Del 9 al 16 de agosto de 2018 visitamos la costa de Portugal y aprovechamos para conocer algunas ciudades del país luso.
1. Playa de Barra/Costa Nova. La idea era pasar la mayor parte del tiempo en la Playa de Barra, por eso nos alojamos casi todos los días en el Hotel Farol, que se encuentra junto al faro más alto de Portugal. La playa es un arenal ancho y largo, tiene dunas y está bien cuidada. En agosto hay muchos bañistas, que usan siempre cortavientos para estar tumbados en la playa, pues hace algo de viento, pero no es exagerado. Toda la zona de Praia de Barra está dedicada al turismo, es tranquila y acogedora. Allí cenamos un día en el Restaurante Corte Real, donde pedimos una mariscada. El problema es que veníamos de Galicia. No es lo mismo. Hablando de gastronomía, nos sorprendieron las tripas, que son tortitas enrolladas rellenas normalmente de chocolate y espolvoreadas con canela. Desde la Praia de Barra, si sigues andando hacia el sur llegas a Costa Nova, famosa por los palheiros de los pescadores, que son preciosas casitas de colores. No hay sólo tres, como se ve siempre en las fotos. Hay muchas en un gran paseo, que tiene en su frente la Ría de Aveiro y a sus espaldas el Océano Atlántico. Allí encontrarás también una caseta que funciona como oficina de turismo y donde un chico nos atendió muy bien y nos dio buenas ideas.
2. Aveiro. Esta ciudad se encuentra a muy pocos kilómetros de la Praia de Barra, hacia el interior. Es muy turística, por su casco histórico, con las típicas casas que utilizaban los pescadores, los edificios modernistas y sus canales, que servían otrora para transportar la sal en sus característicos barcos, los moliceiros, que ahora se utilizan para dar una vuelta recreativa a los visitantes. Por diez euros paseas por los canales, te cuentan la historia de la ciudad y puedes verla casi toda en un ratito. En la plaza del 14 de julio, que está siempre muy animada y se encuentra al lado del canal, comimos en La Tasquinha do Leitao, donde el plato típico, que cocinan muy bien, es el cochinillo, servido con naranja y patatas chip. También puedes probar los ovos moles, típico dulce (demasiado dulce) de la ciudad.
3. Águeda. Cerca de Aveiro encontramos esta localidad, que se ha hecho famosa por haber colocado cubriendo sus calles sombrillas de colores que resguardan del sol a los transeúntes y, a la vez, hacen bonito. Además, en algunas calles han colocado globos en lugar de sombrillas y en otras cintas de colores. Entramos en el Ayuntamiento a preguntar y una chica muy amable nos dio un plano con la localización no sólo los globos, sombrillas y cintas, sino también de numerosas obras de arte urbano (pinturas y esculturas). Muchos bancos para sentarse estaban también pintados en chillones colores. La ciudad no tiene mucho más, pero ha conseguido que numerosos turistas la visiten, pues ha quedado muy cuqui.
4. Guimaraes. Es esta una ciudad que tiene un casco histórico medieval muy bien conservado. Lo visitamos siguiendo un plano que nos facilitaron en la oficina de turismo. Está lleno de palacios, iglesias y conventos góticos, casas tradicionales y deliciosas plazas con rincones que te sorprenden. También hay muchos restaurantes que ofrecen los más típicos platos de la cocina portuguesa. En la plaza Largo da Oliveira había muy buen ambiente, con muchas terrazas, todas llenas, pero las campanas de la Iglesia de Nuestra Señora de Oliveira suenan cada cuarto de hora y además tenían puesta música muy alta que era bastante molesta. Sin embargo, decidimos cenar allí, así que nos sentamos dentro de un restaurante, pero junto a la ventana, que era como estar en la calle, pero más romántico. Probamos allí la francesinha, sandwich relleno de todo y cubierto de queso fundido. Una bomba. También probamos la alheira, que es un chorizo largo relleno de carne de cerdo y pollo, que tiene además su ajito, su pimentón y sus especias. La cerveza portuguesa acompañó. Una cena muy "light".
