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jueves, 21 de febrero de 2019

Siete nociones clave sobre La sociedad del descenso, de Nachtwey

¿No habéis pensado últimamente que vamos hacia atrás, que estamos peor que hace veinte años? Oliver Nachtwey parece que también lo piensa y así lo explica en su libro La sociedad del descenso. Vamos a hacer un repaso somero de las atinadas reflexiones de este joven autor alemán.

1. El estado del bienestar Entre 1945 y 1971 se desarrolló en el mundo occidental una época de crecimiento sostenido, auspiciada por el keynesianismo, que ofrecía un empleo estable para todos, así como educación y sanidad universal. Los hijos de los obreros podían ir a la universidad y superar los logros de sus padres. Incluso se llegó a decir que las clases sociales habían desaparecido, gracias a ese relativamente cómodo ascensor social. Eso sí, las mujeres quedaban recluidas entre las cuatro paredes del hogar y se discriminaba a las minorías étnicas.

2. El ascensor social. Pero en 1971, con el abandono del patrón oro y el paso de la economía mundial a los tipos de cambios fluctuantes, que causó una mayor flexibilidad de los mercados, comenzó un periodo de inestabilidad que provocó una serie de crisis desde 1973 hasta 2008, con más desempleo y precariedad laboral y menos crecimiento económico. Aunque entre 1980 y 2008 la economía mejoró, no se alteró la nueva estructura basada en la precariedad y la desigualdad de clases sociales. Hasta 1971 ricos y pobres subían en la misma escalera mecánica. Desde entonces los ricos van delante y, cuando llegan arriba, la escalera mecánica cambia de sentido y empieza a bajar, por lo que los pobres, aunque se esfuerzan escalón tras escalón, no consiguen subir o incluso bajan.

3. Un capitalismo casi sin crecimiento. Paul Krugman, premio Nobel de economía, y Larry Summers, exsecretario del Tesoro estadounidense, definen la fase actual del capitalismo como la del estancamiento secular. Las innovaciones tecnológicas, la mejor formación del capital humano o la incorporación de las mujeres al mercado laboral son transformaciones que ya se han agotado, por lo que no consiguen el crecimiento autosostenido de las décadas pasadas. Fíjense en que han pasado muchos años desde la crisis de 2008 y la economía todavía no ha salido a flote. Es muy posible que a partir de ahora nos encontremos, durante mucho tiempo (de ahí lo de secular), ante un capitalismo poscrecimiento.

4. La modernización regresiva. A partir de 1971 se produjo también un parón tecnológico. La revolución informática tuvo menos incidencia que el teléfono, el coche o la lavadora. No hay más que ver que un pobre de ahora tiene muchos cachivaches electrónicos. La solución que se les ocurrió a los más listos para seguir generando riqueza fue privatizar el sector público, convirtiendo la sanidad o la educación en pingües negocios. Esta ideología neoliberal ha sido introducida en la vida de la gente, convenciendo a muchos de que es la única posible, como una suerte de totalitarismo metido con calzador a través de los medios de comunicación. Por eso, ahora que quienes nos gobiernan son los mercados, podemos hablar de posdemocracia.

5. El descenso social. Desde 1971 la productividad ha aumentado pero los salarios se han estancado. El hijo del obrero, que ha estudiado en la universidad, debe trabajar en el Mercadona y darse por contento. La mayor parte de los trabajadores interinos y de los falsos autónomos, eufemísticamente llamados free-lance, llevan una vida precaria. La sociedad del descenso se caracteriza por una creciente desigualdad, además de por hacer desaparecer sin rubor los derechos sociales de los ciudadanos. Pero no existe un solo precariado, sino muchos diferentes, por lo que no se genera una conciencia de clase. Por eso no se logra un consenso para articular demandas, lo que acarrea una crisis de representación de la democracia parlamentaria.

