Del 16 al 20 de junio de 2018 relizamos un viaje por Bélgica al que la agencia llamaba "Flandes soñado con encanto". La verdad es que sí encontré el encanto en el país de los flamencos. Recordaré aquí las ciudades y lugares que visitamos.
1. Bruselas. El avión te deja en un aeropuerto larguísimo, del que se tardan veinte minutos en salir andando. El hotel Sofitel, de cinco estrellas, está situado en el barrio europeo, que es donde se encuentra la sede de varios organismos de la UE. Es un magnífico y comodísimo alojamiento, situado en la Plaza Jourdan, muy animada por bares y restaurantes. Sin embargo, lo primero que hicimos fue probar las famosas patatas fritas de Madame Antoine, que tiene un quiosco en el centro de la plaza. No son tan buenas como los belgas creen. Después, al vernos mirar un mapa, se acercaron a nosotros dos españoles muy amables que trabajaban en las instituciones europeas y nos contaron cómo se vive en Bruselas. El paseo por la ciudad una soleada tarde de sábado fue muy bonito. Pasamos por el Parque Leopoldo, por el Parlamento Europeo, por el Parque Monts des Arts, por el Palacio Real, la Place Royal, con sus museos, y el barrio Sablon, muy fino y elegante, con sus galerías de arte. Entramos también en el museo del cómic. En el centro histórico comimos, ya tarde, en el restaurante italiano Sole d'Italia, donde pedimos, además de pizza, los famosos mejillones con patatas fritas belgas, que son mucho más pequeños que los gallegos y no tan sabrosos. Al día siguiente, y ya en visita guiada, vimos la gran plaza, preciosa y sorprendente, el centro histórico y el pequeño Manneken Pis. También tomamos un goffre, que debía estar hecho para turistas, porque no era nada bueno. Nos dieron de comer un menú turístico: sopa de tomate y albóndigas con tomate también. El atomium se encuentra a las afueras de la ciudad. Lo visitamos, pero nos quedamos con ganas de ver su interior.
2. Lovaina. Es esta una ciudad universitaria y se nota. Para empezar, visitamos el beaterio o beguinario, que es enorme y en la actualidad está dedicado a residencia de estudiantes. Las casitas que lo componen se encuentran alrededor de un río y surcadas de canales, por lo que el verdor se asoma y te envuelve. En la plaza Oude Markt, vimos, según la guía turística, la barra más larga del mundo, que conecta todos los bares ubicados en ella. En la plaza mayor, el Ayuntamiento sorprende al visistante sureño, por su recargado estilo, que recuerda al colegio Hogwarts, de magia y hechicería. Finalmente visitamos uno de los colegios que sirven de residencia a los estudiantes, y nos empapamos del joven ambiente de la ciudad.
3. Malinas. Otra bella ciudad de Flandes. Merece la pena detenerse observando los edificios de la Plaza Mayor, sobre todo los que forman el Ayuntamiento, y la catedral, muy interesante, de la que me sorprendió el enorme púlpito de madera, que cuenta toda una historia. En un paseo por sus calles pudimos ver el toisón de oro en varios edificios, y nos contaron la historia de los españoles en la región. Allí mismo visitamos la fábrica de cerveza Het Anker, donde destilan la cerveza Gouden Carolus (dedicada a Carlos V). La visita incluía una degustación, que nos dio pie a seguir probando distintos tipos de cerveza en las siguientes ciudades que visitamos.
4. Amberes. La visita a esta ciudad comenzó a la orilla del río para continuar por la plaza Groenplaats, que tiene una estatua de Rubens, la plaza mayor, con la estatua del centurión que cortó la mano del gigante (buscad la leyenda) y la plaza de la catedral. A esas alturas ya estábamos familiarizados con lo "flamenco". Amberes es una gran ciudad, de medio millón de habitantes, con sus calles comerciales, por las que paseamos. Anduvimos por Schoenmarkt, donde vimos una minúscula iglesia muy antigua y muy recargada. En la calle peatonal Schrijnwerkersstraat, llena de comercios, tomamos un tentempié en el salón de té Desire de Lille.