5. Coimbra. Una ciudad muy "paseable", pues hay en ella un enorme y hermoso parque que bordea el río Mondego, desde donde se pueden contemplar grandes fuentes que realizan bonitos juegos de agua y que están instaladas en el propio río. Coimbra también tiene partes muy hermosas que no pudimos recorrer a pie, como la zona de la Universidad. Sólo nos dio tiempo a entrar en la ciudad antigua por la Plaza de Portagem, donde encontramos una preciosa tienda de latas de conservas personalizadas en la que compramos algunas. Siguiendo por la calle Ferreira Borges, que es peatonal y en la que actuaban músicos callejeros, llegamos a la Plaza 8 de Mayo, con su Iglesia de la Santa Cruz. En un café que está adosado a la iglesia nos sentamos a tomar un plato de jamón y queso (malísimo todo, para turistas poco avezados) y una cerveza, mientras un grupo gallego de música folk amenizaba la velada.
6. Oporto. A Oporto tuvimos que ir dos días, porque es una gran urbe. Situada a orillas del río Duero, toda ella tiene un aspecto decadente, con sus callejuelas llenas de edificios históricos desconchados y sus zonas residenciales con villas señoriales. Dimos un par de vueltas en los autobuses turísticos que salían de la Plaza de la Libertad, con su estatua del Rey Pedro IV. Así nos hicimos una idea de la ciudad monumental y de Vilanova de Gaia, la cuna del vino de Oporto. Imprescindible bajar al distrito de Ribera, uno de los más bonitos, para tomar un barco y ver los siete puentes, sobre todo el puente Luis I, al que subimos andando. Comimos en un pequeño restaurante a la orilla del río, tan cerca, que una gaviota nos robó el pan. Característicos son los azulejos del interior de la estación de tren de San Bento y de la fachada de ciertos edificios. Si quieres ver la famosa librería de Harry Potter, tendrás que hacer cola durante horas y te cobrarán por entrar. También debes pasear por la rúa Santa Catarina, la principal arteria comercial de Oporto. Las iglesias no nos interesan mucho, aunque entre dos de ellas se puede ver la casa más estrecha del mundo, dicen. Vimos por fuera la Torre de los Clérigos y la Catedral, pero también nos dio tiempo a sentarnos en las terrazas de los restaurantes y probar el bacalao.
7. Lisboa. Para terminar nuestra estancia en Portugal viajamos hacia el sur. En la capital del país luso nos alojamos en el Hotel Mundial, un cuatro estrellas muy cómodo situado en La Baixa. Para empezar, nos trasladamos hasta la Torre de Belém. En el hotel nos habían recomendado el tranvía, pero un 15 de agosto las colas para este medio de transporte eran interminables, así que nos decidimos por el taxi, que nos acercó allí en diez minutos. Tras esperar casi dos horas pudimos acceder a la bella torre, y hacer bonitas fotografías del Tajo. De vuelta, subimos en taxi hasta el castillo de San Jorge, que estaba abarrotado, y bajamos andando por las callejas del barrio de Alfama, parando en los miradores, que ofrecen espectaculares vistas de la ciudad y de la desembocadura del río. En el mirador Portas do Sol descansamos para tomar una cerveza y una tapa. Es esta la zona más bonita y típica de Lisboa, y tiene multitud de pequeños restaurantes y bares donde comer acompañados por música de fado. Al llegar abajo entramos en la catedral y paramos en la Plaza del Comercio, donde en un quiosco tomamos la famosa ginjinha, que es un licor de cerezas. Es esta una gran plaza cuya curiosidad es que uno de sus cuatro lados da al río Tajo. Por el barrio de La Baixa paseamos por la Rúa da Prata y por la Rúa Áurea, donde probamos los famosos pasteles de nata, que están buenísimos. También paramos en un restaurante a comer sardinas. Las piernas no nos daban para más, así que decidimos no subir al barrio de Chiado ni al barrio Alto y volvimos a España con ganas de regresar.