6. Reacciones en contra. Habiendo quedado el concepto de clase reducido a una reliquia anacrónica, en lugar de grandes conflictos contra el sistema se generan miniconflictos, como el 15M de Madrid u Occupy Wall Street, movimientos urbanos que denuncian que el capitalismo moderno no les ha dado lo que prometía, es decir, la igualdad alcanzada a través del estudio y la formación. Los sindicatos han quedado muy debilitados tras las privatizaciones, así que se han desindustrializado las protestas, que surgen de otros lugares, como en las primaveras árabes o en las banlieues de París. De estos movimientos, que muchas veces defienden una postura posmaterial, han surgido algunos partidos populistas democráticos, como Podemos en España, que defienden un proyecto para la sociedad y no una sociedad como proyecto, que era la consigna del movimiento obrero.

7. Populismos. Los burgueses se han convertido en ciudadanos enrabietados, entre los que late un conato autoritario, basado en el resentimiento. Critican a los de arriba y pretenden una integración cultural y una recuperación de los valores perdidos. Por lo que respecta a la clase media baja, la dura competencia por alcanzar los pocos buenos puestos de trabajo desmotiva a personas con alta cualificación, lo que conduce a una barbarización de los conflictos sociales. Teme el autor que la modernización regresiva y la posdemocracia generen una corriente autoritaria que socave los fundamentos liberales de nuestra sociedad. Este es el gemelo malvado de las revoluciones democráticas.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Siete nociones clave sobre el populismo

El populismo se define en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, en su segunda acepción, como una tendencia política que pretende atraerse a las clases populares. También señala que esta acepción es más usada en sentido despectivo.

El término populista se lanza a la cara de muchos políticos para identificarlos con aquellos que hacen promesas fáciles de entender y que seducen a la gente menos culta. Pero los acusan también de que esas promesas no van a ser cumplidas, o porque el prometedor no querrá o porque no podrá hacerlo cuando llegue al poder. Se opone así el político populista al político serio que únicamente promete lo que tiene intención de cumplir.

Como el populismo está de moda, desde que Trump ganó las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos, vamos a intentar ayudar a las discusiones con los cuñados, con siete claves fáciles de entender, pero lo más rigurosas posible.

1. El populismo no es malo per se. Es simplemente una forma de dirigirse al pueblo en la que se le dice que las élites (casta o establishment) que nos gobiernan son corruptas y egoístas. Es cierto que nos gobiernan las élites. No hay más que indagar un poquito en el árbol genealógico de los que mandan en la política y en la economía de la mayoría de los países. Y también es cierto que las élites, casi por definición, son corruptas y egoístas e ignoran al pueblo. Hay quien dice que si sustituimos esas élites por gente salida del pueblo se convertirán en élites y se volverán corruptas y egoístas. Pero me gustaría verlo, porque en España hace mucho que no pasa.

2. Populismo y élites económicas. Las corporaciones y las élites económicas tienden a ser las más afectadas por las políticas que los populistas pretenden implementar. Por eso están en contra de estos líderes que dicen defender al pueblo. Un pobre va a seguir siendo pobre gobierne quien gobierne. Pero los ricos, que lo son porque dan más importancia al dinero que los pobres, lucharán hasta el último céntimo por las fortunas que les quieren "nacionalizar". Las élites económicas mundiales reman siempre en la misma dirección, la de la globalización del mercado de capitales. Muchos políticos populistas hablan en contra de la globalización, porque se apoyan en una creencia supersticiosa que surge del miedo del inculto a lo desconocido; la de que más fronteras y más aranceles protegerán a los pobres de un país frente a los pobres de fuera que quieren arrebatarles lo poco que tienen.

3. Populismo de derechas y populismo de izquierdas. Imaginemos un partido populista, es decir, una formación que lleva en su discurso la confrontación entre un pueblo virtuoso y unas élites corruptas. Si consigue llegar al poder debe dejar de destruir para construir. Tanto si es de derechas como de izquierdas ha conseguido el voto de los perdedores de la crisis y de los que se oponen al establishment. Pero un partido populista de derechas llenará sus políticas de gobierno con lo que piensan aquellos que temen perder su identidad nacional por la globalización, y fomentará la confrontación con el extranjero. Sin embargo, el populista de izquierdas abrirá los brazos al extranjero, pues no está imbuido de sentimientos nacionalistas. Por eso sus programas socioeconómicos son radicalmente distintos. El derechista baja impuestos para que cada uno se busque la vida sin ayuda del Estado, pero no permite entrar en el sistema a los que no son nacionales, para evitar la competencia por el trabajo con las clases bajas del país. El izquierdista sube los impuestos para que el Estado se preocupe de cuidar de sus nacionales, pero también de aquellos que quieran trabajar en la construcción de la nación.

