miércoles, 19 de diciembre de 2018

Siete lugares de un viaje a Úbeda

El primer fin de semana de diciembre de 2018 visitamos Úbeda y Baeza, las dos últimas ciudades españolas patrimonio de la humanidad en las que no habíamos estado. Mereció la pena. Aquí dejo mi experiencia, como siempre, sólo de lo que toqué con mis manos y vi con mis ojos.
1. Úbeda. Llegamos de noche a la Plaza de Andalucía, donde, en la torre del reloj, encargamos ya visitas guiadas a Úbeda y Baeza. El pueblo es tranquilo y tiene bonitas calles por donde pasear, como la calle del Rastro. Es imprescindible la visita a la sinagoga del agua, un edificio del siglo XIII que fue encontrado al hacer unas obras y en el que puedes ver cómo vivían los judíos en la Edad Media. También aprenderás lo que significa "tirar de la manta" y "que te den morcilla". Las intrincadas callecitas de la parte antigua de Úbeda te retrotraen a aquellos tiempos. Conviene subir a alguno de los miradores que tiene la ciudad, como la torre de los caballeros, para observar desde allí los famosos "cerros de Úbeda". Visitamos también la casa de las torres, que tiene una leyenda de fantasmas, así como las numerosas iglesias, conventos y palacios que salpican toda la ciudad. También aprendimos que en estas calles se asestó la primera "puñalada trapera".
2. Hotel El Postigo. Elegimos para hospedarnos este cuco hotel que se encuentra en el corazón del centro histórico de la ciudad, aunque esta es lo suficientemente pequeña como para recorrerla toda a pie. Con una decoración sobria, mantiene un ambiente relajado, al que contribuye un salón con chimenea. El desayuno es bueno, aunque no excelente, el zumo es de cartón y no hay bacon ni huevos, pero sí tortilla de patatas. Falla que no tiene parking, aunque sus clientes tienen descuento en algún aparcamiento público.
3. Calle Real. Esta calle, que atraviesa el casco histórico, está repleta de bares y tiendas instalados en edificios de arquitectura antigua, que te permiten imaginar cómo era la Úbeda medieval. Es el mejor lugar para picar algo. En todos los sitios te ponen una tapita con la caña, algunas muy elaboradas. Arriba de la calle (en realidad en una plaza anexa), se encuentra La Imprenta, un restaurante y bar bastante fino. Si sigues bajando puedes entrar en La Bodega de Úbeda, donde también dan buenas tapas y donde probé los ochíos, que son unos bollitos rellenos de morcilla, muy ricos, pero demasiado fuertes para la cena. Si seguimos bajando, en el Restaurante Antique, más elegante, probamos un tomate con aceite buenísimo. Fuera ya de la Calle Real, en la Plaza Primero de Mayo no pudimos entrar en Misa de Doce, porque estaba siempre llenísimo, pero en Moss nos comimos un buen revuelto de setas.
4. Plaza Vázquez de Molina. En esta exuberante y enorme plaza renacentista comenzamos la visita guiada a la ciudad, empezando por la Capilla del Salvador, que en realidad es un enorme mausoleo para la tumba de un secretario de Carlos V, Francisco de los Cobos, que pensaba que gastando dinero iría al cielo. La verdad es que ver el interior, aunque es muy recargado, merece la pena, incluida la sacristía. Fue construida, como los mejores edificios de la ciudad, por un personaje que tiene su propia estatua en la plaza, el arquitecto Vandelvira. El Parador de Turismo, que fue la casa de un Deán, también es muy interesante y se puede pasar al patio, al igual que al del Ayuntamiento, que es el que tiene cadenas en la puerta. Enfrente de este último hay unos jardines con flores preciosas y la Iglesia de Santa María, edificada sobre una antigua mezquita, a cuyo costado podemos encontrar el antiguo pósito, que ahora es la comisaría de policía.
5. Calle Obispo Cobos. De la plaza de Andalucía parte la Calle Mesones, que después se llama Obispo Cobos, aunque muchos la llaman la calle de las tiendas. Estas calles forman el centro comercial abierto de Úbeda, pues encontramos en ellas multitud de comercios. Son ideales para pasear y ver escaparates. Al final de la calle encontramos el impresionante Hospital de Santiago, monumento nacional renacentista del arquitecto Vandelvira, que en la actualidad es un centro cultural y que tiene dos hermosas torres. Hay que pasar dentro para observar el gran patio central y ver las escaleras y las columnas de mármol.
6. Baeza. A diez kilómetros de Úbeda encontramos el pueblo con el que comparte la condición de patrimonio de la humanidad. Comenzamos nuestra visita en la Plaza de los Leones, donde está la fuente que le da nombre (que en realidad tiene dos leones y dos caballos), el arco de Villalar de los Comuneros y la antigua carnicería, que ahora son los juzgados. Continuamos por el intrincado casco histórico para ver la Plaza de Santa María, con su fuente, su universidad y su iglesia, en la que subimos los 170 escalones de su torre. Después entramos en la antigua universidad y nos sentamos en el aula donde dio clase Antonio Machado. Finalmente, y atravesando la plaza de la Constitución fuimos a ver la fachada plateresca del Ayuntamiento, frente a la cual está la casa del poeta, en la que no se puede entrar. Una ciudad muy renacentista pero muy acogedora.
7. Linares. Ya de vuelta a la meseta, una parada en Linares, cuna de algunos de nuestros ancestros. Primero entramos al antiguo pósito, que contiene ahora entre otros servicios una oficina de turismo, donde nos atendieron divinamente. Desde allí, un paseíto hasta el Hospital de los Marqueses de Linares, un impresionante edificio neogótico que sirvió en su día para curar a los mineros. Se puede visitar por un precio baratito el mausoleo de los marqueses y la capilla, así como una exposición de cachivaches médicos antiguos. Después, un paseo por el Pasaje del Comercio, lleno de tiendas, y la Corredera de San Marcos, para llegar al Paseo de la Virgen de Linarejos, un espectacular bulevar en el que decidimos aprovechar la ruta de la tapa que se celebraba. Comenzamos en el Nuevo Patio El Rubio, donde la tapa que llamaban "papas en cardo" estaba buena, pero mucho mejor era la manita de cerdo rellena de rabo de toro del bar-restaurante Linarejos, aunque se hizo esperar. Muy bueno y curradísimo el saquito de otoño de los Salones Orzaes. Con el estómago lleno y llorando por no poder comer más tapas nos despedimos de la provincia de Jaén.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Jugando a románticos

Aquel otoño, mis hermanas y yo aprovechamos la mayoría de las pocas tardes soleadas que tuvo la estación para, tras la merienda, vencer el tedio jugando a románticos. Así lo llamábamos nosotros. Los lugareños nos llamaban los góticos, aunque yo sospecho que a nuestras espaldas nos tildaban de cosas peores.

