastante caros. Es obligatorio probar el smørrebrød, que es una rebanada de pan negro con comida encima (pescado, marisco, queso, salchichas, carne, huevos). Depende de la comida que lleve encima estará más o menos bueno. En el canal hay varios barcos atracados. Algunos son restaurantes, aunque no entramos. De Nyhavn salen también los barcos que pasean por los canales. Todo el entorno es bastante agradable, si no hay demasiada gente. Allí escuchamos a virtuosos músicos callejeros. También, en un puesto ambulante, nos comimos un perrito caliente con todo, de esos que no te caben en la boca. Encontrarás buen ambiente a cualquier hora del día.


3. Kastellet. Se trata de una fortificación en forma de estrella, que tiene una parte de uso militar, pero en la que se puede entrar sin problemas. Eso sí, en una puerta vimos soldaditos haciendo guardia con sus fusiles, con cara de niño y aire marcial. En la otra nos encontramos con un concierto de música barroca vocal. El núcleo de Kastellet se compone de varios barracones sin mucho interés. Pero tiene unos jardines estupendos y kilométricos. Además, el recinto de la ciudadela está rodeado de un foso de agua. En los jardines encontramos un molino de viento antiguo muy bonito. Junto al parque está la iglesia anglicana de San Albano, que se ve en la foto, muy cerca de la impresionante fuente de Gefion, con su grupo escultórico que representa un carro tirado por cuatro bueyes. Todo el parque es muy adecuado para el paseo y el deporte, con un atardecer precioso.


4. Christiania.
En la ciudad libre de Christiania viven unas 1.000 personas en casas rodeadas de vegetación. Todo comenzó en 1971, cuando algunos padres derribaron las vallas de unos terrenos militares abandonados para que jugaran sus hijos. Después se construyeron viviendas y se les ha permitido mantenerse allí, de una manera más o menos autogestionada, sin pagar impuestos. Es famosa la calle Pusher, donde estaba permitido vender drogas "blandas". Pero justo en la primavera de 2024, unos meses antes de que yo la visitara, la venta de drogas terminó. Oí que los residentes se rebelaron porque se habían producido episodios de violencia entre bandas y levantaron los adoquines de la calle, que en junio de 2024 seguía como en obras y con un cartel que explicaba lo que había pasado. Nosotros nos sentimos completamente seguros en nuestra visita. Toda Christiania tiene un aire hippy, aunque no notamos apenas olor a porro. Hay multitud de puestos callejeros de ropa y abalorios. Yo compré un par de gorras con los tres puntos amarillos de su bandera. Se puede pagar con tarjeta sin problema. Comimos y bebimos al aire libre en Nemoland, uno de los varios establecimientos de restauración de la ciudad. Visitamos un almacén en el que vendían un poco de todo y compramos algunos recuerdos. Vimos varias casas pintadas con murales. Nos hicimos una foto frente a un enorme troll fabricado en madera, que se encuentra en una calle adyacente a la principal. También encontramos personas sin techo acampando entre la vegetación y algunas casas personalizadas muy curiosas, como una de la que salía una chica con su caballo. Al abandonar Christiania por una de las puertas leímos sobre ella un cartel que dice "Está usted entrando en la Unión Europea".

5. La Sirenita. 
Imprescindible en Copenhague es visitar la escultura de La Sirenita, una de las más famosas del mundo. Desde los barcos que recorren los canales la puedes ver de espaldas. Pero creo que lo correcto es acercarte andando y hacerte alguna foto con ella, pues no está muy lejos del centro de la ciudad. La podrás encontrar muy cerca del parque de Kastellet. Mide como metro y medio. A unos diez minutos andando de la sirenita original hay otra genéticamente alterada, curiosa de ver. Varias esculturas por todo Copenhague rinden homenaje a Hans Christian Andersen, el autor de La Sirenita y otros cuentos. Junto a la plaza del Ayuntamiento hay una estatua del escritor, mirando hacia el parque Tívoli y que te puede hablar a tu móvil. En los Jardines del Rey, junto al palacio de Rosenborg, está instalada otra escultura de Andersen. Pero la más curiosa es la sumergida en el canal, junto a la plaza Højbro y su Absalón a caballo. El grupo escultórico es un tritón con sus siete hijos, que esperan el regreso de Agnete, una mujer que vivió bajo el agua con el tritón, pero que regresó a la vida terrestre y nunca volvió al mar.


