jueves, 25 de octubre de 2007

Viene el gran Cuba libre

No estaba de botellón. Cuando el señor Bush, don George, afirmó en castellano: "Viene el gran Cuba libre", no estaba esperando un "mini" de ron con cocacola. Estaba intentando hablar español como yo intento hablar inglés, con pocos conocimientos y buenas intenciones.

El presidente de los Estados Unidos se me antoja un tanto intransigente cuando afirma que no dialogará con el gobierno cubano hasta que no haya libertad. No debería ser como ellos. Para hacer entrar en razón a unos gobernantes cerriles como los cubanos, no hay que usar su misma actitud. La libertad se debe demostrar en el diálogo. En mi opinión se puede hablar de cualquier cosa, es más, se debe hablar de todo. Mejor hablar que pelear.

Las utopías, desde Tomás Moro, han quedado bien en el papel, incluso algunas parecían factibles, como la que propuso Karl Marx. Se ha comprobado que el egoísmo humano las lleva al traste, aunque en Cuba algunos no quieran darse cuenta.

En cualquier caso, el cubalibre une a los dos pueblos, estadounidenses y cubanos, pues se creó para celebrar la victoria sobre los españoles en 1898, usando la típica bebida norteamericana y el ron de caña de la isla. Fue inmortalizado por Hemingway en su obra póstuma: "Islas en el Golfo".

Es un cóctel, es decir, el camarero debe entregarlo al cliente terminado. El cóctel se diferencia del highball en que este último se presenta con el refresco aparte para que el consumidor vaya rellenando su vaso. Además sólo se puede hacer con ron. Por lo tanto, el "cubata" que tomamos aquí no es el tradicional cubalibre, sino una copia barata.

Y hablando de copias baratas. ¿Era necesaria otra versión de La Invasión de los Ladrones de Cuerpos? Estas revisiones de películas antiguas me parecen fotocopias de fotocopias; en cada nueva versión se va perdiendo la calidad que tenía la primera.

Si la película de Don Siegel de 1956 está consierada una obra maestra del género de terror y ciencia ficción, ya casi nadie se acuerda de la que realizó Philip Kaufman en 1972, con un inquietante Donald Sutherland, y que resultó ser bastante notable. De intento fallido se puede catalogar el enfermizo film de Abel Ferrara, que se pasó en la construcción de una película que al final resulta ininteligible.

Así que no me apetece nada acercarme al cine para ver Invasión, a pesar de que el director sea Oliver Hirschbiegel, aclamado por El Hundimiento, y la protagonista sea la cada vez más estirada (en todos los sentidos) Nicole Kidman.

Obligatorio repasar la escena final de las dos primeras versiones. Espeluznante.

lunes, 22 de octubre de 2007

Puedo prometer y prometo

Puedo prometer y prometo. Con esta frase convenció y encandiló a millones de españoles el presidente Adolfo Suárez en los años difíciles de la transición.

Siendo Secretario General del Movimiento, fue encargado por el Rey del tránsito a la democracia, y no me parece que su figura esté lo suficientemente reivincada en la actualidad, ante la de tantos otros que ahora se cuelgan medallas. Adalid y bandera de la derecha moderna, no hay que olvidar que bajo su mandato se aprobó la ley del divorcio, sobre la que auguraron algunos que la familia española se desintegraría (¿les suena de algo?)

El presidente Suárez se encuentra en la actualidad aquejado de una de las peores enfermedades que una persona de su talento y valía puede tener. Si al final de una vida, lo mejor que te queda son los recuerdos, este hombre tendría buenos y malos recuerdos, pero sin duda, muy intensos. Más que la mayoría de los mortales.

Y la terrible enfermedad se los ha robado, igual que le pasará a Pascual Maragall. Intento comprender la angustia que debe sentir ahora mismo el expresident, pensando en que se olvidará del día en que agitó la bandera olímpica, o del día en que fue elegido alcalde de Barcelona.