La primera fase del juego era encontrar la vestimenta adecuada. Para ello subíamos al desván de la torre norte por la escalera de servicio. Allí rebuscábamos en los innumerables arcones y baúles hasta encontrar prendas suficientes para que los tres formásemos un grupo homogéneo y elegante. Así, por ejemplo, recuerdo un lunes en el que yo me vestí con un traje gris perla y chaleco granate, a juego con Laura, que llevaba el vestido de un granate intenso, con sombrerito azul, pero también a juego con Susana, cuyo vestido, azul eléctrico en el cuerpo, se convertía en gris al caer sobre el miriñaque. Guantes, bastones, parasoles y otros aditamentos completaban los atuendos con gracia.

Después, con nuestras vestiduras decimonónicas puestas, salíamos a escondidas por la parte de atrás para encontrarnos con Casiano, a quien habíamos sobornado con unas pocas perras para que tuviera a Lucero limpito y enganchado al carro. Digo a escondidas, pero mamá conocía perfectamente nuestras andanzas y probablemente nos observaba a través de los visillos de la salita rosa.

Y así, al trote, salíamos de la finca para adentrarnos en el bosque hasta llegar al claro. La única concesión a la tecnología de nuestro juego la hacíamos durante el corto viaje. En esos veinte minutos gustábamos de escuchar algún vals en un radiocasete a pilas. Mi favorito era "Cuentos de los bosques de Viena", porque me recordaba una película en la que Johann Strauss conducía un carro como el nuestro mientras componía el vals utilizando los sonidos que escuchaba en el bosque. Era muy fácil cantar a gritos, laráaa, laráaa, laráaa...

Llegábamos al claro un poco antes del anochecer. Dejábamos a Lucero atado a un árbol y nos situábamos en el centro de la pequeña explanada portando el dorado megáfono de director de cine mudo, que era uno de nuestros más preciados tesoros. Entonces, y por turno, con el megáfono bien pegado a la boca, gritábamos el nombre de algún cuento de Edgar Allan Poe.

Así de simple era el juego. Yo cogía el megáfono y empezaba con los más obvios: "¡La caída de la casa Usher!, ¡El gato negro!, ¡La verdad sobre el caso del señor Valdemar! Había que nombrarlos correctamente, no valía decir ¡Ese de la caja y el barco!, había que gritar ¡La caja oblonga! Después, por edad, seguía Laura: ¡El corazón delator!, ¡La máscara de la muerte roja!, ¡Ligeia! Finalmente, Susana voceaba sus preferidos, aquellos en los que aparecía el detective Dupin: ¡Los crímenes de la calle Morgue!, ¡El escarabajo de oro!, ¡La carta robada!

Volvíamos a casa contentos, ya anochecido, tarareando valses a voz en cuello, con hambre y ganas de regresar al claro del bosque.

Con el transcurrir del otoño se nos acababan los relatos de Poe, así que abrimos la mano y permitimos nombrar otros cuentos románticos, como las leyendas de Bécquer: ¡El monte de las ánimas!, ¡El beso!, ¡Miserere! A mí me agradaba gritar algún cuento vampírico: ¡Millarca!, digo ¡Carmilla!, ¡Morella!, ¡El vampiro!, porque sabía que a Susana le daban miedo. Ella gustaba más de otro tipo de cuentos. Aunque no rehuía los temas algo truculentos: ¡El soldado y la muerte!, ¡El zar Saltán!, también le gustaban todavía los cuentos infantiles: ¡El rey de los ratones!, ¡Pinocchio!

Pero todo terminó bruscamente el 7 de diciembre, cuando, aprovechando que ya anochecía antes, se me ocurrió una bromita de las mías. Aquél día les permití a ellas comenzar, reservándome para el final. Cuando llegó mi turno, susurré, pero el susurro se escuchó más lejos que ningún grito que hubiera dado antes: ¡Continuidad de los parques! La desencajada cara de mis hermanas me hizo gracia un momento, pero, desde entonces, me he arrepentido de la broma más que de ninguna otra cosa en mi vida, pues ya nunca más volvimos a jugar a románticos.

martes, 20 de noviembre de 2018

Siete mujeres sindicalistas

El machismo se encuentra tan arraigado en nuestra sociedad que incluso en el ámbito de la lucha obrera, en el que mujeres y hombres deberíamos ir de la mano, la cuota de poder es ínfima para el colectivo femenino. No obstante, señalaré aquí a algunas sindicalistas cuya carrera me ha interesado:

1. Isabel Vilà i Pujol (1843 - 1896). Considerada la primera sindicalista catalana, creó la Federación Internacional de Trabajadores de Llagostera. Fue conocida por su reivindicación de cinco horas de trabajo para los menores de 13 años que estaban empleados en las fábricas. También reivindicó la educación para la clase trabajadora, a cuya enseñanza se dedicó posteriormente.

2. Teresa Claramunt (1862 - 1931). Una de las primeras revolucionarias españolas del siglo XIX. Sindicalista de convicciones anarquistas, desde 1882 participó en huelgas que reivindicaban la reducción de jornada. En esa época la jornada de ocho horas les parecía utópica, por eso, en el Congreso de Trabajadores de la Región Española celebrado en Sabadell, decidieron demandar la jornada de diez horas. En 1903, Teresa ya planteó la equiparación salarial entre hombres y mujeres, afirmando, además, que la emancipación de la mujer tenía que ser llevada a cabo por ella misma. Su origen social obrero la alejaba de las feministas de su tiempo, mujeres cultas y educadas en familias liberales. Pasó largos años en la cárcel y en el exilio y sufrió tortura.