6. Mercado de Torvehallerne. 
Se trata este de un mercado gastronómico que ofrece ingredientes locales, comida tradicional y productos artesanales. Tiene una zona al aire libre, con coloridos puestos de frutas y flores, y otra parte cubierta, en dos pintorescas naves acristaladas con más de sesenta puestos que pueden ser los tradicionales, en los que despachan productos frescos (carne, pescado) o elaborados (charcutería, quesos, bollería, chocolate, café), o pequeños restaurantes donde tomar bebida y comida, que estará cocinada, muchas veces, con los propios productos frescos. En la plaza también hay otros restaurantes y merenderos. El día que estuvimos nosotros, junto al mercado se había instalado un pequeño rastrillo de venta de cachivaches y ropa de segunda mano.


7. Cervecería Taphouse. 
Cerca de la plaza del Ayuntamiento se encuentra esta cervecería. Con un ambiente acogedor puedes probar más de 60 tipos de cervezas. Nosotros optamos por una muestra de cinco cervezas diversas en vasitos de 100 ml. Dejamos al camarero que eligiera las más representativas y nos las sirvió en una tablita. Eso sí, no tienen mucho de comer. Tomamos unos trocitos de queso y unos cacahuetes y nos ofrecieron poco más. De las cervezas, la verdad es que las que estaban más ricas eran las belgas. En Dinamarca es famosa la cerveza Carlsberg, pero nos dijeron que los daneses beben más la Tuborg. En un restaurante pedimos Tuborg premium y estaba muy rica. Pero luego en otro establecimiento la pedimos de nuevo y no estaba tan buena. Misterios turísticos.

miércoles, 14 de agosto de 2024

Siete cómics que me gustan

Como desde pequeño me ha gustado mucho leer mucho, también he leído tebeos, como los llamábamos antes, y después cómics. De pequeño me leía todos los tebeos de la editorial Bruguera y también el TBO. Además, en los quioscos se podían cambiar los tebeos por otros, y tener nuevo material cada semana. Tampoco hice ascos a los cómics de Marvel, que se vendían en libritos en blanco y negro. Ya de adulto he seguido con la costumbre de leer tiras cómicas. Aquí os dejo los siete personajes que con más cariño recuerdo.


1. Zipi y Zape. Los hermanos Zapatilla eran los hijos de entre 10 y 12 años, calculo yo, de don Pantuflo, un señor muy serio, con grandes patillas decimonónicas. Aunque nunca llegué a saber quién era el rubio y quién el moreno, me interesaba que cada día se levantaban con la intención de llevar a cabo una buena obra, pero nunca lo conseguían. Su falta de constancia, su interés por todo lo superfluo, sus ganas de pasarlo bien, solían dar al traste con sus bondadosos propósitos, por lo que solían acabar la historieta en el cuarto de los ratones. Fueron dibujados por Escobar desde los años 40 del siglo pasado. Yo los empecé a leer en los años 60, porque aparecían en la revista Pulgarcito. Lamentablemente no los he podido reconocer en las películas que se han hecho sobre ellos que, en mi opinión, no captan la ingenuidad de los personajes. Pero son otros tiempos. Seguramente el ingenuo soy yo.