Si las películas o las canciones se convierten en clásicos, cuando son buenos, a los veinte o veinticinco años; podemos decir que Adolfo Suárez es un clásico, y que, casi con toda seguridad, Pascual Maragall lo será dentro de un par de décadas.

Y hablando de clásicos y de promesas, puede que la última película de David Cronnenberg alcance esa categoría en un futuro. Violencia casi gratuita, escenas impactantes, grandes interpretaciones y una pizca de ternura hacen que merezca la pena ver Promesas del Este.

Naomi Watts, tiene la misma cara de asustada que en todas sus películas, pero aquí le viene bien. Viggo Mortensen interpreta al estilo de los grandes, mejora en cada actuación. ¿Se lo imaginan en un biopic de Adolfo Suárez?. Yo sí, ahí queda la idea.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Yo le "hubiera" llamado Josep Lluis

Ayer observé atónito como unos ciudadanos españoles se empeñaban en llamar José Luis a un hombre bajito que se llama Josep Lluis. Si este señor midiera 2,15 y se llamara Pau no se empeñarían en llamarle Pablo, o si jugara en la selección española de fútbol y se llamara Xavi, no le llamarían Javier.

Un chascarrillo entre mis amigos era llamar a Mike Oldfield, Miguel Campoviejo, o a Jimmy Page y Robert Plant, Jaime Página y Roberto Planta, pero no creo que a ellos les hiciera gracia que les cambiasen el nombre en cada país que visitasen.
Pero es que este hombre bajito cae bastante mal en el resto de España, porque parece siempre cabreado. A pesar de que estoy de acuerdo en la mayoría de sus planteamientos, dan ganas de llevarle la contraria. Nada que ver con Durán i Lleida, elegante como de costumbre.
En mi condición de castellano-leonés-manchego-madrileño, siempre he sentido admiración y envidia por los catalanes, gente buena, preparada. Y creo que esa envida se puede convertir en odio cuando se muestran arrogantes.

De todas maneras, cualquier forma de nacionalismo, independentismo, regionalismo, me parece provinciana. En un mundo global en el que la preocupación matutina de más de la mitad de las personas del planeta es encontrar algo para comer ese día, discusiones bizantinas sobre catalanismo, españolismo, vasquismo, regionalismo, son un poquito paletas. Parecen hechas para señora con abrigo de visón y collar de perlas, no para gente moderna y concienciada, como quieren parecer todos los que discuten esas ideas de sus "naciones". Con su pan se lo coman.

Y hablando de vasquismo, el líder de la oposición, habló ayer de lo que le "hubiera" dicho al lehendakari. No sé si el idioma natal del señor Rajoy es el castellano o el gallego, pero si aspira a presidir el gobierno de España, debería hablar con propiedad.

En el País Vasco es costumbre cambiar el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo (hubiera amado, por ejemplo), por el condicional compuesto (habría amado). No sé si como forma de oposición frontal al plan Ibarretxe, o simplemente por desconocimiento, el señor Rajoy cae justamente en el error contrario. Y lo raro es que nadie se ha escandalizado. Nos empieza a parecer normal que se hable mal el idioma de Cervantes.

Si para los extranjeros, el estudio de las formas verbales del español es una de las partes más complicadas del aprendizaje del idioma, no se lo pongamos más difícil confundiéndonos nosotros también.

martes, 16 de octubre de 2007

Miguel Delibes y la extraordinaria placidez


Érase un lugar en el que se vivía con una extraordinaria placidez.

En este plácido paraíso las mujeres no podían abandonar la casa de sus padres antes de los veinticinco años, si no era para casarse y depender de sus maridos, a los que debían pedir autorización para poder trabajar. También estaba prohibido por ley que las mujeres pudieran ser jueces.