3. Elizabeth Gurley Flynn (1890 - 1964). Sindicalista estadounidense, dio su primer discurso a los dieciséis años, disertando sobre el socialismo y la mujer. Contribuyó a la expansión del sindicato Industrial Workers of the World, reivindicando la libertad de reunión y expresión. Participó en las violentas huelgas textiles de Massachusetts en 1912, así como en otras luchas sindicales en Nueva Jersey, Pennsylvania y Nueva York. Colaboró también con la Worker's Liberty Defense Unión, proporcionando defensa jurídica a los legendarios Sacco y Vanzetti. Presidió la International Labor Defense. Fue condenada por su militancia comunista.

4. Lucía Sánchez Saornil (1895 - 1970). Esta poeta que trabajaba en Telefónica, dejó la literatura para dedicarse a la lucha sindicalista. Por ello fue expulsada de la compañía. Comprendiendo que no se podía separar la lucha obrera de la lucha contra el patriarcado, fue cofundadora de la organización Mujeres Libres. Ella fue siempre una mujer libre, y habló de ello en una serie de artículos sobre la cuestión femenina, en los que achacaba la poca preocupación por los temas sociales de las mujeres españolas a su papel histórico de sometimiento. Recogiendo ideas de Teresa Claramunt, polemizó con otros líderes sindicales, porque ella consideraba que los obreros debían implantar la igualdad con sus mujeres en sus casas antes de pedir igualdad en la calle.

5. Mercedes Comaposada Guillén (1901 - 1994). Pedagoga y abogada anarquista, fue cofundadora con Lucía Sánchez Saornil de la organización Mujeres Libres. Comenzó trabajando muy jovencita como montadora cinematográfica en Barcelona, donde se afilió a la CNT. En Madrid estudió derecho y se dedicó a la revista anarcosindicalista Mujeres Libres y a la enseñanza de obreras, porque los obreros no querían ser enseñados por mujeres. Sufrió el exilio en París.

6. Conxa Pérez Collado (1915 - 2014). Anarquista por influencia de su padre, uno de los fundadores de la CNT, abandonó su casa por el machismo que veía en ella. Dejó las artes gráficas para defender a la república. Fue una de las fundadoras del Ateneo Humanidad de Les Corts y de la Escuela Autogestionada Eliseo Reclús. Participó en las primeras asociaciones de vecinos que surgieron en Barcelona. Desde 1999 fue miembro del grupo de mujeres del 36, que contribuyeron a la recuperación de la memoria histórica.

7. Bárbara Figueroa (1979-). Es la presidenta de la Central Unitaria de Trabajadores de Chile (CUT), la organización sindical más importante del país. Licenciada en psicología, proveniente del movimiento comunista, es la primera mujer presidenta de la CUT y la primera mujer en encabezar una multisindical en América Latina.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Siete lugares de Puerto de Mazarrón

Del 1 al 4 de noviembre de 2018 visitamos una zona de la costa murciana que no conocíamos, la cercana a Puerto de Mazarrón, que nos sorprendió por la belleza de algunos de sus parajes. Como siempre, aquí describo lo que vi y palpé en primera persona.
1. Bolnuevo. A los pies de la Sierra de Las Moreras y a unos cuatro kilómetros de Puerto de Mazarrón se encuentra esta pedanía que tiene varias urbanizaciones modernas. Allí nos alojamos en el Atrium Hotel, un establecimiento de tres estrellas y diez habitaciones, que mantiene exposiciones de pintura en sus instalaciones. Está muy bien y el personal es muy amable. Para comer elegimos El Rincón de Elías, que tiene menú diario y carta, cortita pero muy rica, los fines de semana. En Bolnuevo residen numerosos jubilados ingleses y alemanes. Es un lugar bastante tranquilo, con una amplia playa de arena gruesa y chinitas, de unos dos kilómetros de longitud, y con un paseo marítimo estupendo.
2. Gredas. Caminando hacia el sur de Bolnuevo por el paseo o por la calle, muy cerca de la playa, te encuentras estas formaciones rocosas de un material arcilloso conocido como greda que, gracias a la erosión, parecen hongos. Una sorpresa de la madre naturaleza.
3. Calas de Bolnuevo. Si sigues hacia el sur, bordeando la costa, llegas a una serie de unas dieciocho calas. En un momento se acaba la carretera y comienza un camino que se puede recorrer a pie o en bicicleta. A lo largo de varios kilómetros te irás encontrando con unas pequeñas playas de arena oscura, que sirven para el baño nudista o textil, en un ambiente de paz y conexión con la naturaleza muy intenso. Vimos las tres primeras calas, pero la aventura de recorrerlas todas promete.
4. Puerto de Mazarrón. El núcleo urbano de Puerto de Mazarrón no nos pareció muy atractivo, aunque tiene un puerto deportivo con muchos garitos y restaurantes y un buen paseo marítimo que bordea la Playa de Rihuete. Sin embargo, sí nos gustó la zona entre Bolnuevo y Puerto de Mazarrón. Allí pudimos ver la Playa Grande, que es continuación de la de Bolnuevo, la Playa de Nares, la Playa de la Pava, el Mirador Cabeza del Gavilán, la Playa de Bahía, la Playa de la Ermita, que es la más cuca de todas, y la Playa de la Isla. En esta zona hay hoteles y urbanizaciones de apartamentos que invitan a vivir allí.
5. El Alamillo. Hacia el nordeste desde Puerto de Mazarrón, camino de Cartagena, nos encontramos esta localidad, que tiene una playa con piedras, pero que parece muy tranquila. El paseo junto al mar en esta zona se antoja muy apetecible.
6. Isla Plana. Siguiendo por la costa nos encontramos con este pequeño poblado, que tiene una playa de medio kilómetro, con arena y gravilla, además de algunas calas. Parece ideal para vivir en invierno, pues cuenta con tiendecitas y servicios que permanecen abiertos durante todo el año. Pasando por él se respira calma.
7. La Azohía. Y siguiendo hacia Cabo Tiñoso se llega a La Azohía, otro pueblito que también comparte bahía con Mazarrón, aunque administrativamente pertenece a Cartagena, y que tiene una playa larga, con piedras, que hace ángulo, con un paseo magnífico para los pies o las bicicletas. Apetece sentarse en las terrazas de los bares a contemplar la puesta del sol. Un lugar recóndito donde nadie te buscará.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Siete lugares de un viaje a Portugal

