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domingo, 1 de julio de 2018

Siete nociones clave sobre la verdad

Vamos a aprender algo sobre la verdad, un concepto con muchos matices:

1. Definición de la verdad. La verdad es la correspondencia entre lo que afirmamos y lo que pensamos, sentimos o sabemos. La verdad es la interpretación mental de la realidad transmitida por los sentidos. Pero esa interpretación mental incluye creencias, valores y la consciencia, que filtran la verdad a través de nuestra subjetividad, construyendo una verdad para cada uno de nosotros. También podemos decir, como Aristóteles y Popper, que la verdad es la correspondencia entre una proposición y los hechos (o la realidad). Pero aprendemos a ver la realidad seleccionando los mensajes que llegan a nuestro conocimiento subjetivo de esa realidad, por lo que en la mayoría de los casos debemos conformarnos con llegar lo más cerca posible de una verdad que no podemos poseer completamente.

2. La verdad como conocimiento superior. La alegoría de la caverna de Platón nos enseña que el mundo se presenta ante cada ser humano de una forma distinta. Esta interpretación personal se define a través de la carga biológica y las creencias culturales. No obstante, dichas representaciones no capturan realmente la esencia de las cosas, y la mayor parte de las personas viven en un mundo de relativa ignorancia. El ser humano debe enfrentarse al miedo a cegarse, debe salir de la cueva y ver el mundo bajo el prisma de la razón, para acercarse a la verdad.

3. La verdad absoluta es peligrosa. La verdad absoluta es aquella cuyas proposiciones son verdaderas para todas las culturas y eras, aún si las personas que viven en ellas no lo saben. Cuidado con esto, porque la verdad absoluta muchas veces contiene la idea de Dios. Pero como para cada cultura existe un Dios absolutamente verdadero, hay que convencer a los demás de que tu Dios es el único y legítimo. Y hay que convencerlos, si es necesario, a garrotazos. Las religiones siempre desconfían del relativista, de aquel que piensa que la verdad depende del punto de vista. Aunque creamos haber encontrado la verdad, lo más probable es que, a la vuelta de la esquina, exista otra verdad distinta que nos sorprenderá.

4. La verdad versus la libertad. En teoría, los seres humanos debemos ser fieles a la verdad para alcanzar la libertad. Pero verdad y libertad, desde Kant, pueden entrar en contradicción. Este filósofo afirmaba que el hombre es libre porque la razón práctica le dice que existe una realidad objetiva, cual es la ley moral, que obliga a los hombres a actuar de una determinada manera. Pero esta verdad está supeditada a la existencia de Dios, por lo que, sin la existencia de Dios ni de la inmortalidad del alma, la ley moral sería una pura ilusión de la razón práctica. ¿Cómo os quedáis? Yo me quedo picueto con estas cábalas.

5. La verdad pertenece a quien ostenta el poder. Siempre se ha dicho que la historia la escriben los vencedores. En los conflictos, cada una de las partes implicadas ha luchado defendiendo una verdad en la que "firmemente" creían. El que vence en la guerra demuestra que "su" verdad era la verdad objetiva, la que no se puede discutir. Cuando los europeos dominaban el mundo era fácil conocer la verdad, que era la que la Iglesia decía. Ahora todo se ha enredado y no tenemos un poder central que nos diga que nosotros somos los buenos y ellos son los malos.

6. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Es este el título de un libro muy interesante (que se lee en un ratito) sobre la verdad, escrito por Nietzsche. El filósofo alemán piensa que el hombre no quiere la verdad, lo que quiere es la felicidad. Por eso distingue al hombre racional, que piensa que todo es regular y previsible, lo que le acarrea desgracias, porque el universo es un ente abstracto e irregular, y el hombre intuitivo, para quien la verdad es aquello que le interesa, aquello que le hace feliz. Este último sale mejor parado, porque acepta el cambio y vive la vida con pasión.