2. Mortadelo y Filemón, agencia de información. Seguramente son los personajes de cómic más famosos de España, que aparecieron en los años cincuenta dibujados por el mítico Ibáñez, creador de otras grandes viñetas, como Rompetechos, el botones Sacarino, Pepe Gotera y Otilio o 13 Rue del Percebe. Eran dos detectives, que luego se convirtieron en agentes secretos que trabajaban para la TIA, una organización gubernamental. Allí se encontraban a las órdenes del superintendente Vicente, y recibían artilugios de espía del profesor Bacterio. Como todo en aquella época, la cosa era bastante machista, y el único personaje femenino importante era Ofelia, la secretaria de la organización, que estaba deseando pillar marido, y le tiraba los tejos a Mortadelo, quien era asexual, por lo que yo recuerdo. Cuando yo era pequeño, cada vez que veía una historieta de Mortadelo y Filemón, buscaba inmediatamente los disfraces que usaba Mortadelo, pues tenía la capacidad de disfrazarse de lo que quisiera en un momento. Me encantaba fijarme en los detalles de los dibujos. Las historias eran largas y se podían seguir de tebeo en tebeo, porque en cada uno sólo venían cuatro páginas. Pero esas cuatro páginas se podían leer también como una aventura completa. Lo mejor era comprarse luego las historietas largas en la colección Magos del Humor, o en la colección Olé.

3. Anacleto, agente secreto. El cómic del gran Vázquez inició su andadura en los años 60 del siglo XX, como una parodia de los agentes secretos, tan de moda en aquella época. Vestía esmoquin, llevaba flequillo y siempre iba fumando. A pesar de su lema: "Anacleto nunca falla", fallaba en casi todas las ocasiones, hasta en los más absurdos recados que le mandaba su jefe. El villano aquí era el malvado Vázquez. Las historias eran muy frescas, divertidas y con crítica social. Como espía, me parecía el más original de todos, pero creo que sus historias no se desarrollaron lo suficiente, y que quedó potencial por explotar.

4. Mafalda. Tiras cómicas que en España fueron publicadas en pequeños libritos que se hicieron muy populares y que yo comencé a leer desde muy pequeño. Las publicaciones originales comenzaron en 1964 y llegaron hasta 1973, pero su influencia sigue llegando hasta nuestros días. Mafalda es una niña concienciada social y políticamente que mira el mundo de los adultos (los grandes, como ella dice), y no lo comprende. Por eso en las tiras hay muchas preguntas y pocas respuestas. Tratan temas de la vida, de la sociedad, de la política, con mucha gracia, pero también con lirismo, con melancolía o con mala uva. No creo que a estas alturas haya nadie que no conozca a Mafalda, pero os aconsejo que la releáis después de tantos años. Sigue vigente, graciosa y mordaz: "el problema es que hay más gente interesada que gente interesante".

5. Superlópez. Un cómic español que se sale de la línea marcada por la Editorial Bruguera durante la segunda mitad del siglo XX. Superlópez nace en los años 70 como una parodia de Superman. Es un triste oficinista que en realidad es un alienígena con superpoderes. Pero vive en España y es bastante mediocre, sea superhéroe o persona del montón. Sin embargo, desde que leí los caracubos, las historietas de Superlópez siempre me han gustado, porque no se paran en el chiste fácil y simplón, sino que tienen un trasfondo de contenido social, histórico y, por qué no, filosófico, que te hace pensar un poquito mientras te diviertes. Y los dibujos son muy buenos y contienen mucho detalle, como a mí me gusta.

6. Spiderman. Si bien siempre he leído todo lo que ha caído en mis manos, los cómics de superhéroes no eran de mis favoritos, salvo Spiderman, que pronunciábamos Espíderman, y no Spaidermen. Me gustaba porque era un chaval normal, más bien debilucho, que se volvía fuerte por la picadura de una araña, pero que seguía teniendo problemas, porque el trabajo de superhéroe está muy mal pagado. La sobada frase de "un gran poder conlleva una gran responsabilidad" yo la vi escrita por primera vez hacia mediados de la década de los setenta, y entonces todavía estaba reluciente. Era muy fácil identificarse con él. También recuerdo que entonces me maravillaron los soliloquios que mantenía consigo mismo para resolver los obstáculos a los que se tenía que enfrentar.