Del 9 al 16 de agosto de 2018 visitamos la costa de Portugal y aprovechamos para conocer algunas ciudades del país luso.
1. Playa de Barra/Costa Nova. La idea era pasar la mayor parte del tiempo en la Playa de Barra, por eso nos alojamos casi todos los días en el Hotel Farol, que se encuentra junto al faro más alto de Portugal. La playa es un arenal ancho y largo, tiene dunas y está bien cuidada. En agosto hay muchos bañistas, que usan siempre cortavientos para estar tumbados en la playa, pues hace algo de viento, pero no es exagerado. Toda la zona de Praia de Barra está dedicada al turismo, es tranquila y acogedora. Allí cenamos un día en el Restaurante Corte Real, donde pedimos una mariscada. El problema es que veníamos de Galicia. No es lo mismo. Hablando de gastronomía, nos sorprendieron las tripas, que son tortitas enrolladas rellenas normalmente de chocolate y espolvoreadas con canela. Desde la Praia de Barra, si sigues andando hacia el sur llegas a Costa Nova, famosa por los palheiros de los pescadores, que son preciosas casitas de colores. No hay sólo tres, como se ve siempre en las fotos. Hay muchas en un gran paseo, que tiene en su frente la Ría de Aveiro y a sus espaldas el Océano Atlántico. Allí encontrarás también una caseta que funciona como oficina de turismo y donde un chico nos atendió muy bien y nos dio buenas ideas.
2. Aveiro. Esta ciudad se encuentra a muy pocos kilómetros de la Praia de Barra, hacia el interior. Es muy turística, por su casco histórico, con las típicas casas que utilizaban los pescadores, los edificios modernistas y sus canales, que servían otrora para transportar la sal en sus característicos barcos, los moliceiros, que ahora se utilizan para dar una vuelta recreativa a los visitantes. Por diez euros paseas por los canales, te cuentan la historia de la ciudad y puedes verla casi toda en un ratito. En la plaza del 14 de julio, que está siempre muy animada y se encuentra al lado del canal, comimos en La Tasquinha do Leitao, donde el plato típico, que cocinan muy bien, es el cochinillo, servido con naranja y patatas chip. También puedes probar los ovos moles, típico dulce (demasiado dulce) de la ciudad.
3. Águeda. Cerca de Aveiro encontramos esta localidad, que se ha hecho famosa por haber colocado cubriendo sus calles sombrillas de colores que resguardan del sol a los transeúntes y, a la vez, hacen bonito. Además, en algunas calles han colocado globos en lugar de sombrillas y en otras cintas de colores. Entramos en el Ayuntamiento a preguntar y una chica muy amable nos dio un plano con la localización no sólo los globos, sombrillas y cintas, sino también de numerosas obras de arte urbano (pinturas y esculturas). Muchos bancos para sentarse estaban también pintados en chillones colores. La ciudad no tiene mucho más, pero ha conseguido que numerosos turistas la visiten, pues ha quedado muy cuqui.
4. Guimaraes. Es esta una ciudad que tiene un casco histórico medieval muy bien conservado. Lo visitamos siguiendo un plano que nos facilitaron en la oficina de turismo. Está lleno de palacios, iglesias y conventos góticos, casas tradicionales y deliciosas plazas con rincones que te sorprenden. También hay muchos restaurantes que ofrecen los más típicos platos de la cocina portuguesa. En la plaza Largo da Oliveira había muy buen ambiente, con muchas terrazas, todas llenas, pero las campanas de la Iglesia de Nuestra Señora de Oliveira suenan cada cuarto de hora y además tenían puesta música muy alta que era bastante molesta. Sin embargo, decidimos cenar allí, así que nos sentamos dentro de un restaurante, pero junto a la ventana, que era como estar en la calle, pero más romántico. Probamos allí la francesinha, sandwich relleno de todo y cubierto de queso fundido. Una bomba. También probamos la alheira, que es un chorizo largo relleno de carne de cerdo y pollo, que tiene además su ajito, su pimentón y sus especias. La cerveza portuguesa acompañó. Una cena muy "light".
5. Coimbra. Una ciudad muy "paseable", pues hay en ella un enorme y hermoso parque que bordea el río Mondego, desde donde se pueden contemplar grandes fuentes que realizan bonitos juegos de agua y que están instaladas en el propio río. Coimbra también tiene partes muy hermosas que no pudimos recorrer a pie, como la zona de la Universidad. Sólo nos dio tiempo a entrar en la ciudad antigua por la Plaza de Portagem, donde encontramos una preciosa tienda de latas de conservas personalizadas en la que compramos algunas. Siguiendo por la calle Ferreira Borges, que es peatonal y en la que actuaban músicos callejeros, llegamos a la Plaza 8 de Mayo, con su Iglesia de la Santa Cruz. En un café que está adosado a la iglesia nos sentamos a tomar un plato de jamón y queso (malísimo todo, para turistas poco avezados) y una cerveza, mientras un grupo gallego de música folk amenizaba la velada.
6. Oporto. A Oporto tuvimos que ir dos días, porque es una gran urbe. Situada a orillas del río Duero, toda ella tiene un aspecto decadente, con sus callejuelas llenas de edificios históricos desconchados y sus zonas residenciales con villas señoriales. Dimos un par de vueltas en los autobuses turísticos que salían de la Plaza de la Libertad, con su estatua del Rey Pedro IV. Así nos hicimos una idea de la ciudad monumental y de Vilanova de Gaia, la cuna del vino de Oporto. Imprescindible bajar al distrito de Ribera, uno de los más bonitos, para tomar un barco y ver los siete puentes, sobre todo el puente Luis I, al que subimos andando. Comimos en un pequeño restaurante a la orilla del río, tan cerca, que una gaviota nos robó el pan. Característicos son los azulejos del interior de la estación de tren de San Bento y de la fachada de ciertos edificios. Si quieres ver la famosa librería de Harry Potter, tendrás que hacer cola durante horas y te cobrarán por entrar. También debes pasear por la rúa Santa Catarina, la principal arteria comercial de Oporto. Las iglesias no nos interesan mucho, aunque entre dos de ellas se puede ver la casa más estrecha del mundo, dicen. Vimos por fuera la Torre de los Clérigos y la Catedral, pero también nos dio tiempo a sentarnos en las terrazas de los restaurantes y probar el bacalao.
7. Lisboa. Para terminar nuestra estancia en Portugal viajamos hacia el sur. En la capital del país luso nos alojamos en el Hotel Mundial, un cuatro estrellas muy cómodo situado en La Baixa. Para empezar, nos trasladamos hasta la Torre de Belém. En el hotel nos habían recomendado el tranvía, pero un 15 de agosto las colas para este medio de transporte eran interminables, así que nos decidimos por el taxi, que nos acercó allí en diez minutos. Tras esperar casi dos horas pudimos acceder a la bella torre, y hacer bonitas fotografías del Tajo. De vuelta, subimos en taxi hasta el castillo de San Jorge, que estaba abarrotado, y bajamos andando por las callejas del barrio de Alfama, parando en los miradores, que ofrecen espectaculares vistas de la ciudad y de la desembocadura del río. En el mirador Portas do Sol descansamos para tomar una cerveza y una tapa. Es esta la zona más bonita y típica de Lisboa, y tiene multitud de pequeños restaurantes y bares donde comer acompañados por música de fado. Al llegar abajo entramos en la catedral y paramos en la Plaza del Comercio, donde en un quiosco tomamos la famosa ginjinha, que es un licor de cerezas. Es esta una gran plaza cuya curiosidad es que uno de sus cuatro lados da al río Tajo. Por el barrio de La Baixa paseamos por la Rúa da Prata y por la Rúa Áurea, donde probamos los famosos pasteles de nata, que están buenísimos. También paramos en un restaurante a comer sardinas. Las piernas no nos daban para más, así que decidimos no subir al barrio de Chiado ni al barrio Alto y volvimos a España con ganas de regresar.

