lunes, 24 de noviembre de 2014

Siete pueblos de la comarca de la Vera

Los días 22 y 23 de noviembre de 2014 me adentré en la comarca de la Vera, en Cáceres. Quiero compilar aquí mis impresiones y experiencias, por si a alguien le pudieran servir.

No voy a contar nada que no haya experimentado en primera persona. En otros sitios encontraréis si las iglesias son del gótico temprano o tardío, o el régimen pluviométrico de la comarca. Aquí sólo los sitios donde estuve y lo que me sucedió.

1. Jarandilla de la Vera. Elegimos como base de operaciones esté pueblo porque tenía oficina de turismo, y soy bastante aficionado a ellas. Te suelen explicar muy bien los sitios que hay que ver, con amabilidad y casi siempre gratis. Aquí, la oficina no está en la Plaza de la Constitución, como dice la web del ayuntamiento, sino en una caseta situada en la Avenida de Doña Soledad Vega Ortiz, junto al Parador Nacional. El sábado se encontraba cerrada porque el empleado estaba de vacaciones (parece que sólo hay uno, y cuando no está se cierra la oficina), pero mereció la pena esperar al domingo para hablar con él. Se trata de un tipo enjuto y de piel curtida, con alma de artista, que en cinco minutos nos dibujó, sobre un plano de la comarca, una casa típica de la zona, y nos señaló los puntos más importantes con abundancia de datos que fue apuntando en el plano (el tío escribía y dibujaba al revés, con el plano mirando hacia nosotros). Merece la pena charlar un rato con él.

En Jarandilla elegimos el Hostal "El descanso del Emperador", que está casi enfrente del parador. La noche en habitación doble costó 55 euros, con desayuno incluido. Está regentado por un matrimonio al que ayuda su hija los fines de semana. Son sumamente amables y se interesaron por nuestro itinerario, ofreciéndonos alternativas. Las habitaciones están remozadas hace poco tiempo y decoradas con gusto, utilizando muebles que imitan antigüedades, aunque la tele está tan alta que cuesta mirarla. El desayuno abundante (porras o tostadas), aunque sin zumo.

Paseando por Jarandilla entramos en el Parador. Se trata de un antiguo castillo, donde Carlos V pasó un tiempo mientras le preparaban sus aposentos en el monasterio de Yuste. Tiene unos jardines bien cuidados y puedes entrar a ver el patio de armas, que en sus paredes muestra tallados diversos blasones. En el bar tomamos algo, nos pusieron aceitunas de aperitivo y vimos que tenían un menú de 33 euros bastante apetecible.

En la misma Avenida de Soledad Vega Ortiz tomamos otro aperitivo en Casa Tarra, y también echamos de menos una tapa típica de la tierra, pues nos pusieron croquetas y muslitos de mar.

Un poco más allá está la tienda "Artesanía de Loli", regentada por la dueña del hostal donde nos hospedábamos. Allí puedes comprar productos veratos, como la morcilla de calabaza, las cañas, los mantecados o los bombones de higos. No aceptan tarjetas de crédito.

Es tonificante el paseo hasta la garganta Jaranda, a las afueras del pueblo, donde está el puente Parral, medieval, y unas piscinas naturales que en verano deben estar concurridas, aunque parece que el agua bajará fresquita. Al lado se encuentra el restaurante de la Abuela Polina, que tiene buena pinta.

Como todos estos pueblos, Jarandilla de la Vera conserva un núcleo urbano precioso, con construcciones típicas de la zona en piedra y madera. Se respira tranquilidad y sosiego paseando por ellas hasta la plaza. Después se puede pasar por la calle Altozano donde hay un restaurante que anuncia una cueva medieval en su interior, y subir hasta la ermita de Nuestra Señora de Sopetrán, que suele estar cerrada, aunque desde la puerta se puede echar una moneda para iluminar una vela eléctrica. Una beata que hizo esto tocó también algún resorte que iluminó el retablo donde está representada la virgen y pudimos contemplarla.

Por la noche el pueblo se sume en la oscuridad, por lo menos en estos días, y no apetece pasear por sus calles. Salimos a tomar un refrigerio a un bar en Av. Doña Soledad Vega Ortiz, 107 o 111 y volvimos a echar de menos una tapita decente (los panchitos no se estilan ya, señores).

