martes, 13 de junio de 2017

Las picaduras

Lo noté al vestirme por la mañana. La cadera derecha me escocía cuando me subía la ropa. Me miré en el espejo y vi lo que parecían tres picaduras de mosquito formando un perfecto triángulo equilátero con la base horizontal. La separación entre las pequeñas heridas era de unos dos centímetros. Más abajo, a cinco centímetros, otro hoyito más grande, en la vertical de la cúspide del triángulo. La disposición tan geométricamente perfecta de las picaduras me sugirió inmediatamente que allí se podía enchufar algún tipo de dispositivo electrónico.

No le di mucha importancia, porque pensé que algún insecto me había estado picando durante la noche. Y aunque durante las dos siguientes semanas me rascaba de vez en cuando, sobre todo la picadura solitaria, que era de mayor tamaño que el resto y a la que bauticé como toma de tierra, no noté ningún otro efecto adverso.

En realidad los efectos fueron positivos. La mente se me abrió y caí en la cuenta de asuntos que hasta entonces no llenaban mis pensamientos para nada. El primero de ellos fue que empecé a preocuparme por España. El desafío soberanista que venía de Cataluña podía romper mi patria en mil pedazos. Al principio fue una sensación tenue, pero al cabo de unas semanas no tuve más remedio que manifestar mi inquietud de alguna manera. Me inscribí como comentarista en algunos periódicos digitales para los que di mi opinión. Las primeras veces con sosiego, pero, después, con vehemencia, pues la angustia que me produce la desintegración que se nos avecina no me deja dormir tranquilo.

Algo se abrió en mi mente que consiguió que comprendiese muchas cosas. Por ejemplo, que para reactivar la economía hay que favorecer a los emprendedores. Yo, que siempre había pensado que había que proteger al trabajador, caí en la cuenta de que quien crea trabajo es el empresario, y a él es al que hay que facilitarle las cosas para que pueda hacerlo, bajándole los impuestos y flexibilizando la contratación.

Desde que aparecieron mis picaduras procuro vestir bien, no como esos nuevos perroflautas que pretenden gobernarnos y que han hecho de la coleta y de la barba una seña de identidad. En el mercadillo de los lunes he comprado pantalones, camisas y polos de imitación, con grandes logotipos en el pecho, que dan de mi una imagen más acorde con la de una persona respetable. Una pulserita con los colores de la bandera nacional cierra un look trendy (hostia, no sabía que conocía esa palabra, sí que es verdad que se me ha abierto la mente).

Con ese look voy todos los domingos a misa y obligo a mi mujer y a mis niños a ir también. Bueno, a mi mujer no, porque dice que ni loca va ella a oír a un pederasta dar lecciones de moralidad. Y es que es una radical comunista que no tiene respeto por nada. Como no la pique el mosquito vamos a tener que divorciarnos. Ella piensa que todos los curas son pederastas y todos los miembros del gobierno unos corruptos. Pero, como yo le digo, por cuatro manzanas podridas no se pueden echar abajo las instituciones que más defienden la integridad de España de los proetarras e independentistas.

Así que aquí estoy, el día en que mis picaduras ya han desaparecido, en la cola del Servicio Público de Empleo Estatal, a ver si consigo que me renueven los 426 euros de la renta activa de inserción. Con eso, con lo que me da un conocido por echarle una mano en su bar los fines de semana y con lo que mi mujer saca limpiando casas, a lo mejor puedo ahorrar para comprarme ese BMW de segunda mano al que he echado el ojo.

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