jueves, 25 de octubre de 2018

Siete lugares de un viaje a Nigrán

Entre el 12 y el 20 de julio de 2018 pasamos unos días de relax y turismo en el concello de Nigrán, al sur de la provincia de Pontevedra, junto a la ría de Vigo. Vamos a recordar los lugares que visitamos sin ser exhaustivos.
1. Nigrán. Es este el nombre del concello y el de una de las parroquias. Nos alojamos en el Hotel Miramar, de tres estrellas justitas, pero muy bien situado, a escasos metros de la grandiosa Playa América, que nunca se llena por mucho turismo que haya y que tiene unas de las mejores puestas de sol que he visto. En el paseo de más de un kilómetro que bordea la playa se encontraba instalado un mercadillo de artesanía. También se celebró un festival de música. A la izquierda vemos el Monte Lourido y, enfrente, las islas Estelas. Muy cerca se puede comer en numerosos bares y restaurantes. Destacaré la Jamonería Serrano, que está siempre llena y es por algo. Otro sitio donde se come muy bien es La Galería, con cocina fina y atención inmejorable. O Xantar de Marina está muy cerca y también es recomendable. Visitamos también las cafeterías Concordia y Arealoara, que no están tan bien, aunque en Galicia es difícil que comas mal en algún sitio.
2. Panxón. En un precioso paseo por la Playa de América se llega a la parroquia de Panxón, famosa por su arco visigodo y por el templo votivo, de muy curiosa arquitectura. En la misma parroquia puedes subir a Monteferro, que tiene un estupendo bosque desde donde tendrás unas magníficas vistas del mar, de las islas Estelas y de las Cíes, si el día está despejado. Allí se encuentra también el Monumento a la Marina Universal. Abajo, junto al puerto, paramos varias veces a tomar sardinas, pimientos de Padrón y albariño en el Mesón O Peirao. La Playa de Panxón, continuación de la Playa América, sería un lugar ideal para alquilar un apartamento durante los meses de verano.
3. San Pedro de la Ramallosa. Al otro lado de la Playa de América nos encontramos con esta parroquia, en la que podemos ver una ermita y un precioso puente románico, desde donde contemplar las marismas de la desembocadura del Río Miñor, muy bonitas cuando baja la marea. Aquí fuimos a comprar a un centro comercial y visitamos el Pazo Pías, que en la actualidad es un albergue y hostal. Las instalaciones parecen buenas y tiene un jardín grande y bien cuidado en el que vimos un curioso hórreo de dos plantas.
4. Baiona. Tumbado en la Playa de América ves a tu izquierda un pueblo con un castillo. Es Baiona o Bayona en castellano. El castillo es una magnífica fortaleza que contiene en su interior el parador de turismo. Por un precio módico puedes dar una vuelta por la muralla y contemplar las estupendas vistas. En el puerto de Baiona está también la oficina de turismo y puedes visitar el interior de una reproducción de la carabela Pinta, que pasó por allí. El casco antiguo del pueblo está muy bien conservado y es interesante. Recomiendo sentarse a tomar algo en la Boquería. También probamos la carta del restaurante Pedro Madruga, más fino, junto al mar, pero con una mala relación calidad/precio, en mi opinión. Agradable resulta la excursión hasta el área recreativa de la Virgen de la Roca, una enorme escultura por cuyo interior puedes subir para que la Virgen te tome en sus brazos mientras observas el mar. Ya alejado del pueblo, pero dentro del mismo término municipal, el mirador desde el faro Silleiro te permite observar el Océano Atlántico y el agreste paisaje de la costa.
5. A Guarda. Bordeando la costa hacia el sur desde Nigrán, en un placentero viaje junto al mar, llegas a La Guardia. Allí subimos al Monte de Santa Tecla donde, en una visita guiada, te enseñan muy bien el castro y su museo. Puedes entrar también en la capilla y subir a la cima, que tiene unas vistas espectaculares de la desembocadura del Miño. El pueblo es más bonito de lo que te esperas, sobre todo cerca del puerto. Allí tomamos una mariscada de lujo en el restaurante Os Remos. Nos enamoramos tanto de A Guarda que volvimos varias veces a tomar el sol en las playas fluviales de A Lamiña y O Muiño, muy tranquilas. Eso sí, el agua estaba helada.
6. Tui. Tierra adentro, en la frontera con Portugal encontramos la bella villa de Tui o Tuy. Su casco antiguo y el paseo junto al río están muy bien cuidados y merecen la pena. La catedral, originalmente románica, aunque modificada durante los siglos, es impresionante. Por cuatro euros puedes visitarla con una audioguía. Imprescindible el claustro y las vistas del Miño desde lo alto de sus muros.
7. Valença do Minho. Junto a Tuy, pero al otro lado de la frontera portuguesa, se encuentra esta villa, que todavía mantiene muchos comercios de ropa, toallas, mantelerías, porcelana, licores o joyas, reminiscencias de la época en que en Portugal los precios eran mucho más baratos que ahora. El pueblo no está mal, pues tiene algunas bonitas casas señoriales. Destaca la muralla que lo rodea, a la que llaman fortaleza. Sin embargo, en la oficina de turismo no nos trataron con la amabilidad características de las oficinas de turismo españolas. Pillaríamos un mal día.