7. El Jueves. La revista que sale los miércoles (últimamente sólo una vez al mes), me hizo mucha gracia desde que era jovencito. Se trataba de una especie tebeo para adultos, porque la mayoría de la revista eran historietas que muchas veces seguían la línea de los cómics de la editorial Bruguera. Una o dos páginas con un chiste final, algunas historietas que continuaban de un número a otro de la revistas, chistes visuales. Todo ameno y con crítica política. Grandes personajes desfilaron por sus páginas, como Martínez el facha, El Profesor Cojonciano, Grouñidos en el desierto, Dios mío, Pedro Pico y Pico Vena, Historias de la puta mili, Makinavaja, Seguridasociá, Clara de noche, Curro Córner, La parejita, Pascual mayordomo real, Tato, con moto y sin contrato, Para ti que eres joven, Ortega y Pacheco, Caspa radioactiva, Ángel Sefija, Silvio José, Frederik Freak, etc. Aún hoy la sigo leyendo, aunque no comprando. Tras la desaparición de casi todos los quioscos sólo leo números atrasados.

martes, 27 de julio de 2021

Siete lugares de un viaje a Zarautz

Entre el 14 y el 23 de julio de 2021 viajamos a Zarautz para pasar unos días frescos y tranquilos junto al Cantábrico. La mayor parte del tiempo lo pasamos descansando en la playa, pues los días fueron bastante soleados. No obstante, aquí dejo algunos recuerdos de los lugares que visitamos.