2. Cuacos de Yuste. A pocos kilómetros de este pueblo se encuentra el monasterio jerónimo de Yuste, famoso porque en el pasó sus últimos días Carlos V. Te sablean por entrar (9 eurazos), para ver la iglesia y los aposentos del emperador. Aunque merece la pena ver la cama donde murió y desde donde podía asistir a misa diaria, pues se hizo construir una ventana en su habitación que daba al altar mayor de la iglesia. Por lo visto el tío dijo: "Me quiero retirar en Yuste, hacedme unos aposentos" y le hicieron una casa estupenda, con varios salones y balcones y muy acogedora.

En el pueblo, también con su casco urbano típico, comimos en el restaurante Abadía, que está en la misma carretera. Tienen un comedor grande pero calentito. Pedimos el menú degustación de 30 euros, que incluía un consomé (con una yema de huevo dentro), ensalada de pimientos y perdiz escabechada, migas con tocino y huevo frito, sorbete de limón, carrilleras estofadas y una torrija con helado, regado con un tinto de crianza. Todo muy rico y sin demasiadas florituras. Además nos regalaron un botecito de pimentón.

3. Guijo de Santa Bárbara. Situado a unos 9 km. de Jarandilla, subiendo hacia la montaña, es el pueblo que me pareció más bonito de todos los que vi. La carretera está rodeada de árboles, que en esta época del año tienen un colorido maravilloso, como toda la comarca. Es un pueblo muy bien conservado y sumamente tranquilo. Las vistas de todo el valle son espectaculares. Hay un centro de interpretación donde te explican la vida de las cabras que hay en el monte, pero no parecía estar abierto ese domingo. Coincidimos con la media maratón de Jarandilla, que subía desde este pueblo.

4. Jaraíz de la Vera. Es la capital de la comarca y por eso ha perdido muchas de las casas típicas, según nos explicó la chica de la Oficina de Turismo, que está en la estación de autobuses. También nos recomendó las iglesias y un palacio, pero pasamos de ellas y fuimos al museo del pimentón, que es gratis y abre todo los días. Merece la pena conocer cómo llegaron los pimientos a España y la elaboración de este ingrediente fundamental en la gastronomía de nuestro país. La plaza del pueblo y algunas calles típicas, como la calle del agua, conservan el aire de la comarca.

5. Pasarón de la Vera. Otro pueblo que rezuma historia y tranquilidad. Está catalogado, como casi todos los demás, como conjunto histórico-artístico. No estuvimos mucho tiempo en él. Nos metimos con el coche por sus callejas, coincidimos con un funeral y la gente nos miró raro. Tomamos algo en un bar grande que está en la carretera, que a la vez es administración de loterías, y del que no recuerdo el nombre, aunque podría ser Rosamar. La tapa: Albóndigas un poco sosas y patatas con ali-oli ricas.

6. Garganta La Olla. De los pueblos en los que estuvimos es el que parece estar mejor preparado para recibir al turista. Muchos restaurantes que anunciaban menús típicos a precios razonables, con el típico rin-ran (ensalada de tomate con pimentón), las migas, etc. La calle del chorrillo es la principal, y tiene tiendas en casas que datan de los siglos XVII y XVIII, como la casa de las muñecas, que llama la atención porque está pintada de azul, ya que, por lo visto, era un prostíbulo. Entramos en la taberna de las gemelas, donde el tabernero, un tío muy simpático, nos recomendó las croquetas de boletus que hacía él. Estaban deliciosas.

7. Candeleda. Este pueblo no forma parte estrictamente de la comarca de la Vera, ya que se encuentra en Ávila y en el valle del Tiétar. Pero tiene su propia feria del pimentón (que ya no abría el domingo por la tarde) en la plaza del Castillo (no vimos el castillo) y la arquitectura típica de toda la zona. En una de esas casas, que está situada en la plaza mayor y se llama "La casa de las flores" entramos a tomar un chocolate caliente. Esta casa está llena de macetas alrededor de su fachada, y además contiene un museo de juguetes antiguos. Su dueño es un joven encantador, llamado Enrique, y con el que puedes mantener una buena conversación. Él te recomendará los mejores sitios para dormir o comer en Candeleda y te cantará las delicias de su pueblo. Además, te ofrecerá una porra rellena con chocolate y nata, que debes probar, aunque no sea light, precisamente.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Siete libros para niños (que sepan leer)