7. Más allá de la verdad. Hay quien piensa (Gianni Vattimo) que deberíamos renunciar a la pretensión de basar nuestra concepción del mundo política, social, científica y religiosa en un saber científico objetivo. Teniendo en cuenta que muchos líderes ya no se sienten atados por lo que durante siglos se ha llamado la verdad, y que la ciencia "no piensa", sería deseable basar la verdad en un diálogo social e intercultural abierto y sin condiciones. Este adiós a la verdad sería lo contrario de la política de la posverdad, que supone la apelación a las emociones del pueblo (populismo) basándose en argumentos falaces o directamente falsos, pero no en aras del diálogo, sino de la confrontación y la búsqueda del conflicto. Enfrentar a los pobres de aquí contra los de allá para seguir dominándolos a todos.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

El humo

Yo inicié las guerras del humo. Así de claro. Al haber pasado muchos años desde la conclusión de las contiendas, y ya que nos hemos recuperado algo de sus consecuencias devastadoras, he considerado que es el momento oportuno para reconocer que yo prendí la chispa que incendió el mundo.

Era una mañana de martes y acudía a realizar unas gestiones a la oficina de la Seguridad Social. Entonces no se podía fumar en recintos cerrados, por lo que aproveché que estaba en la calle para encender un cigarrillo. Iba fumando tranquilamente cuando, al adelantar a una persona por su izquierda, exhalé una bocanada, con tan mala suerte, que el humo la alcanzó en pleno rostro.

-Otro hijo de puta fumando, ya me ha echado todo el humo en la cara -soltó el tipo con un tono de voz alto, para que yo lo oyera. En otra ocasión quizá lo habría dejado pasar, pero ese día me tocó las narices, así que di media vuelta para encararme con quien resultó ser un hombre de cierta edad, seguramente ya jubilado, paseando en pantalón corto a un pequeño perro lanudo.

-¿Qué ha dicho usted? -ahí todavía quería conservar yo las formas, y por eso no lo tuteaba-. Estoy en la calle y hago lo que me da la gana -empezando a perder la compostura.

-Pues te vas a fumar a tu puta casa y le echas el humo a tu puta madre -dijo, acercando su cara a la mía, amenazante. Aquí ya notaba yo que la ira me podía y que empezaba a enrojecer.

Pero no pude arrojar a su cara mi respuesta, porque el perrito se abalanzó a morderme el tobillo. Instintivamente, sacudí la pierna de manera exagerada. Parece que el dueño había soltado la correa para enfrentarse a mí, porque el chucho cayó en mitad de la calzada, donde fue arrollado al instante por una furgoneta de reparto.

En otros tiempos la situación habría sido cómica (por lo absurda) y algún lector habría esbozado una sonrisa. Pero en la actualidad a nadie le va a hacer ni pizca de gracia mi relato.

Tras el atropello del perro se terminó de liar parda. El conductor se bajó del vehículo con un cigarrillo en la comisura de los labios, por lo que supe que estaría de mi lado. Otros viandantes se acercaron. Inmediatamente se formaron los dos bandos que han acabado con el mundo tal y como lo conocíamos. Por un lado los dueños de perros y por otro los fumadores. Esta fue la primera batalla de las guerras del humo. Por fortuna no había armas todavía y transcurrió a puñetazo limpio hasta que llegó la policía.

El resto es historia, primero de la ciudad, luego del país y después del mundo. Las redes sociales se encargaron de propagar la "noticia". Una cosa que en principio no parecía ir a ningún lado produjo un encono miserable en casi toda la población.

Y hubo que posicionarse. Si querías a tu perro debías abandonar el tabaco. Si no podías dejar de fumar, debías matar a tu perro. Al principio los dueños de perros eran favoritos en las casas de apuestas, ya que sus razones eran más loables. Sin embargo no hay que subestimar a un fumador, sobre todo si no puede salir a comprar tabaco porque le ataca una jauría. Conseguirá llegar al estanco a punta de pistola, si es necesario.

Ya sabéis cómo se situaron las naciones. Las animal friendlies por un lado y las people friendlies por otro (no se atrevieron a llamarse smoke friendlies). También los mayores de treinta recordaréis el final de las guerras y todo lo que las partes tuvieron que ceder para no terminar con la vida en el planeta.

Ahora, en mis últimos años y sin miedo ya a la muerte, quiero que esta confesión que envío a la nube sirva para recordar que hemos conseguido demostrar empíricamente la predicción einsteniana de que la estupidez humana es infinita.