5. Gante. Es esta una ciudad que, según Pascuale, el guía que nos paseó por sus calles, no ha querido ser patrimonio de la humanidad, para no estar supeditada a estrictas normas de conservación. Sin embargo contiene multitud de monumentos que te sorprenden a la vuelta de cada esquina. El río que la atraviesa le da un aire romántico. Su catedral es impresionante, y contiene el famoso tríptico de la adoración del cordero místico. En Gante nos alojamos en el Sandton Grand Hotel Reylof, un enorme y precioso hotel del centro de la ciudad, que tiene las mejores almohadas en las que mi cabeza haya descansado nunca.
6. Castillo de Ooidonk. Cerca de Gante se encuentra este impresionante edificio rodeado de agua y jardines, donde se respira paz. En una visita guiada puedes conocer (en fotos y cuadros) a la familia de condes propietaria del mismo, que parece que son amiguetes de los reyes de Bélgica, porque tienen fotos posando con ellos. Está amueblado con bastante gusto, aunque un poquito recargado, y puedes imaginarte la vida de la gente con dinero.
7. Brujas. La última parada de nuestro viaje fue esta bella ciudad, llena de canales, por los que es imprescindible dar una vuelta en barco. El hotel de Brujas se llamaba Oud Huis De Peellaert y también era magnífico; bello por fuera, cómodo por dentro y situado en el centro histórico. La Plaza mayor sorprende al visitante por la arquitectura de sus típicos edificios. Dentro de uno de ellos comimos en un restaurante situado en los bajos. Allí probamos la cerveza Cuack, que se bebe en un característico vaso muy alargado. En la Plaza Burg está el Ayuntamiento, precioso. Allí nos sentamos en el café Tompouce a tomar la muy rica cerveza Leffe, de la que probamos la rubia y la oscura. Otra cerveza buenísima, pero con mucha graduación, que también bebimos, es la Karmeliet. Visitamos el beaterio, con sus casitas blancas, muy bien conservado. Pero todo paseo por Brujas es bonito y romántico. Caminas por calles de adoquines, cruzando puentecitos, oyendo el rumor del agua y rodeado de edificios antiquísimos. Nos planteamos cenar en un restaurante con un poco de calidad y elegimos el Matinée, donde probamos por fin unos buenos mejillones y un buen gofre. Para acabar nuestro viaje decidimos subir los 365 escalones de la torre Belfort, y mereció la pena, pues contemplamos las mejores vistas de la ciudad.
1. Bruselas. El avión te deja en un aeropuerto larguísimo, del que se tardan veinte minutos en salir andando. El hotel Sofitel, de cinco estrellas, está situado en el barrio europeo, que es donde se encuentra la sede de varios organismos de la UE. Es un magnífico y comodísimo alojamiento, situado en la Plaza Jourdan, muy animada por bares y restaurantes. Sin embargo, lo primero que hicimos fue probar las famosas patatas fritas de Madame Antoine, que tiene un quiosco en el centro de la plaza. No son tan buenas como los belgas creen. Después, al vernos mirar un mapa, se acercaron a nosotros dos españoles muy amables que trabajaban en las instituciones europeas y nos contaron cómo se vive en Bruselas. El paseo por la ciudad una soleada tarde de sábado fue muy bonito. Pasamos por el Parque Leopoldo, por el Parlamento Europeo, por el Parque Monts des Arts, por el Palacio Real, la Place Royal, con sus museos, y el barrio Sablon, muy fino y elegante, con sus galerías de arte. Entramos también en el museo del cómic. En el centro histórico comimos, ya tarde, en el restaurante italiano Sole d'Italia, donde pedimos, además de pizza, los famosos mejillones con patatas fritas belgas, que son mucho más pequeños que los gallegos y no tan sabrosos. Al día siguiente, y ya en visita guiada, vimos la gran plaza, preciosa y sorprendente, el centro histórico y el pequeño Manneken Pis. También tomamos un goffre, que debía estar hecho para turistas, porque no era nada bueno. Nos dieron de comer un menú turístico: sopa de tomate y albóndigas con tomate también. El atomium se encuentra a las afueras de la ciudad. Lo visitamos, pero nos quedamos con ganas de ver su interior.