Una de las mejores costumbres que se puede inculcar a un niño es la de la lectura. Y la mejor manera de hacerlo es con el ejemplo. Los niños suelen imitar a sus padres, y si los ven leer, también querrán probarlo. Es muy importante elegir bien las lecturas, entre las que no pueden faltar los clásicos universales. Un niño que ha leído desde pequeño puede adentrarse en lecturas de cierto nivel, aunque no hayan sido escritas específicamente para ellos, porque suelen tener más capacidad mental de la que los adultos les suponemos. A continuación relaciono algunas clásicos que me gustaron en la infancia o que leí ya mayor y considero adecuados para los jóvenes:

1. Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift (1726). Libro de aventuras, que no está escrito para los niños, puesto que, a la manera de Tomás Moro en Utopía, el autor lleva a su personaje de viaje a varias islas, donde comparará sus regímenes y sus costumbres con las de la Inglaterra de la época. Pero los jóvenes pueden apreciar este libro, pues contiene aventuras del género fantástico, que tanto les agradan, ya que Gulliver visita países de gigantes, de hombres muy pequeños o de caballos que razonan.

2. Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carrol (1865). Las aventuras de la niña Alicia en un mundo subterráneo sin pies ni cabeza, han pasado a formar parte de la iconografía de nuestra sociedad. Es imprescindible que todo niño lo lea, pues sus personajes secundarios han saltado de las páginas del libro y los puedes encontrar en cualquier lugar y en cualquier momento.

3. La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson (1883). El relato que creó la mayor parte de la imaginería pirata que ha llegado hasta nuestros días. Por ejemplo, la cruz que marca el tesoro aparece aquí por primera vez. Es a la vez una novela de aprendizaje, pues el protagonista evoluciona de la niñez a la edad adulta. La ambición es el tema central y el motor de los personajes, que están magníficamente dibujados. El más carismático y aterrador de ellos es Long John Silver, el típico pirata con pata de palo y loro en el hombro.

4. Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain (1885). Una de las novelas fundacionales de la literatura estadounidense, narra las aventuras del muchacho protagonista junto con su amigo, el esclavo Jim, viajando en una balsa por el río Misisipi. El sentido del humor y la sátira social son las características principales de la obra, que contrapone la alegría de vivir y la inocencia de la juventud con la mezquindad de la sociedad adulta.

5. Un mundo feliz, de Aldous Huxley (1932). Tampoco es una novela para niños, pero la descripción de este distópico mundo es muy atrayente para los jóvenes. A pesar de sus referencias al sexo, cualquier mayor de 12 años lo puede asimilar sin problemas, y le ayudará a iniciarse en la reflexión sobre ciertos temas filosóficos universales, como el individualismo, la felicidad o el deseo.

6. El principito, de Antoine de Saint-Exupery (1943). Todo el mundo sabe de qué va pero ninguno sabemos de qué va realmente. Todo él es una metáfora de la vida, o del amor, o de la guerra, o de la amistad. Se trata de una novela cortita que todos hemos leído, pero es importante que no se nos olvide dársela a nuestros hijos para que la lean también. Invita a reflexionar y es muy entretenida, aunque su filosofía es baratita y está algo desfasada en nuestros tiempos.

7. El señor de las moscas, de William Golding (1954). Interesantísima primera novela del premio Nobel británico, sobre un grupo de niños que deben sobrevivir en una isla desierta tras un accidente de aviación. No es nada complaciente, sino descarnada y dura, y plantea el paso de la infancia a la adolescencia, pero también el tema de la socialización de los individuos. Muchos la han visto como una metáfora de la sociedad humana global. En cualquier caso es apasionante, e invitará a la reflexión al joven que la lea.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

Llegaron las lluvias. Poema

Llegaron las lluvias
a la casa del padre;
inmorales, torrenciales,
cubrieron el sol de invierno.

La barba de las mazorcas
sobre el hombro del vecino,
arrimada a la cubierta
dejó el alba enardecida.

Las bombas y drones,
en la casa del padre,
torturan la madrugada
sin documentos escritos.

Errores con gran cerebro
firman cartas de peligro,
intimidan y amenazan,
liberando un gran casquillo.

Llovieron arañas
en la casa del padre,
tejiendo leyes que atrapan
a unas moscas ya cazadas.