En este idílico entorno hace sesenta años que un joven llamado Miguel Delibes escribió su primera novela, La Sombra del Ciprés es Alargada, por la que obtuvo el Premio Nadal.

La novela no tiene nada que ver con la falta de libertad de la época, puesto que se centra en el universal tema de la muerte, al que ofrece una solución cristiana.

Hay que leer la novela con cuidado, para no perderse la brillante prosa, de un estilo que se va a perder pronto, devorado por la manía de contar muchas acciones en pocas líneas que observamos en la tendencia de la novela actual.

No es un libro fácil. Es un libro bueno. Te puede remover algo en tu interior. Consumir con precaución.

sábado, 13 de octubre de 2007

Ser español, un orgullo. El Orfanato, un título.

Así rezaban unas pegatinas que se ponían en los coches hace unos años: Ser español un orgullo, ser madrileño un título.

Yo soy madrileño, y me siento orgulloso de ser español cuando veo que españoles como yo hacen cosas tan dignas como El Orfanato, película que fui a ver ayer, día de la hispanidad. Y me pareció que estaba viendo en realidad una película americana.

Efectivamente, la globalización ha llegado ya completamente al cine, y podemos ver películas españolas que parecen americanas. Algún amigo me ha comentado que distingue las películas españolas porque siempre hay alguien que enseña un pecho. En esta no se enseña ninguno.

También yo podría decir que distingo las películas españolas por la originalidad de sus guiones. En esta película no hay ninguna originalidad.

Realmente, el guión me parece lo más flojo. Al salir tenía la impresión de que había visto la misma película que llevaba viendo desde hace 20 años. Las referencias a Los Otros, principalmente, pero también a títulos anteriores, son patentes durante todo el metraje.

Tampoco quedé muy conforme con la interpretación de Belén Rueda, algo forzada en ciertos pasajes.

Pero hay que reconocer que la "factura", como dicen por ahí, es impecable. Y claro, la factura responde a la otra acepción de factura, es decir, la pasta que se han gastado en realizarla, con el apoyo de Guillermo del Toro.

Entretenida, pero no han descubierto la pólvora, ni el terror.

jueves, 11 de octubre de 2007

Saludos para todos.


Saludos cordiales y afectuosos a todos los que puedan leer estas pobres líneas.

En primer lugar, y para aclarar alguna posible confusión, debo decir que mi nombre es una composición de los de dos de mis héroes favoritos de ficción.

El primero es el Winston Smith de 1984, que tantas fatigas pasó en un mundo muy parecido a éste en que yo me encuentro ahora.

El segundo es el Aureliano Buendía de Cien Años de Soledad, que tantas fatigas pasó para enfrentarse a un mundo muy parecido al que sospecho que será este dentro de no muy lejanas fechas.

Pueden ver que mi nombre está escrito en minúsculas. Esto es así porque considero que las mayúsculas deberían dejarse para personalidades importantes. Yo no lo soy, ni tengo intención de serlo nunca. Prefiero el papel anónimo del observador. Y como dijo Homer Simpson: "Es mejor ver cosas que hacer cosas". Toda una declaración de principios con la que no podría estar más de acuerdo.

Debo aclarar también que aunque mi nombre suene realmente sudamericano, soy español. Tampoco es un tema que me preocupe mucho, pero al ver mi nombre en el blog me he dado cuenta que bien podría ser el de un inmigrante ecuatoriano, y me he acordado de ellos.

Ayer pude visionar por vez primera una película de la que esperaba mucho y que me aportó mucho. Se trata de Azul Oscuro Casi Negro, de un tal Sánchez Arévalo del que ya había visto algunos cortos, como Gol, Expréss y otro con la idea básica parecida a la de este largometraje y del que no recuerdo el título, quizá se llamaba Física II.

Este tipo es muy listo, gran guionista y contador de historias y buen director. No me extraña que se alzara con tres Goyas. Destaca entre los actores Raúl Arévalo, hay que seguir a este chico.