4. Populismo y demagogia. Muchas veces se confunden ambos términos. El populista suele demostrar su aversión a las élites económicas e intelectuales pero, como he señalado antes, no tiene por qué mentir en sus intenciones. El demagogo utiliza promesas falaces que sabe que no va a cumplir, pero que atraen el pueblo, y lo hace con la intención de conseguir sus propios intereses, que pueden tener poco que ver con lo que dice. El demagogo es un mentiroso por definición, el populista no tiene por qué serlo. Claro, se puede ser populista y demagogo a la vez, y esto sucede a menudo.

5. Populismo desde dentro del sistema. Los populistas no quieren ser vistos como políticos profesionales. Sin embargo, ya hace tiempo que los políticos profesionales han caído en el populismo. Como dije arriba, y siempre según mi opinión, el populismo no es malo en principio. Pero no me negarán que cuando Aznar repetía una y otra vez: "España va bien", estaba siendo populista. Una frase sencilla y que entiende hasta el más inculto, pero completamente vacía de contenido. Pero no es el único político que ha usado el populismo. Zapatero decía que iba a conseguir el pleno empleo en España. Felipe González aseguraba: "OTAN, de entrada, no". Y ya no hablemos de los llamamientos a la unidad de España. Si eso no es populismo, que baje Montesquieu y lo vea.

6. Lo contrario del populismo. Pues bien, si el populismo fuera malo, lo opuesto al populismo sería bueno. Es decir, no intentar atraer al pueblo sería bueno. Pero ¿qué político no quiere atraer al pueblo? Cuando Rajoy dice que van a subir el IVA de "los chuches", ¿está siendo populista?. El político que no es populista no intenta atraer al pueblo con arengas vacías de contenido, del estilo: "para acabar con el paro, crearemos empleo", sino que argumenta con datos cómo va a crear empleo. Pero hay una enorme cantidad de gente que, por falta de formación, no puede seguir más de dos minutos el discurso de un tipo hablando de relaciones laborales y economía. Un pueblo poco educado será presa fácil de los discursos populistas.

7. Populismo y medios de comunicación modernos. El discurso populista se antoja necesario en los tiempos que corren. Nos hemos acostumbrado a entender la realidad en titulares. Casi nadie se va a parar a leer una noticia que ocupe más de quinientas palabras. En la televisión se debe resumir en un minuto el discurso de un orador en el Congreso. Por eso el discurso debe estar orientado a que se puedan extraer de él algunas frases contundentes, debe ser chisposo y contener algún "zasca" al contrario. Y las frases contundentes son populismo, porque el populismo no es una tendencia política, sino una forma de dirigirse a las masas. Por eso, si queréis escuchar un discurso que no sea populista, que diga cosas, remontaos a Antonio Maura, Emilio Castelar, Indalecio Prieto, Manuel Azaña o Adolfo Suárez.

viernes, 18 de marzo de 2016

Siete beneficios de la acogida de inmigrantes

Si entendemos el populismo, en su definición más peyorativa, como la utilización de medidas para mantener el poder que contentan al pueblo, pero que son antidemocráticas, podemos decir que las políticas de los dirigentes de la Unión Europea con respecto a los refugiados de guerra y los inmigrantes son plenamente populistas.

En lugar de practicar la pedagogía con las clases populares europeas y enseñarles que la llegada de extranjeros es beneficiosa para todos, hacen suyas ideas dicotómicas de europeo/extranjero, blanco/negro o cristiano/musulmán que son fáciles de instalar en la mente y que trasladan el miedo y la culpa de los pobres hacia otros más pobres que ellos.

Parece mentira que políticos que defienden las ideas liberales de que cada uno debe buscarse la vida, sin el paraguas de papá estado, defiendan también que nadie entre en sus estados a buscarse la vida.