martes, 16 de octubre de 2018

Siete lugares de un viaje a Bélgica

Del 16 al 20 de junio de 2018 relizamos un viaje por Bélgica al que la agencia llamaba "Flandes soñado con encanto". La verdad es que sí encontré el encanto en el país de los flamencos. Recordaré aquí las ciudades y lugares que visitamos.
1. Bruselas. El avión te deja en un aeropuerto larguísimo, del que se tardan veinte minutos en salir andando. El hotel Sofitel, de cinco estrellas, está situado en el barrio europeo, que es donde se encuentra la sede de varios organismos de la UE. Es un magnífico y comodísimo alojamiento, situado en la Plaza Jourdan, muy animada por bares y restaurantes. Sin embargo, lo primero que hicimos fue probar las famosas patatas fritas de Madame Antoine, que tiene un quiosco en el centro de la plaza. No son tan buenas como los belgas creen. Después, al vernos mirar un mapa, se acercaron a nosotros dos españoles muy amables que trabajaban en las instituciones europeas y nos contaron cómo se vive en Bruselas. El paseo por la ciudad una soleada tarde de sábado fue muy bonito. Pasamos por el Parque Leopoldo, por el Parlamento Europeo, por el Parque Monts des Arts, por el Palacio Real, la Place Royal, con sus museos, y el barrio Sablon, muy fino y elegante, con sus galerías de arte. Entramos también en el museo del cómic. En el centro histórico comimos, ya tarde, en el restaurante italiano Sole d'Italia, donde pedimos, además de pizza, los famosos mejillones con patatas fritas belgas, que son mucho más pequeños que los gallegos y no tan sabrosos. Al día siguiente, y ya en visita guiada, vimos la gran plaza, preciosa y sorprendente, el centro histórico y el pequeño Manneken Pis. También tomamos un goffre, que debía estar hecho para turistas, porque no era nada bueno. Nos dieron de comer un menú turístico: sopa de tomate y albóndigas con tomate también. El atomium se encuentra a las afueras de la ciudad. Lo visitamos, pero nos quedamos con ganas de ver su interior.
2. Lovaina. Es esta una ciudad universitaria y se nota. Para empezar, visitamos el beaterio o beguinario, que es enorme y en la actualidad está dedicado a residencia de estudiantes. Las casitas que lo componen se encuentran alrededor de un río y surcadas de canales, por lo que el verdor se asoma y te envuelve. En la plaza Oude Markt, vimos, según la guía turística, la barra más larga del mundo, que conecta todos los bares ubicados en ella. En la plaza mayor, el Ayuntamiento sorprende al visistante sureño, por su recargado estilo, que recuerda al colegio Hogwarts, de magia y hechicería. Finalmente visitamos uno de los colegios que sirven de residencia a los estudiantes, y nos empapamos del joven ambiente de la ciudad.
3. Malinas. Otra bella ciudad de Flandes. Merece la pena detenerse observando los edificios de la Plaza Mayor, sobre todo los que forman el Ayuntamiento, y la catedral, muy interesante, de la que me sorprendió el enorme púlpito de madera, que cuenta toda una historia. En un paseo por sus calles pudimos ver el toisón de oro en varios edificios, y nos contaron la historia de los españoles en la región. Allí mismo visitamos la fábrica de cerveza Het Anker, donde destilan la cerveza Gouden Carolus (dedicada a Carlos V). La visita incluía una degustación, que nos dio pie a seguir probando distintos tipos de cerveza en las siguientes ciudades que visitamos.
4. Amberes. La visita a esta ciudad comenzó a la orilla del río para continuar por la plaza Groenplaats, que tiene una estatua de Rubens, la plaza mayor, con la estatua del centurión que cortó la mano del gigante (buscad la leyenda) y la plaza de la catedral. A esas alturas ya estábamos familiarizados con lo "flamenco". Amberes es una gran ciudad, de medio millón de habitantes, con sus calles comerciales, por las que paseamos. Anduvimos por Schoenmarkt, donde vimos una minúscula iglesia muy antigua y muy recargada. En la calle peatonal Schrijnwerkersstraat, llena de comercios, tomamos un tentempié en el salón de té Desire de Lille.
5. Gante. Es esta una ciudad que, según Pascuale, el guía que nos paseó por sus calles, no ha querido ser patrimonio de la humanidad, para no estar supeditada a estrictas normas de conservación. Sin embargo contiene multitud de monumentos que te sorprenden a la vuelta de cada esquina. El río que la atraviesa le da un aire romántico. Su catedral es impresionante, y contiene el famoso tríptico de la adoración del cordero místico. En Gante nos alojamos en el Sandton Grand Hotel Reylof, un enorme y precioso hotel del centro de la ciudad, que tiene las mejores almohadas en las que mi cabeza haya descansado nunca.
6. Castillo de Ooidonk. Cerca de Gante se encuentra este impresionante edificio rodeado de agua y jardines, donde se respira paz. En una visita guiada puedes conocer (en fotos y cuadros) a la familia de condes propietaria del mismo, que parece que son amiguetes de los reyes de Bélgica, porque tienen fotos posando con ellos. Está amueblado con bastante gusto, aunque un poquito recargado, y puedes imaginarte la vida de la gente con dinero.
7. Brujas. La última parada de nuestro viaje fue esta bella ciudad, llena de canales, por los que es imprescindible dar una vuelta en barco. El hotel de Brujas se llamaba Oud Huis De Peellaert y también era magnífico; bello por fuera, cómodo por dentro y situado en el centro histórico. La Plaza mayor sorprende al visitante por la arquitectura de sus típicos edificios. Dentro de uno de ellos comimos en un restaurante situado en los bajos. Allí probamos la cerveza Cuack, que se bebe en un característico vaso muy alargado. En la Plaza Burg está el Ayuntamiento, precioso. Allí nos sentamos en el café Tompouce a tomar la muy rica cerveza Leffe, de la que probamos la rubia y la oscura. Otra cerveza buenísima, pero con mucha graduación, que también bebimos, es la Karmeliet. Visitamos el beaterio, con sus casitas blancas, muy bien conservado. Pero todo paseo por Brujas es bonito y romántico. Caminas por calles de adoquines, cruzando puentecitos, oyendo el rumor del agua y rodeado de edificios antiquísimos. Nos planteamos cenar en un restaurante con un poco de calidad y elegimos el Matinée, donde probamos por fin unos buenos mejillones y un buen gofre. Para acabar nuestro viaje decidimos subir los 365 escalones de la torre Belfort, y mereció la pena, pues contemplamos las mejores vistas de la ciudad.