1. Zarautz. Para alojarnos elegimos el Hotel Alameda, situado en una casona, cerca del centro y de la playa. Era bastante correcto, aunque un poco ruidoso, al encontrarse cerca de una iglesia con campanario mañanero y en una calle con bastante tráfico. Zarautz es una villa que vive de cara al mar, pues tiene una tremenda playa de arena fina, de más de dos kilómetros de largo. Es la más grande del País Vasco.
Junto a la playa se ha construido un magnífico malecón, por el que da gusto pasear, sobre todo a la puesta de sol, y en el que hay numerosos bares y restaurantes, todos con maravillosas vistas al mar. Nombrando de Oeste a Este aquellos en los que nos sentamos, podemos decir que en el Náutico sólo te puedes tomar una bebida, acompañada con frutos secos, patatas fritas o aceitunas. En la Perla hicimos nuestro primer almuerzo, un menú de 20 euros, que no estaba mal. El rodaballo estaba rico. En Olatugain sólo tienen algunas raciones; tomamos unas croquetas, que no estaban mal, aunque vimos que había gambas. En el restaurante Charly fracasamos con los langostinos, que no estaban frescos, aunque nos sentó bien la sidra. El Garaban no nos gustó mucho, más por el servicio que por las raciones; allí comimos piparras y lomo. Allí mismo está la heladería Carlos Arribas, donde los helados son realmente baratos, aunque para mí gusto no están tan buenos para las largas colas que casi siempre tiene. Al lado, en Lecera, tomamos el menú de 15 euros y no podemos decir que estuviera mal. Si hay alguno más, o no merece la pena nombrarlo o no nos sentamos en él. Al final de la playa se encuentra el hotel restaurante de Karlos Arguiñano, desde donde las puestas de sol se ven mejor. Su terraza estaba siempre llenísima, pero habíamos reservado en el restaurante para cenar. Comimos una ensalada de txangurro, merluza, rape, torrija caramelizada y sopa fría de frutas, aderezado con txakolí de la casa. 101,00 euros para dos por una cena muy cuidada, aunque el salón es ruidoso para mi gusto. Si pasas por allí posiblemente te encuentres con el dueño, como nos pasó a nosotros, que parece un tío muy cercano y agradable.
El resto de Zarautz se divide entre una zona moderna y residencial, y el casco antiguo, muy bien conservado, que es conjunto monumental, y donde también íbamos a tomar pintxos y raciones. En la Plaza de la Músika empezamos con Joshe Mari, que nos decepcionó con unos calamares grasientos. Sin embargo, en la misma plaza, el Txiki Polit tiene la mejor barra de pintxos del pueblo, aunque algunos camareros no sean los más simpáticos del mundo. Allí comimos al menos tres veces. En la misma plaza, Otamendi tiene también muy buenos pintxos y está siempre llenísimo. Por el casco antiguo se podía seguir por Ipar Kalea para también tomar pintxos en Lukas, que está muy bien, así como en Okamika, junto al anterior, que también es bastante agradable y de buena calidad. Siguiendo por Patxiku Kalea hasta Barren Plaza, en Patxiku tomamos bígaros y un montadito de chorizo picante, bien. En Noz Bait comimos el pulpo que no estaba mal, y en Salegi nos sentamos un par de veces a tomar raciones y pintxos bastante buenos y realizados con esmero. Lástima que esté en una plaza pequeña y muy ruidosa por toda la gente que se sienta a tomar los vinos. Finalmente, saliendo del casco viejo, la taberna Iruña tiene una sardina apetecible.
2. Paseando desde Zarautz. Desde cada uno de los dos extremos de la playa de Zarautz se puede hacer una excursión a pie muy placentera. Desde el oeste sale un paseo junto a la carretera, que en unos cuatro kilómetros te lleva hasta Getaria. Da gusto pasear junto al mar, viendo los verdes paisajes y saboreando la brisa marina. Desde el extremo este de la playa de Zarautz arranca una pasarela de madera construida sobre las dunas de la costa. Después puedes elegir un camino horizontal que te llevará a Orio o unas escaleras (bastantes escaleras) escondidas entre la vegetación, que te llevarán al cabo de un kilómetro y pico hasta un cargadero de minerales abandonado, desde donde las vistas de la playa quitan el hipo.
3. Getaria. Este es el pueblo que se divisa desde la playa de Zarautz, con su monte de San Antón, que es el conocidísimo ratón de Getaria, del que habréis visto muchas fotos. De Getaria era Juan Sebastián Elkano, y nos lo recuerda un enorme monumento a la entrada del pueblo. Las cuatro calles que forman el casco antiguo, y que bajan hasta el puerto, deben ser recorridas por los turistas, por los preciosos y bien conservados edificios, donde hay tiendas y restaurantes; también merece la pena la iglesia de San Salvador. Getaria también cuenta con una estupenda playa y bonitos miradores.
4. Zumaia. Es este otro pueblo cercano a Zarautz., que tiene dos buenas playas. En la de Itzurun, rodeados del famoso flysch, esa formación rocosa tan característica de la zona, pasamos un buen día de baños de sol y de mar. Después subimos a la ermita de San Telmo, desde donde observamos el inicio del geoparque de la costa vasca y tomamos la foto de la playa que veis arriba. La verdad es que el casco viejo de Zumaia no es tan bonito como el de otros pueblos, pero la zona del puerto es bastante paseable, y el camino a la playa muy agradable. En Zumaia tomamos unos pintxitos en la vinoteca Idoia y después fuimos a la taberna de Itxaso, que está más alejada del centro, pero no mereció la pena. Nos dio un chorizo picante que estaba bueno, pero no nos ofreció mucho más. 
5. Orio. Este pueblo tiene una estupenda playa, la de la Antilla, a la que hay que llegar pronto para aparcar el coche, y que está a unos quince minutos andando desde el centro del pueblo. Tiene un casco histórico muy chiquito y empinado, pero muy bonito, que te traslada a tiempos antiguos. El resto del pueblo es bastante funcional y normalito, aunque lo atraviesa la ría, lo que siempre está bien. Aquí son muy famosas las traineras, y en muchos balcones había banderas de "Aupa, Orio". El día que llegamos vendían camisetas del equipo de remo en la plaza del pueblo. También había regatas por la tarde.
6. Deba. Nos sorprendió este pueblo, que para mí era desconocido, por lo bien conservado que está, la limpia y gran playa que tiene, el enorme parque de la Alameda, y el río que fluye junto al pueblo. Por el casco histórico vimos varios edificios muy interesantes, como el palacio de Aguirre y el antiguo mercado. 
7. Mutriku. Nuestra visita comenzó en la plaza Txurruka, donde la iglesia neoclásica es digna de verse. Allí tomamos un rape de 1,750 kg. en Ametza, que se deshacía en la boca. Repuestas las fuerzas las necesitamos para bajar hasta las piscinas naturales y la playa, donde se baña menos gente que en otros lugares más turísticos, como Zarautz. El problema no era bajar, sino volver a subir a pie por las escarpadas cuestas de Mutriku. Sin embargo, merecía la pena ir parando en los distintos miradores, para observar el mar, tranquilo, inmenso.