Sin embargo, estoy convencido de que cuantos más inmigrantes lleguen a Europa, mejor nos irá, y lo intentaré demostrar en los siguientes puntos:

1. Los inmigrantes cualificados suponen un gran beneficio para los países, aportando su valía. Estados Unidos ha estado siempre a la cabeza de esta inmigración. Sus universidades, sus centros de investigación y sus empresas tecnológicas no dudan en buscar el talento allá donde se encuentre. Así han conseguido liderar el mundo también en ciencia, investigación y desarrollo tecnológico. Este tipo de inmigración llega siempre a ocupar los puestos que el país de recepción necesita, sin expulsar de ningún trabajo a los autóctonos.

2. Los inmigrantes no cualificados también suponen un gran beneficio para los países de acogida. En sus lugares de origen los han educado y cuidado hasta la edad laboral y nosotros aprovechamos sus mejores años de rendimiento. Si miráis bien las estadísticas veréis que no suelen competir por los mismos puestos que los españoles. La agricultura, las tareas domésticas, el cuidado de niños, son tareas que un joven europeo no quiere realizar.

3. Rejuvenecimiento de la población. La inmigración es una de las mejores formas de rejuvenecer un país. La gran mayoría de los inmigrantes que llegan son gente joven con muchas ganas de trabajar. Suelen ser los más osados de entre sus compatriotas y los que se ven capaces de afrontar el reto del exilio. En poblaciones avejentadas como las europea, donde algunos agoreros pronostican el fin de las pensiones de jubilación, el aumento de la natalidad de las madres autóctonas no es suficiente. Los jóvenes inmigrantes, además de llenar la hucha de las pensiones del Estado de acogida, aportan también hijos que ya nacen en Europa y, por lo tanto, son europeos de pleno derecho.

4. Los inmigrantes contribuyen al sostenimiento del estado pagando sus impuestos religiosamente. Son personas con miedo a que ser deportados del país de acogida. Por eso cumplen escrupulosamente con todas sus obligaciones legales y fiscales. Aportan trabajo e impuestos y reciben un salario muchas veces podo digno, aunque mejor que el que recibían en sus países natales. Cuantos más inmigrantes vengan, más impuestos pagarán. Y caben todos. En España somos 46 millones en 500.000 kilómetros cuadrados. En Gran Bretaña, con la mitad de territorio son 60 millones. En Japón caben 125 millones de habitantes en menos de 400.000 kilómetros cuadrados. Y sigue habiendo campo para retozar.

5. La inmigración produce también importantes beneficios psicosociales. La sociedad de acogida se enriquece con el idioma y la cultura de los que llegan. Todo el que ha tenido un trato relativamente estrecho con algún inmigrante ha podido comprobar que es una persona normal que lucha por hacerse un hueco en la vida del primer mundo. Conocer a estas personas supone un cambio de la mentalidad individualista instalada en la sociedad de consumo a otra mentalidad más abierta y solidaria, que tiene en cuenta a los demás.

6. La inmigración aporta una mayor diversidad de productos en las tiendas, que provienen de las culturas de los inmigrantes y que estos quieren también tener en sus nuevos países. Este aumento de la oferta beneficia además a los que no nos hemos movido. Hace cuarenta años nadie comía en restaurantes chinos, indios o marroquíes, por lo menos en el sur de Europa. Hace veinte años nadie sabía lo que era el ceviche o el cuscús. Igualmente, se intensifican las exportaciones y el comercio entre países de inmigración y de emigración. El dinero se mueve entre unos pueblos y otros, y al dinero nadie se atreve a ponerle fronteras.

7. Con la llegada de más gente aumenta el consumo. Los extranjeros que llegan a nuestros países tienen que comer y vestirse aquí. Está comprobado que la inmigración aumenta el producto interior bruto de los estados. También aumenta la renta por habitante, puesto que los inmigrantes tienen una tasa de ocupación mayor que los autóctonos, ya que la mayoría de los que llegan son personas en edad de trabajar. La población inmigrante produce al estado un superávit, es decir, genera más beneficios que gastos en las arcas públicas. Vean cualquier estudio de economistas serios y lo comprobarán. Así que, por favor, que nadie diga sandeces sin base alguna sobre lo que nos cuesta la inmigración.