miércoles, 3 de octubre de 2018

Siete lugares de Santa Pola

Del 27 al 29 de abril de 2018 visité de nuevo el pueblo turístico de Santa Pola, en Alicante, que es uno de los que más me gusta de la costa mediterránea. Siempre tiene un buen ambiente y es bastante acogedor. Voy a relacionar siete lugares que puedes visitar de esta población.
1. Calas de Santiago Bernabéu. Son una serie de playitas con arena natural, no muy fina, pero muy cómodas para el baño. Suelo quedarme en la primera de ellas, pues en sus proximidades encuentras numerosos bares y restaurantes.
2. Gran Playa. Efectivamente, es grande de narices, sobre todo ancha. Se trata de la playa más cercana al centro del pueblo. Mide un kilómetro de largo y en verano hay muchísima gente. Pero se ve que está muy bien adaptada para que todo el mundo pueda disfrutar del mar y el calorcito.
3. Puerto. Todas las tardes que paso en Santa Pola me resulta imprescindible dar un paseo por el puerto. Allí se encuentran ubicados restaurantes de todo tipo. El típico burguer americano, el restaurante de pintxos, otro más fino, de comida mediterránea, mexicano, marisquería, etc. En un ambiente agradable y festivo, te acordarás de que estás de vacaciones. También en el mismo puerto se suelen celebrar ferias relacionadas con la náutica.
4. Hotel Polamar. Lo mejor que se puede decir de este hotel de tres estrellas es que está a pie de playa, en la primera cala de Santiago Bernabéu, junto al Ayuntamiento. No tiene un gran servicio, no tiene unas habitaciones estupendas, el desayuno es regulero. Sin embargo, la oferta de hoteles en Santa Pola es muy escasa, así que ya hemos visitado el hotel numerosas veces.
5. Calle del Muelle. Si quieres ver escaparates, es una muy buena opción pasear por esta calle, que va desde el puerto hasta la Plaza de la Glorieta. Aquí verás tiendas de todo tipo y algunos bares interesantes.
6. Castillo. Y en la Plaza de la Glorieta nos encontramos el castillo-fortaleza, que data del siglo XVI. Es cuadrado y en su gran patio de armas he visto que se celebraban conciertos y mítines de partidos políticos. Sorprende su buena conservación y su ubicación en un lugar tan céntrico. Actualmente se usa como centro cultural, museo del mar y de la pesca y sala de exposiciones. En uno de sus rincones encontrarás una pequeña capilla.
7. Avenida de Santiago Bernabéu. Si quieres pasear tranquilamente, la mejor opción es salir del pueblo por el norte y seguir el paseo que se encuentra en esta avenida. A la izquierda tendrás las playitas y a la derecha urbanizaciones de pisos y chalés, algunos de bastante lujo. Los aromas marinos y la tranquilidad que se respira te cargarán las pilas.