1. Playa de Barra/Costa Nova. La idea era pasar la mayor parte del tiempo en la Playa de Barra, por eso nos alojamos casi todos los días en el Hotel Farol, que se encuentra junto al faro más alto de Portugal. La playa es un arenal ancho y largo, tiene dunas y está bien cuidada. En agosto hay muchos bañistas, que usan siempre cortavientos para estar tumbados en la playa, pues hace algo de viento, pero no es exagerado. Toda la zona de Praia de Barra está dedicada al turismo, es tranquila y acogedora. Allí cenamos un día en el Restaurante Corte Real, donde pedimos una mariscada. El problema es que veníamos de Galicia. No es lo mismo. Hablando de gastronomía, nos sorprendieron las tripas, que son tortitas enrolladas rellenas normalmente de chocolate y espolvoreadas con canela. Desde la Praia de Barra, si sigues andando hacia el sur llegas a Costa Nova, famosa por los palheiros de los pescadores, que son preciosas casitas de colores. No hay sólo tres, como se ve siempre en las fotos. Hay muchas en un gran paseo, que tiene en su frente la Ría de Aveiro y a sus espaldas el Océano Atlántico. Allí encontrarás también una caseta que funciona como oficina de turismo y donde un chico nos atendió muy bien y nos dio buenas ideas.
2. Aveiro. Esta ciudad se encuentra a muy pocos kilómetros de la Praia de Barra, hacia el interior. Es muy turística, por su casco histórico, con las típicas casas que utilizaban los pescadores, los edificios modernistas y sus canales, que servían otrora para transportar la sal en sus característicos barcos, los moliceiros, que ahora se utilizan para dar una vuelta recreativa a los visitantes. Por diez euros paseas por los canales, te cuentan la historia de la ciudad y puedes verla casi toda en un ratito. En la plaza del 14 de julio, que está siempre muy animada y se encuentra al lado del canal, comimos en La Tasquinha do Leitao, donde el plato típico, que cocinan muy bien, es el cochinillo, servido con naranja y patatas chip. También puedes probar los ovos moles, típico dulce (demasiado dulce) de la ciudad.
3. Águeda. Cerca de Aveiro encontramos esta localidad, que se ha hecho famosa por haber colocado cubriendo sus calles sombrillas de colores que resguardan del sol a los transeúntes y, a la vez, hacen bonito. Además, en algunas calles han colocado globos en lugar de sombrillas y en otras cintas de colores. Entramos en el Ayuntamiento a preguntar y una chica muy amable nos dio un plano con la localización no sólo los globos, sombrillas y cintas, sino también de numerosas obras de arte urbano (pinturas y esculturas). Muchos bancos para sentarse estaban también pintados en chillones colores. La ciudad no tiene mucho más, pero ha conseguido que numerosos turistas la visiten, pues ha quedado muy cuqui.
4. Guimaraes. Es esta una ciudad que tiene un casco histórico medieval muy bien conservado. Lo visitamos siguiendo un plano que nos facilitaron en la oficina de turismo. Está lleno de palacios, iglesias y conventos góticos, casas tradicionales y deliciosas plazas con rincones que te sorprenden. También hay muchos restaurantes que ofrecen los más típicos platos de la cocina portuguesa. En la plaza Largo da Oliveira había muy buen ambiente, con muchas terrazas, todas llenas, pero las campanas de la Iglesia de Nuestra Señora de Oliveira suenan cada cuarto de hora y además tenían puesta música muy alta que era bastante molesta. Sin embargo, decidimos cenar allí, así que nos sentamos dentro de un restaurante, pero junto a la ventana, que era como estar en la calle, pero más romántico. Probamos allí la francesinha, sandwich relleno de todo y cubierto de queso fundido. Una bomba. También probamos la alheira, que es un chorizo largo relleno de carne de cerdo y pollo, que tiene además su ajito, su pimentón y sus especias. La cerveza portuguesa acompañó. Una cena muy "light".