domingo, 4 de julio de 2021

Siete lugares de Menorca

  Del 24 de junio al 2 de julio de 2021 viajamos hasta la pequeña y preciosa isla de Menorca para pasar unos días agradables junto al mar. Serán estas las percepciones de un viajero tranquilo, que no quería verlo todo.



1. Cala Galdana. Habíamos elegido para instalarnos el Hotel Artiem Audax, un alojamiento de calidad, con habitaciones bonitas y vistas a la playa. El buffet era variado y bastante completo; lo que se puede esperar de un cuatro estrellas. Cala Galdana es una playa familiar y acogedora, que en los últimos días de junio no estaba llena, por lo que era cómodo encontrar hamacas y sombrillas. El agua es de un turquesa precioso, no hay olas y es ideal para el baño de los más pequeños. Allí pasamos la mayor parte del tiempo. Comimos en los tres chiringuitos situados en la misma playa, pero no mereció la pena, pues están orientados al turismo y la calidad es baja. Para comer bien hay que alejarse un poquito. En el restaurante Fontana de Trevi cenamos bien una noche, nuestras gambitas rojas de Menorca y un entrecot bastante bueno. Allí nos enseñaron lo que es la pomada menorquina, un cóctel hecho con la ginebra Xoriguer, fabricada en la isla, y limonada, con hielo picado. Comimos de lujo en el restaurante el Mirador, que casi cuelga sobre la cala. Allí probamos un día las navajas, las cigalas (cortadas por la mitad y a la plancha, deliciosas), y la merluza. Otro día dimos buena cuenta de un arroz caldoso con bogavante para chuparse los dedos.


2. Las calas color turquesa. A pocos kilómetros de Cala Galdana se encuentran las calas más famosas y puede que bonitas de Menorca. A un lado, Cala Mitjana, a la que se accede siguiendo el Camí de Cavalls, un camino que bordea toda la isla. Hicimos un recorrido de unos dos kilómetros para llegar a la cala, pero había tanta gente que era imposible colocar la toalla, así que, a pesar de que sí, es preciosa, no pudimos saborear su belleza, por lo que nos dimos un chapuzón y volvimos a nuestro cuartel general en Cala Galdana. Otro día recorrimos unos dos kilómetros y medio por el Camí de Cavalls para llegar a Cala Macarella. El camino se hace un poquito pesado si el calor aprieta, porque hay subidas y bajadas algo durillas. Cala Macarella es también muy bella y dispone de puesto de la Cruz Roja y de chiringuito. No había tanta gente como en Cala Mitjana y encontramos sombra entre los pinos, como se ve en la foto. Los más atrevidos pueden hacer excursiones a pie también a Cala Macarelleta y a Cala Turqueta, algo más alejadas de Cala Galdana.


3. Ciudadela. La segunda ciudad de Menorca (visitamos Mahón, pero por varias circunstancias no encontramos cosas reseñables) es Ciudadela, que tiene un casco histórico muy bien conservado, donde visitamos un par de casas, el Palacio Salort y la Casa Olivar, en la que hicimos una foto de su fresco patio. Ambas están decoradas al estilo del siglo XIX. Por el casco antiguo puedes comprar de todo, desde bañadores a pescado fresco, pues también tiene un mercado tradicional. Bajamos después a pasear por el puerto, donde muchos restaurantes ofrecen a los viandantes sus productos.