lunes, 24 de septiembre de 2018

Siete lugares de Águilas

En la Semana Santa de 2018, desde el 25 al 30 de Marzo, pasamos unas relajadas vacaciones en la población murciana de Águilas, que ya he visitado varias veces y me parece un sitio muy amigable. Aquí os dejo siete lugares que me gustan del pueblo natal de Don Francisco Rabal.
1. Playa de Poniente. Esta gran playa familiar se extiende un kilómetro desde la punta del Castillo hasta el puerto deportivo Juan Montiel. La playa es de arena más o menos fina y tiene cuarenta o cincuenta metros de ancho, así que es difícil que se llene. Por toda ella se extiende un paseo marítimo, pero apenas encontrarás en él tiendas de flotadores o bares para tomarte algo.
2. Playa de las Delicias. La otra gran playa de Águilas se orienta al sur y va desde el puerto hasta la Punta de la Aguilica. Está junto al centro del pueblo por lo que aquí sí hay más lugares de ocio cercanos en el paseo marítimo que la rodea, pero también encontrarás muchos bañistas, lo que puede resultar algo incómodo.
3. Playa de los Cocederos y Playa de La Carolina. A unos seis kilómetros del centro urbano, hacia el sur, se encuentran estas dos pequeñas playas contiguas, que son las más meridionales de la región de Murcia y que, junto con Calarreona y la Higuerica, forman el paraje conocido como Las Cuatro Calas. Sus aguas cristalinas y su estado semisalvaje proporcionan paz al viajero, salvo en aquellos meses en los que la afluencia de bañistas es demasiado grande.
4. Rincón del Hornillo. Efectivamente, es este un pequeño rincón del pueblo que hay que saber encontrar. A un lado, la escalinata artesanal y las estatuas, todo ello de un mosaico que recuerda a Gaudí. Al otro lado, la pequeña playa. Seguro que haces muchas fotos.
5. Centro histórico. La Plaza de España es el centro neurálgico de la ciudad, donde confluyen las principales calles. Contiene unos bellos jardines con una fuente en el centro. El Ayuntamiento y la iglesia parroquial se encuentran en este lugar. Allí puedes tomar algo en cualquiera de los bares. Desde este punto puedes visitar el puerto y subir hasta el castillo para contemplar las vistas, en un agradable paseo que debes iniciar cuando no haga demasiado calor.
6. Hotel Puerto Juan Montiel. En el extremo de la playa de Poniente se encuentra este hotel de cuatro estrellas situado junto a un pequeño puerto deportivo. Las instalaciones son buenas, aunque quizá se están quedando anticuadas, la comida esta bien y te atienden con pulcritud. Si subes al spa situado en la azotea tienes magníficas vistas desde los jacuzzis, pero últimamente hemos notado que lo tienen algo abandonado.
7. Restaurantes. Recomendaré encarecidamente El Pimiento, taberna decorada al estilo andaluz que se encuentra en dos locales enfrentados en una calle peatonal con escaleras. Hay que llegar pronto porque se llena muy rápido y no reservan. Comimos caracoles y fritada de hígado. Delicioso y muy barato. Otro día cenamos en El Faro, más elegante pero ni de lejos tan bueno, y mucho más caro. No obstante, los mejillones, el pulpo y el revuelto de setas y vieiras estaban buenos. Otro lugar donde se puede tapear es El Tiburón.

martes, 11 de septiembre de 2018

Siete lugares de Pedraza

El 10 de marzo de 2018 viajé a Pedraza para pasar un día de asueto y probar su gastronomía. Aquí dejo lo que me quedó de mi estancia en este bonito pueblo Segoviano. Como siempre, no soy exhaustivo ni concienzudo. Simplemente relato lo que experimenté como turista tranquilo.
1. Plaza mayor. Una plaza diáfana, con sus casas con escudos nobiliarios, su Ayuntamiento, su iglesia, sus bares, sus restaurantes. Todo muy limpio y medieval, con soportales, balcones, suelo empedrado y un tono marrón uniforme que ofrece paz al visitante. Para muchos, a pesar de su forma irregular, es una de las plazas más bonitas que se pueden visitar en España.
2. Restaurante El Yantar de Pedraza. En la misma Plaza Mayor comimos en la mesa que se ve en la fotografía al fondo a la izquierda, cerca de los ventanales. Es un lugar grande pero acogedor en el que intentan un poquito más que servirte el típico cordero que, por cierto, lo hacen muy bien. Además del lechazo comimos ensalada de pimientos, revuelto de setas, patatas revolconas (que tenían el torrezno algo duro para mi gusto) y unos curiosos paragüitas de hongos. Los postres caseros y el servicio adecuado. Claro que fuimos un día de marzo en el que había pocos clientes. A estos restaurantes hay que probarlos en temporada alta.
3. Castillo. Antes de ir al castillo, que está a las afueras del pueblo, preguntamos en la oficina de turismo a qué hora lo abrían. Nos dijeron que a las seis, pero a las seis no lo abrieron, y bastantes personas concentradas en la puerta del castillo nos quedamos con dos palmos de narices. Mala coordinación. No obstante, esta edificación medieval se encuentra en un entorno magnífico, rodeado de campos y con unas vistas estupendas. En su interior se ha instalado el museo Zuloaga, pues este pintor compró el castillo en 1926. También celebran bodas y eventos. Todo muy medieval.
4. Cárcel de la Villa. A la entrada del pueblo se encuentra este pequeño edificio que tiene mucho que contarnos. En una visita guiada te harás una ligera idea del sufrimiento de los que allí fueron encarcelados. Conocerás el hacinamiento en las celdas de madera (15 presos en 10 metros cuadrados), la tortura, los cepos para retener a los prisioneros o la manera en la que los internos del piso de arriba podían defecar sobre los más peligrosos, que se encontraban encerrados en el piso inferior. Estos últimos eran arrojados a la celda desde varios metros de altura, lo que les provocaba roturas de miembros. Todo bastante sobrecogedor e interesante. Puedes ver también cómo era la vivienda del carcelero. Saldrás por un momento trasladado al siglo XIII.
5. La Tahona de Pedraza. Si queréis complar los dulces típicos del pueblo, como los soplillos, os recomiendo esta panadería, que creo está situada en la calle Calzada. No recomiendo el horno que se encuentra en la calle Real, 9, porque no te tratan con la amabilidad que deberían.
6. Puerta de la villa. La única manera de entrar a Pedraza con un vehículo es a través de esta puerta, situada en el mismo torreón que la cárcel. Reformada en el siglo XVI, destacan sus preciosos portones de madera negra que pueden ser cerrados para sellar la villa.
7. La Tienda Artesanía y Color. Un paseo por la Calle Mayor de Pedraza siempre resulta entretenido. Si vas sin prisa, en el número 4 encontrarás esta tienda, que en sus dos pisos ofrece desde los más típicos souvenirs de la zona hasta los objetos más raros y fuera de lugar, pasando por aperos de oficios antiguos y toda una serie de cacharros servibles e inservibles.