2. Lovaina. Es esta una ciudad universitaria y se nota. Para empezar, visitamos el beaterio o beguinario, que es enorme y en la actualidad está dedicado a residencia de estudiantes. Las casitas que lo componen se encuentran alrededor de un río y surcadas de canales, por lo que el verdor se asoma y te envuelve. En la plaza Oude Markt, vimos, según la guía turística, la barra más larga del mundo, que conecta todos los bares ubicados en ella. En la plaza mayor, el Ayuntamiento sorprende al visistante sureño, por su recargado estilo, que recuerda al colegio Hogwarts, de magia y hechicería. Finalmente visitamos uno de los colegios que sirven de residencia a los estudiantes, y nos empapamos del joven ambiente de la ciudad.
3. Malinas. Otra bella ciudad de Flandes. Merece la pena detenerse observando los edificios de la Plaza Mayor, sobre todo los que forman el Ayuntamiento, y la catedral, muy interesante, de la que me sorprendió el enorme púlpito de madera, que cuenta toda una historia. En un paseo por sus calles pudimos ver el toisón de oro en varios edificios, y nos contaron la historia de los españoles en la región. Allí mismo visitamos la fábrica de cerveza Het Anker, donde destilan la cerveza Gouden Carolus (dedicada a Carlos V). La visita incluía una degustación, que nos dio pie a seguir probando distintos tipos de cerveza en las siguientes ciudades que visitamos.
4. Amberes. La visita a esta ciudad comenzó a la orilla del río para continuar por la plaza Groenplaats, que tiene una estatua de Rubens, la plaza mayor, con la estatua del centurión que cortó la mano del gigante (buscad la leyenda) y la plaza de la catedral. A esas alturas ya estábamos familiarizados con lo "flamenco". Amberes es una gran ciudad, de medio millón de habitantes, con sus calles comerciales, por las que paseamos. Anduvimos por Schoenmarkt, donde vimos una minúscula iglesia muy antigua y muy recargada. En la calle peatonal Schrijnwerkersstraat, llena de comercios, tomamos un tentempié en el salón de té Desire de Lille.
5. Gante. Es esta una ciudad que, según Pascuale, el guía que nos paseó por sus calles, no ha querido ser patrimonio de la humanidad, para no estar supeditada a estrictas normas de conservación. Sin embargo contiene multitud de monumentos que te sorprenden a la vuelta de cada esquina. El río que la atraviesa le da un aire romántico. Su catedral es impresionante, y contiene el famoso tríptico de la adoración del cordero místico. En Gante nos alojamos en el Sandton Grand Hotel Reylof, un enorme y precioso hotel del centro de la ciudad, que tiene las mejores almohadas en las que mi cabeza haya descansado nunca.
6. Castillo de Ooidonk. Cerca de Gante se encuentra este impresionante edificio rodeado de agua y jardines, donde se respira paz. En una visita guiada puedes conocer (en fotos y cuadros) a la familia de condes propietaria del mismo, que parece que son amiguetes de los reyes de Bélgica, porque tienen fotos posando con ellos. Está amueblado con bastante gusto, aunque un poquito recargado, y puedes imaginarte la vida de la gente con dinero.
7. Brujas. La última parada de nuestro viaje fue esta bella ciudad, llena de canales, por los que es imprescindible dar una vuelta en barco. El hotel de Brujas se llamaba Oud Huis De Peellaert y también era magnífico; bello por fuera, cómodo por dentro y situado en el centro histórico. La Plaza mayor sorprende al visitante por la arquitectura de sus típicos edificios. Dentro de uno de ellos comimos en un restaurante situado en los bajos. Allí probamos la cerveza Cuack, que se bebe en un característico vaso muy alargado. En la Plaza Burg está el Ayuntamiento, precioso. Allí nos sentamos en el café Tompouce a tomar la muy rica cerveza Leffe, de la que probamos la rubia y la oscura. Otra cerveza buenísima, pero con mucha graduación, que también bebimos, es la Karmeliet. Visitamos el beaterio, con sus casitas blancas, muy bien conservado. Pero todo paseo por Brujas es bonito y romántico. Caminas por calles de adoquines, cruzando puentecitos, oyendo el rumor del agua y rodeado de edificios antiquísimos. Nos planteamos cenar en un restaurante con un poco de calidad y elegimos el Matinée, donde probamos por fin unos buenos mejillones y un buen gofre. Para acabar nuestro viaje decidimos subir los 365 escalones de la torre Belfort, y mereció la pena, pues contemplamos las mejores vistas de la ciudad.
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