5. Coimbra. Una ciudad muy "paseable", pues hay en ella un enorme y hermoso parque que bordea el río Mondego, desde donde se pueden contemplar grandes fuentes que realizan bonitos juegos de agua y que están instaladas en el propio río. Coimbra también tiene partes muy hermosas que no pudimos recorrer a pie, como la zona de la Universidad. Sólo nos dio tiempo a entrar en la ciudad antigua por la Plaza de Portagem, donde encontramos una preciosa tienda de latas de conservas personalizadas en la que compramos algunas. Siguiendo por la calle Ferreira Borges, que es peatonal y en la que actuaban músicos callejeros, llegamos a la Plaza 8 de Mayo, con su Iglesia de la Santa Cruz. En un café que está adosado a la iglesia nos sentamos a tomar un plato de jamón y queso (malísimo todo, para turistas poco avezados) y una cerveza, mientras un grupo gallego de música folk amenizaba la velada.
6. Oporto. A Oporto tuvimos que ir dos días, porque es una gran urbe. Situada a orillas del río Duero, toda ella tiene un aspecto decadente, con sus callejuelas llenas de edificios históricos desconchados y sus zonas residenciales con villas señoriales. Dimos un par de vueltas en los autobuses turísticos que salían de la Plaza de la Libertad, con su estatua del Rey Pedro IV. Así nos hicimos una idea de la ciudad monumental y de Vilanova de Gaia, la cuna del vino de Oporto. Imprescindible bajar al distrito de Ribera, uno de los más bonitos, para tomar un barco y ver los siete puentes, sobre todo el puente Luis I, al que subimos andando. Comimos en un pequeño restaurante a la orilla del río, tan cerca, que una gaviota nos robó el pan. Característicos son los azulejos del interior de la estación de tren de San Bento y de la fachada de ciertos edificios. Si quieres ver la famosa librería de Harry Potter, tendrás que hacer cola durante horas y te cobrarán por entrar. También debes pasear por la rúa Santa Catarina, la principal arteria comercial de Oporto. Las iglesias no nos interesan mucho, aunque entre dos de ellas se puede ver la casa más estrecha del mundo, dicen. Vimos por fuera la Torre de los Clérigos y la Catedral, pero también nos dio tiempo a sentarnos en las terrazas de los restaurantes y probar el bacalao.
7. Lisboa. Para terminar nuestra estancia en Portugal viajamos hacia el sur. En la capital del país luso nos alojamos en el Hotel Mundial, un cuatro estrellas muy cómodo situado en La Baixa. Para empezar, nos trasladamos hasta la Torre de Belém. En el hotel nos habían recomendado el tranvía, pero un 15 de agosto las colas para este medio de transporte eran interminables, así que nos decidimos por el taxi, que nos acercó allí en diez minutos. Tras esperar casi dos horas pudimos acceder a la bella torre, y hacer bonitas fotografías del Tajo. De vuelta, subimos en taxi hasta el castillo de San Jorge, que estaba abarrotado, y bajamos andando por las callejas del barrio de Alfama, parando en los miradores, que ofrecen espectaculares vistas de la ciudad y de la desembocadura del río. En el mirador Portas do Sol descansamos para tomar una cerveza y una tapa. Es esta la zona más bonita y típica de Lisboa, y tiene multitud de pequeños restaurantes y bares donde comer acompañados por música de fado. Al llegar abajo entramos en la catedral y paramos en la Plaza del Comercio, donde en un quiosco tomamos la famosa ginjinha, que es un licor de cerezas. Es esta una gran plaza cuya curiosidad es que uno de sus cuatro lados da al río Tajo. Por el barrio de La Baixa paseamos por la Rúa da Prata y por la Rúa Áurea, donde probamos los famosos pasteles de nata, que están buenísimos. También paramos en un restaurante a comer sardinas. Las piernas no nos daban para más, así que decidimos no subir al barrio de Chiado ni al barrio Alto y volvimos a España con ganas de regresar.
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