martes, 23 de mayo de 2017

Siete lugares de Sepúlveda

Sepúlveda, en la provincia de Segovia, se encuentra en la lista de los pueblos más bonitos de España. Es muy agradable pasar un día recorriendo sus calles y los parajes que la rodean, comiendo bien y saboreando el ambiente castellano que emana de sus calles medievales. Vamos a recordar siete lugares que visité durante mi última estancia allí:
1. Castillo de Fernán González. Situado en la Plaza de España o Plaza Mayor, centro neurálgico del pueblo, sólo quedan de él tres torreones redondos. Sobre el del centro se alza una pequeña espadaña con dos campanas, donde anidan las cigüeñas. Por el nombre que tiene podemos deducir que es una construcción del siglo X, de la época en que Fernán González, conde de Castilla, pasó por estas tierras. Por delante del castillo, y adosado a él, un edificio con reloj y balconada parece esperar a un alcalde que nos dé un discurso o el pregón de las fiestas.
2. La Iglesia de San Bartolomé se encuentra en un montículo. Se accede a ella por una escalinata junto a la que se asienta un crucero. Cuando terminas de subir y llegas a la entrada puedes ver una bonita vista de la plaza mayor. Es una iglesia románica de una nave, que tiene una torre y que se conserva en buenas condiciones después de muchas modificaciones a través de los siglos.
3. Paseando por las calles del pueblo te encuentras la Iglesia de Santiago, románica, que actualmente alberga en su interior la Casa del Parque, que es el centro de interpretación del Parque Natural de las Hoces del río Duratón. Su portada principal es renacentista y conserva una escultura que no es la del Apóstol Santiago, sino la de San Juan Bautista.
4. Restaurante Fogón del Azogue. En un rinconcito de Sepúlveda podemos encontrar este lugar, con una terraza acristalada desde la que se observan estupendas vistas de la ciudad y la comarca que la rodea. Sirven la típica comida de la zona. Por un precio asequible puedes comer bien, sin grandes lujos. El cordero está muy bueno. Los empleados te tratan con cortesía sin agobiar. Recomendable, aunque no hayan descubierto la sopa de ajo.
5. La Iglesia del Salvador se encuentra en un pequeño cerro saliendo del pueblo. Cuesta un poco subir la escalinata hasta allí, pero merece la pena. De estilo románico (incluso prerrománico) y comenzada a construir nada menos que en el siglo XI, fue modificada en varias etapas hasta el XVI. Destaca la galería de arcos en un lado de la iglesia, que fue probablemente construida en el siglo XII y que la distingue de la mayoría de las construcciones religiosas del mismo estilo.
6. No se puede uno marchar de Sepúlveda sin visitar las hoces del río Duratón. Hay que ir en coche por una carretera sin asfaltar hasta una aparcamiento, en el que coges a pie un camino de unos pocos kilómetros desde el que se divisa la vista más típica de las hoces, con los meandros hundidos entre las altas paredes donde nidifican los buitres leonados. Con unos prismáticos puedes ver las majestuosas aves que sobrevuelan al paseante.
7. Al final del camino desde el que podemos ver la parte más conocida de las hoces, y tras atravesar un puente, entramos en la ermita de San Frutos. Se encuentra situada sobre una roca que domina un meandro espectacular, pues su curva es de casi 180 grados. Construida en el siglo XI a partir de un templo visigodo, fue convento de monjes, pero en la actualidad está deshabitada y medio en ruinas. Sin embargo, la vista desde la parte de atrás de la ermita es tan impresionante que, solo por eso, merece la pena el paseo. Procura ir cuando no haya mucha gente o cuando esta sea silenciosa, y escucha los sonidos de la naturaleza, respira el aire y observa todo alrededor. La sensación de paz te acompañará durante días.

lunes, 8 de mayo de 2017

Siete nociones clave sobre El fin del trabajo, de Rifkin

En 1995, el economista Jeremy Rifkin publicó El fin del trabajo, una obra que debería ser el libro de cabecera de muchos de nuestros dirigentes. Vaticina el futuro del trabajo en el mundo y propone soluciones para lo que se nos viene encima. Vamos a intentar resumirlo de manera sencilla:

1. La tercera revolución industrial. La primera revolución industrial comenzó con el motor de vapor y el carbón. La segunda introdujo el petróleo y la electricidad. La tercera revolución industrial es la de los robots y los ordenadores.

