lunes, 22 de febrero de 2016

Después del atropello

Después del atropello mi existencia cambió por completo. Pero a mejor. Cuando desperté del coma, dos meses después, encontré a mi novia al pie de la cama, con rostro cansado, ojos llorosos y sonrisa triste. Me alegré de verla allí, sin pararme a pensar en que antes casi no me hablaba y estábamos a punto de dejarlo. Fue quien me acogió en su casa cuando salí del hospital. Ya no vivía con ella esa especie de bulldog que era su compañera de piso. Y el sexo sin piernas es incluso más satisfactorio.

Con mi familia la cosa tampoco fue mal. Mi madre ya no se quejaba de que no la llamaba nunca. Mi hermano y mi cuñado (el "letrao" y el "arquiteto" los llamaba yo) dejaron de mirarme por encima del hombro, aunque ya no podían invitarme a jugar al pádel. Y mi padre me sonrió un par de veces, o eso creí adivinar.

Pero, si soy sincero, lo que más me impresionó fue el trato que recibí en el trabajo. El primer día me recibieron con canapés y bebidas. Mi sitio se encontraba acondicionado a la nueva situación. Todo el mundo fue muy amable conmigo, hasta Guadalupe, la zorra de recursos humanos. Se acabaron las prisas y los agobios por no llegar a la fecha de cierre, e inopinadamente mi sueldo subió, tanto que pude comprar el coche que necesitaba.

Si el destino me continúa sonriendo, Beatriz y yo nos trasladaremos pronto a una de esas nuevas urbanizaciones que están situadas a la derecha del Padre.

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