jueves, 29 de octubre de 2015

Siete lugares de El Barco de Ávila

Los días 26 y 27 de septiembre de 2015 visité la localidad de El Barco de Ávila, situada en la provincia homónima, cerca de las de Salamanca y Cáceres, entre la Sierra de Gredos, el Valle del Jerte y la Sierra de Béjar. No soy un turista muy activo. No aspiro a verlo todo y enterarme de todo, sino a disfrutar de los sitios con tranquilidad. Por eso no puedo hacer una guía de viajes, sino, como he hecho otras veces, simplemente comentar lo que vi y experimenté en primera persona.
1. El Hotel Real de Barco es un establecimiento de cuatro estrellas. Un gran mazacote de piedra a las afueras del pueblo, que exteriormente posee el aspecto de los hoteles de montaña. Por dentro es acogedor y tranquilo. El personal es correcto, pero castellano, sin zarandajas. El desayuno es bueno, pero, como casi siempre, se echa de menos el zumo de naranja natural.
2. A la espalda del hotel, bajando una cuesta, entras en el pueblo, cruzando el río Tormes, a través de un puente románico. Si paras en el centro del puente (lo malo que tiene es que pasan coches) te encuentras en un paraje idílico. Bajo tus pies fluye cantarín el río saltando las piedras. Por debajo del hotel puedes ver la ermita del Cristo del Caño, del siglo XIII originalmente, aunque reconstruida en el siglo XVII, al pie de la cual se encuentra la fuente que le da nombre. En la otra orilla del río hay un paseo que resulta sumamente agradable de tomar. En él hay bancos y un pequeño parque con máquinas para hacer ejercicio. Pero el camino continúa y puedes seguir el río hacia uno u otro lado.
3. Una vez cruzado el puente románico, a la izquierda y frente al río, en la calle Paseo de Yecla, se encuentra el museo de la judía, que es gratuito e interesante. Nada más entrar, una amable empleada nos hizo pasar a una sala para ver una proyección audiovisual muy original, en la que algunos supuestos habitantes del pueblo nos cuentan sus bondades. El resto del museo está lleno de aperos y maquinaria para el cultivo, recolección y conservación de las diferentes variedades de judía (así se llama en el centro de España, pero en otros sitios se la denomina alubia, habichuela o frijol) que se cultivan en Barco. Desde la terraza situada en el primer piso se contempla una vista estupenda de la sierra.
4. Por la Calle del Puente se llega a la plaza de la Iglesia, donde comienza la Calle Mayor, que está flanqueada por tiendas donde se venden las famosas judías del Barco, además de por otros comercios y algunos bares. Aunque tiene edificios muy interesantes, como la antigua cárcel, que ahora es un centro cultural y social, no aporta al visitante una sensación de homogeneidad, tan necesaria para la tranquilidad del espíritu, y en ella se ubican algunos inmuebles que no parecen dignos (por su diseño o su estado de conservación) de encontrarse en este enclave.
5. Al poco de comenzar a andar por la Calle Mayor, a la derecha, te encuentras la Plaza de España, un sitio estupendo para tomar el aperitivo en un día soleado, con una arquitectura, aquí sí, más homogénea. Entramos en tres bares-restaurantes. En el primero, que queda a la derecha de la plaza, nos sentamos en la terraza y pedimos unas patatas revolconas, que consisten en un puré de patatas con pimentón, acompañado de torreznos, pero que es un plato muy rico y más suave de lo que parece. En el bar que se encuentra a la izquierda de la plaza, en cuyos toldos pone "El Siete", están especializados en pinchos, y los hacen muy bien. Comimos los de jamón, anchoas y otro que era un vasito con verduras y un huevo frito dentro. Finalmente, en el tercer bar, que se encuentra de espaldas a la Calle Mayor, pedimos un par de tostas. El camarero nos trajo la de morcilla y la de queso de cabra, deliciosas. Los sitios son baratos y el personal amable.
6. Al final de la Calle Mayor, a la derecha, se encuentra la oficina de turismo, en un pequeño centro cultural donde había una exposición de pintura. Allí, un trabajador muy amable nos proporcionó un plano del pueblo y nos indicó algunos lugares pintorescos. También nos recomendó otros pueblos cercanos. A la izquierda de la Calle Mayor se encuentra el Castillo de Valdecorneja. Ese día no se podía entrar, porque estaban retirando los nidos de las cigüeñas que se acababan de marchar. De todas formas, en la oficina de turismo nos habían dicho que no había nada interesante dentro. Si quienes gestionan los castillos los amueblasen, aunque fuese con imitaciones, los harían mucho más atractivos. El castillo, del siglo XII, parece muy bien conservado y tiene un pequeño paseo a su alrededor, muy agradable de dar, en una atalaya cerca del río.
7. Finalmente me detendré en la Puerta del Ahorcado, que forma parte de los restos de la muralla que todavía conserva el pueblo abulense. Se llama así, según nos dijeron, porque la leyenda cuenta que los aldeanos ahorcaron de la misma a un alcalde. Ya no se recuerda quién era el alcalde ni qué había hecho. Se trata de un arco que impresiona por su belleza, sobre todo visto desde la parte exterior de la muralla. Es de estilo románico pero dicen que data del siglo XVI.

Para terminar, me gustaría recomendar a los restaurantes de El Barco de Ávila que en sus menús incluyeran más platos que tuvieran como ingrediente las famosas judías. Creo que los visitantes lo agraderíamos.