2. Las máquinas inteligentes están sustituyendo a los trabajadores en las tareas de producción y administración. Si las primeras tecnologías sustituían los brazos humanos, los nuevos softwares sustituyen las mentes humanas, por lo que no sólo se pierden trabajadores en la industria, sino también en las oficinas. La automatización está ascendiendo por la pirámide laboral, ocupando cada vez más puestos especializados. Las tecnologías de la información ya pueden sustituir a casi todos los mandos intermedios y a muchos directivos.

3. Al sustituir las máquinas a los humanos en el trabajo, las fuentes económicas ya no se deberían haber distribuido sobre la base de las contribuciones a la producción. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX los sindicatos claudicaron. En lugar de pedir jornadas más cortas y mejores niveles salariales, se conformaron con programas de formación, suponiendo que, al reducirse el trabajo para los trabajadores no cualificados, habría más empleo para los que tuviesen un mayor nivel formativo.

4. El declive de la fuerza de trabajo. El futuro es un mundo en el que el trabajo no será el centro del contrato social. No habrá trabajo para la mayoría de los humanos, pero la productividad mejorará. Prácticamente, la mitad de la población mundial sigue trabajando en el campo. Pero a mediados de siglo, los cambios tecnológicos en la producción de alimentos nos llevarán a un mundo sin agricultores. Igualmente, millones de trabajos se pierden en la industria. El sector servicios absorbía los excedentes de mano de obra de la agricultura y la industria. Pero también estos trabajadores están siendo sustituidos por tecnología, como los operadores telefónicos, empleados de banca, agentes de viajes o trabajadores del comercio. Doctores, abogados, arquitectos o científicos pueden realizar su trabajo con menos personal. Incluso la música y la literatura fluyen más fácilmente con ayuda de máquinas.

5. El precio del progreso. Los empleados de las industrias que pierden su empleo, cuando pueden volver al trabajo lo hacen a tiempo parcial, en el sector servicios y peor remunerados. Pero también miles de puestos de tipo medio han desaparecido, deteriorando la clase media. Sin embargo, unos pocos ejecutivos han obtenido pingües beneficios del nuevo sistema. Se crea así una sociedad polarizada, con una pequeña élite cosmopolita y gran cantidad de pobres. Las perspectivas de empleo han disminuido en todo el mundo. En el tercer mundo, la ventaja competitiva que tiene la mano de obra barata perderá peso con la introducción de la producción automatizada. El mayor desempleo provoca un aumento de la desesperación y, consecuentemente, de la violencia, haciendo del mundo un lugar más peligroso.

6. Las dos caras de la tecnología. La revolución tecnológica provocará más tiempo libre, y el mundo deberá decidir si ese tiempo libre será de ocio o de desempleo. En la revolución industrial del siglo XIX se pasó de 80 a 60 horas semanales de trabajo, y en la del siglo XX a 40. Lo lógico sería, en esta nueva revolución llegar a 30 o incluso a 20, con la consiguiente mejora en la calidad de vida de millones de personas. Pero si las ganancias en productividad se utilizan únicamente para remunerar a accionistas y directivos, si no se recorta la semana laboral, habrá más paro y menos poder adquisitivo de la clase trabajadora, lo que redundará en menos beneficios para las empresas y más disturbios a escala internacional.

7. El nacimiento de la era posmercado. El cambio de una economía basada en los materiales a otra basada en la información reduce la importancia de los estados-nación, que no pueden poner fronteras a las nuevas tecnologías. El gobierno y el mercado pierden importancia y el trabajador se queda desamparado. Surge aquí el tercer sector, el del voluntariado, al margen del estado y del mercado, que puede tener gran importancia en el tiempo libre y en la reconstrucción del sentimiento cívico. Estos grupos pueden ser los que desvíen las frustraciones de un creciente número de desempleados.