4. Fornells. Al norte de la isla se encuentra la blanca localidad de Fornells, donde es famosa la caldereta de langosta, que es un guiso que no tiene más que un caldito, en el que puedes echar trozos de pan tostado, y la langosta. Pero qué sabor más bueno y más mediterráneo. Lo comimos en el restaurante S'Algaret, que es también hostal, y nos encantó, aunque las guías de viajes recomiendan otros sitios, que ya estaban ocupados. Después, para bajar la comida, una excursioncita a la Torre de Fornells, en mitad de cuya subida hay una pequeña capillita dedicada a la Virgen de Lourdes. Desde la torres se tienen unas vistas magníficas de la bahía de entrada a Fornells y del Mar Mediterráneo.


5. Es Mercadal y el Monte Toro. Muy cerca del blanco pueblo de Es Mercadal se encuentra el Monte Toro, que es el lugar más alto de la isla. En su cúspide se halla un santuario dedicado a la Virgen (o la Mare de Déu del Toro), desde el cual se tienen unas vistas preciosas, sobre todo, de las calas del norte de la Isla, como la Cala Blanca, que se ve en la foto. Cuando fuimos acababan de abrir los restaurantes y no te daban más que unas tristes aceitunas con la cerveza, pero el paisaje mereció la pena.


6. El sur de Menorca. En un recorrido por el sur de Menorca, pasando por los pueblos de Es Migjorn Gran y Alaior, que, como casi todos allí, tienen casitas blancas y calles tranquilas, se pueden ver varias playas y calas. La playa de Sant Tomás está bien, pero es una más que te podrías encontrar en cualquier parte del Mediterráneo español. Son Bou es una playa larguísima donde hay hamacas, chiringuitos, una urbanización, grandes zonas de aparcamiento, garitos para turistas y grandes hoteles, como el Milanos Pingüinos o el Royal Son Bou Family Club. Está en un parque natural y los patos se acercan a los bañistas sin ningún miedo. Allí vimos las ruinas de una basílica paleocristiana. Toda la isla está trufada de este tipo de construcciones. Más al sur se encuentra Cala en Porter (foto), otra bonita urbanización con su cala. En ella podemos acceder a la famosa Cova de en Xoroi, una gran discoteca construida en una cueva colgada sobre el mar, impresionante por dentro, pero que, en tiempos de pandemia, debe estar poco concurrida. Sin embargo, merece la pena entrar sólo para contemplarla. Siguiendo hacia el sur encontramos la Cala des Canutells, que me trajo recuerdos de mi anterior viaje a Menorca. Es esta una pequeñísima cala en la que no se baña casi nadie. Uno de los secretos mejor guardados de la isla. El último lugar que vimos en el sur de la isla es Binibéquer, un lugar que venden como maravilloso y que nos decepcionó un poco, porque parece construido a propósito para atraer al turismo, y la mayor parte de la urbanización son chalets sin mucho más que ver. Eso sí, allí encontramos el chiringuito Bucaneros, donde nos atendieron bien y nos dieron de comer buenos productos (tomates muy fresquitos y ricos, mejillones, vino blanco Merluzo, que también estaba en los mejillones, y tarta de queso con jengibre).

7. El norte de Menorca. Desde Fornells hasta el extremo oeste de la isla, por todo el norte, se pueden encontrar también lugares agradables. El primero es el Cap de Cavalleria, desde donde se puede ver el inmenso mar Mediterráneo. Después, la Platja de Cavalleria (foto) se encuentra en un lugar algo escondido, por lo que no hay mucha gente. Allí tomamos algo en un chiringuito mediterráneamente mediterráneo y continuamos nuestro viaje hasta llegar a Cala Morell, una urbanización muy empinada, con bonitas casas blancas y ambiente moderno, que fue nuestra última visita a la preciosa isla de Menorca.

domingo, 6 de septiembre de 2020

Siete lugares de Luanco

 Entre los días 9 y 15 de agosto de 2020 pasamos unos tranquilos días de playa en la localidad asturiana de Luanco, que nos había gustado mucho cuando la habíamos visitado el mes anterior. Como no hicimos otra cosa que comer, dormir y pasear, esta entrada parecerá casi una guía gastronómica. 

