lunes, 23 de julio de 2018

Siete libros del boom latinoamericano

El boom latinoamericano fue en fenómeno que surgió en los años sesenta del siglo XX, en el que se mezclan autores variopintos, dependiendo del cronista. Aquí lo vamos a usar como excusa para hablar de varios libros que me parecen imprescindibles.

1. Sobre héroes y tumbas. Ernesto Sábato (1961). Es imposible explicar el argumento de una novela como esta, pues a veces parece que no dice nada y otras veces te lo está diciendo todo. Es una narración que en ciertos momentos puede parecer deslavazada y que me recuerda en eso a Kafka o a Henry Miller, pero que completa su círculo de manera magistral. Es una historia de ¿amor? entre Martín y Alejandra, pero es más. Es la historia de una familia en progresiva decadencia, que puede recordar a García Márquez, pero es mucho más. Es surrealista pero también es existencialista. Desde que leí el "Informe sobre ciegos" que incluye la novela soy otra persona. Recomiendo la lectura de la obra de ficción completa de Sábato, que incluye El Túnel y Abbadón el Exterminador.

2. Rayuela. Julio Cortázar (1963). Una de las novelas más originales que se pueden leer es también una de las mejores. Su estructura de escenas sueltas, como el cine de Tarantino, permite comenzarla en el principio y acabarla en el final, pero también puedes terminar en un determinado capítulo o saltar de uno a otro según la secuencia que recomienda el autor. Es surrealista, caótica, como la vida, pero también introspectiva, pues buena parte de la misma es relatada por su protagonista, Horacio Oliveira. Lo normal es no entenderla a la primera. Ni del todo a la segunda, me temo. Pero nunca se olvida. Y siempre se puede acudir a ella para leer un capítulo suelto. Otras obras que recomiendo de Cortázar son 62 Modelo para armar, Bestiario, Historias de cronopios y de famas, Final del juego, Las armas secretas y Todos los fuegos el fuego.

3. La ciudad y los perros. Mario Vargas Llosa (1963). La primera novela del nobel peruano fue también la primera de él que leí y me sorprendió gratamente. Supuestamente realista pero también muy simbólica en un sentido sociológico, en ella encontramos la maestría en el dominio del castellano que perdurará en toda la obra de Vargas Llosa. La ciudad es Lima y los perros son los cadetes más jóvenes de una academia militar de la capital del Perú. Todo hombre que haya sido adolescente se verá reflejado en el carácter, las cuitas y las andanzas de El Poeta, El Jaguar o El Esclavo, o en todos ellos. Un autor que te atrapa siempre. Muy recomendables también Los jefes, Los cachorros, La casa verde, Conversación en la Catedral, Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor, La guerra del fin del mundo, Historia de Mayta, Elogio de la madrastra, La fiesta del Chivo y El héroe discreto.

4. Cien años de soledad. Gabriel García Márquez (1967). Esta es la novela. Su lectura es obligatoria, pues forma parte del patrimonio consciente colectivo de la humanidad. Narra la historia de un pueblo llamado Macondo y de una familia de apellido Buendía, como el mío. Pero en esta epopeya casi bíblica, la soledad del título y la falta de capacidad de amar me parecen realmente el tema central. En ella se encuentra el realismo mágico en todo su esplendor, insertando lo mágico en lo cotidiano. No hay que dejarse aturullar por la cantidad de Aurelianos y José Arcadios, que suponen simplemente un divertimento más. Es lo mejor que se ha escrito nunca en castellano, con permiso del Quijote, por eso se puede paladear cada párrafo, del primero al último. Otros trabajos del premio nobel colombiano que también recomiendo encarecidamente son El coronel no tiene quien le escriba, El otoño del patriarca, Crónica de una muerta anunciada, El amor en los tiempos del cólera, El general en su laberinto, Memoria de mis putas tristes, Relato de un náufrago, Noticia de un secuestro, De viaje por Europa del Este y Vivir para contarla.

5. Tres tristes tigres. Guillermo Cabrera Infante (1967). Dentro de los experimentos del boom encontramos esta novela que no está escrita en español, sino en cubano, en la que se cuentan las andanzas de tres amigos durante una noche por La Habana de 1958. Podrás hallar en ella una serie de capítulos a priori inconexos entre sí, pero que te introducen hipnóticamente en el calor, la humedad, el trapicheo, el alcohol y, en general, en el mosaico de la vida nocturna de la capital cubana. El autor demuestra su dominio de la lengua para, con una serie de técnicas, modismos y trucos, engendrar este arrollador discurso tropical, que a veces te atropella. Humorística y procaz, es gracioso recordar cómo fue prohibida por el régimen comunista cubano y recortada por el franquista.

6. La casa de los espíritus. Isabel Allende (1982). En una época posterior al boom, pero dentro del realismo mágico, se escribió esta novela, que narra las peripecias de varias generaciones de la familia Trueba. Influenciada notablemente por Cien años de soledad, pero con los pies más en la tierra, es un magnífico relato que te atrapa desde el principio. Aunque los hombres parecen los protagonistas, la historia de Nívea, Clara, Blanca y Alba es la de unas mujeres con ideas propias, en una época y un lugar donde la sociedad no se las concedía, un país muy parecido al Chile del siglo XX. Otra obra de esta autora que me gustó fue La isla bajo el mar.

7. Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Pablo Neruda (1924). Escrito cuarenta años antes del boom y no siendo una novela sino un librito de poemas, mucho más romántico e incluso modernista que moderno, no puedo resistirme a incluir a Neruda entre mis autores latinoamericanos favoritos. Parece mentira el dominio del verso alejandrino y la introspección que consiguió un muchacho de menos de veinte años para lograr escribir un clásico. "Me gusta cuando callas" o "Puedo escribir los versos" forman parte del acervo cultural de la humanidad y todos deberíamos conocerlos. Hazlo, que cuesta muy poco.

domingo, 1 de julio de 2018

Siete nociones clave sobre la verdad

Vamos a aprender algo sobre la verdad, un concepto con muchos matices:

1. Definición de la verdad. La verdad es la correspondencia entre lo que afirmamos y lo que pensamos, sentimos o sabemos. La verdad es la interpretación mental de la realidad transmitida por los sentidos. Pero esa interpretación mental incluye creencias, valores y la consciencia, que filtran la verdad a través de nuestra subjetividad, construyendo una verdad para cada uno de nosotros. También podemos decir, como Aristóteles y Popper, que la verdad es la correspondencia entre una proposición y los hechos (o la realidad). Pero aprendemos a ver la realidad seleccionando los mensajes que llegan a nuestro conocimiento subjetivo de esa realidad, por lo que en la mayoría de los casos debemos conformarnos con llegar lo más cerca posible de una verdad que no podemos poseer completamente.

2. La verdad como conocimiento superior. La alegoría de la caverna de Platón nos enseña que el mundo se presenta ante cada ser humano de una forma distinta. Esta interpretación personal se define a través de la carga biológica y las creencias culturales. No obstante, dichas representaciones no capturan realmente la esencia de las cosas, y la mayor parte de las personas viven en un mundo de relativa ignorancia. El ser humano debe enfrentarse al miedo a cegarse, debe salir de la cueva y ver el mundo bajo el prisma de la razón, para acercarse a la verdad.

3. La verdad absoluta es peligrosa. La verdad absoluta es aquella cuyas proposiciones son verdaderas para todas las culturas y eras, aún si las personas que viven en ellas no lo saben. Cuidado con esto, porque la verdad absoluta muchas veces contiene la idea de Dios. Pero como para cada cultura existe un Dios absolutamente verdadero, hay que convencer a los demás de que tu Dios es el único y legítimo. Y hay que convencerlos, si es necesario, a garrotazos. Las religiones siempre desconfían del relativista, de aquel que piensa que la verdad depende del punto de vista. Aunque creamos haber encontrado la verdad, lo más probable es que, a la vuelta de la esquina, exista otra verdad distinta que nos sorprenderá.

4. La verdad versus la libertad. En teoría, los seres humanos debemos ser fieles a la verdad para alcanzar la libertad. Pero verdad y libertad, desde Kant, pueden entrar en contradicción. Este filósofo afirmaba que el hombre es libre porque la razón práctica le dice que existe una realidad objetiva, cual es la ley moral, que obliga a los hombres a actuar de una determinada manera. Pero esta verdad está supeditada a la existencia de Dios, por lo que, sin la existencia de Dios ni de la inmortalidad del alma, la ley moral sería una pura ilusión de la razón práctica. ¿Cómo os quedáis? Yo me quedo picueto con estas cábalas.

5. La verdad pertenece a quien ostenta el poder. Siempre se ha dicho que la historia la escriben los vencedores. En los conflictos, cada una de las partes implicadas ha luchado defendiendo una verdad en la que "firmemente" creían. El que vence en la guerra demuestra que "su" verdad era la verdad objetiva, la que no se puede discutir. Cuando los europeos dominaban el mundo era fácil conocer la verdad, que era la que la Iglesia decía. Ahora todo se ha enredado y no tenemos un poder central que nos diga que nosotros somos los buenos y ellos son los malos.

6. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral. Es este el título de un libro muy interesante (que se lee en un ratito) sobre la verdad, escrito por Nietzsche. El filósofo alemán piensa que el hombre no quiere la verdad, lo que quiere es la felicidad. Por eso distingue al hombre racional, que piensa que todo es regular y previsible, lo que le acarrea desgracias, porque el universo es un ente abstracto e irregular, y el hombre intuitivo, para quien la verdad es aquello que le interesa, aquello que le hace feliz. Este último sale mejor parado, porque acepta el cambio y vive la vida con pasión.

7. Más allá de la verdad. Hay quien piensa (Gianni Vattimo) que deberíamos renunciar a la pretensión de basar nuestra concepción del mundo política, social, científica y religiosa en un saber científico objetivo. Teniendo en cuenta que muchos líderes ya no se sienten atados por lo que durante siglos se ha llamado la verdad, y que la ciencia "no piensa", sería deseable basar la verdad en un diálogo social e intercultural abierto y sin condiciones. Este adiós a la verdad sería lo contrario de la política de la posverdad, que supone la apelación a las emociones del pueblo (populismo) basándose en argumentos falaces o directamente falsos, pero no en aras del diálogo, sino de la confrontación y la búsqueda del conflicto. Enfrentar a los pobres de aquí contra los de allá para seguir dominándolos a todos.