Puedo prometer y prometo. Con esta frase convenció y encandiló a millones de españoles el presidente Adolfo Suárez en los años difíciles de la transición.
Siendo Secretario General del Movimiento, fue encargado por el Rey del tránsito a la democracia, y no me parece que su figura esté lo suficientemente reivincada en la actualidad, ante la de tantos otros que ahora se cuelgan medallas. Adalid y bandera de la derecha moderna, no hay que olvidar que bajo su mandato se aprobó la ley del divorcio, sobre la que auguraron algunos que la familia española se desintegraría (¿les suena de algo?)
El presidente Suárez se encuentra en la actualidad aquejado de una de las peores enfermedades que una persona de su talento y valía puede tener. Si al final de una vida, lo mejor que te queda son los recuerdos, este hombre tendría buenos y malos recuerdos, pero sin duda, muy intensos. Más que la mayoría de los mortales.
Y la terrible enfermedad se los ha robado, igual que le pasará a Pascual Maragall. Intento comprender la angustia que debe sentir ahora mismo el expresident, pensando en que se olvidará del día en que agitó la bandera olímpica, o del día en que fue elegido alcalde de Barcelona.
Si las películas o las canciones se convierten en clásicos, cuando son buenos, a los veinte o veinticinco años; podemos decir que Adolfo Suárez es un clásico, y que, casi con toda seguridad, Pascual Maragall lo será dentro de un par de décadas.
Y hablando de clásicos y de promesas, puede que la última película de David Cronnenberg alcance esa categoría en un futuro. Violencia casi gratuita, escenas impactantes, grandes interpretaciones y una pizca de ternura hacen que merezca la pena ver Promesas del Este.
Naomi Watts, tiene la misma cara de asustada que en todas sus películas, pero aquí le viene bien. Viggo Mortensen interpreta al estilo de los grandes, mejora en cada actuación. ¿Se lo imaginan en un biopic de Adolfo Suárez?. Yo sí, ahí queda la idea.
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