1. Hotel La Plaza II. Este pequeño hotel, que en realidad son dos, uno con dos estrellas y otro con tres, se encuentra en la Plaza de Baragaña, en pleno casco histórico de Luanco. Nos trataron bien, tenían unas habitaciones bastante chulas y está situado a un paso de todo, de la playa, del puerto y de los bares y restaurantes. Además, aunque se encuentra en una zona peatonal, te facilitan el aparcamiento del coche muy cerca. Nos faltó probar el desayuno, que habían retirado por el coronavirus. Pero, por lo demás, muy recomendable.

2. Gastrobar La Rula. Comimos muchos días en este garito de inspiración andaluza, que tiene una situación privilegiada junto al puerto. A pesar de que, en mi opinión, le viene grande el nombre de gastrobar, tiene algunos platos que están buenos. Casi siempre comíamos el tomate preparado,probamos el rabo de toro, que nos pareció muy rico, los chipirones, que no están mal, así como los mejillones, que tenían una salsa muy sabrosa. Las rabas no lo estaban tanto. Las zamburiñas sí, eran frescas y bastante grandes. Los postres, originales y bien preparados.
3. Bar El Muelle de Luanco. Al lado de La Rula, junto al mar, se encuentra este bar-restaurante que está siempre llenísimo, salvo a la hora del desayuno. Hay que reservar y hay mucha gente que espera sentada en el pretil del muelle para ser atendida mientras toman una cerveza. También tiene mesas al otro lado del puerto. En una de ellas cenamos un día y nos decepcionamos profundamente. 19 euros por una ración de pulpo escasa y dura. El resto, normalito, pero no merece la pena, a pesar de su fama.
4. Restaurante El Puerto. Este sí merece la pena. Comimos en la terraza, con vistas al mar, una ensalada de pulpo, espectacular; gambones y solomillo ibérico; todo muy rico y a un precio nada desorbitado. Los postres también están muy bien elaborados. Por las mañanas solíamos también ir a desayunar a su cafetería, donde comíamos el pincho de tortilla, los bocadillitos y sándwiches y el zumo de naranja natural.
5. Restaurante El Tormentín. En este establecimiento, con unas vistas estupendas desde su terraza (que no pudimos disfrutar, al no haber reservado), comimos almejas a la marinera, ensalada y cachopo. Todo estaba muy bueno. Se nota que cuidan las materias primas y la elaboración. No obstante, los precios están un poco inflados y los camareros no son los más agradables del mundo.

6. Bar de tapas Gabiana. En la pequeña calle Teatro se encuentra este bar, que tiene una terraza acogedora donde te dan de comer bien sin grandes aspavientos. No se llena pero es un sitio que no decepciona. Allí comimos varias veces mejillones picantes, picadillo y escalopes. El servicio no es el más profesional del mundo, pero sí bastante atento. Si quieres llenar el estómago por poco dinero y con comida casi casera, este es tu sitio.

7. Un paseo por Luanco. En la tarde es sumamente agradable pasear por las calles de la localidad. Puedes comenzar en el paseo de la playa, rodear la Iglesia de Santa María y seguir por la Calle Riba hasta la playa de la Ribera. Allí puedes tomar la Calle Marcelino Rodríguez y la Calle Gijón, hasta el Museo Marítimo, visitar la Plaza de la Villa y volver a la playa por la calle Salvador Escandón o por la Calle Hermanos González Blanco. En todo ese paseo encontrarás bares, restaurantes y pizzerías, pero también tiendas para mirar escaparates, siempre con el sonido del mar de fondo.