lunes, 26 de agosto de 2019

Siete lugares de la costa cantábrica

El mes de julio de 2019 lo pasamos casi completo visitando diversos lugares de la costa cantábrica, en las comunidades de Asturias, Cantabria y el País Vasco. Algunos nos gustaron, como Ajo, otros nos decepcionaron, como Solares o Santoña, pueblo este último del que teníamos un recuerdo mucho más agradable, pero que encontramos muy abandonado. Sin embargo, ciertos lugares nos volvieron a conmover o nos conmovieron por primera vez. Aquí os dejo mis impresiones de siete de ellos, que nunca había comentado, ordenados de Oeste a Este. Como siempre, no contaré nada que no haya visto ni tocado en persona. Así que esto no puede considerarse una guía de viajes, sino los recuerdos de un visitante tranquilo.
1. Ribadesella. El pueblo turístico por excelencia de Asturias contiene la playa de Santa Marina, de fina arena y con un precioso paseo. Allí se encuentra el Hotel Don Pepe, tranquilo y bien atendido. Imprescindible en Ribadesella es visitar la cueva de Tito Bustillo, eso sí, reservando con unas semanas de antelación. El recorrido y las pinturas rupestres te dejan con la boca abierta. Conviene acercarse también a la cuevona. Te sorprenderá su tamaño y el entorno. Para tomar algo acompañado de un culín de sidra, la calle de los Marqueses de Argüelles, junto al mar, está llena de bares y restaurantes, aunque por las calles del pueblo se pueden descubrir muchos otros. Allí he tomado las mejores navajas del mundo. El paseo hasta la ermita de la Virgen de la Guía es muy recomendable y tiene la sorpresa de los azulejos dibujados por Mingote.
2. Comillas. Es este un pueblo costero que merecería sólo la pena visitar por la casa denominada "El Capricho", diseñada por Gaudí. Ya por fuera es espectacular, pero conviene seguir una visita guiada para que te expliquen bien su historia y el motivo de su originalísimo diseño. Es curioso saber que pertenece a una empresa privada japonesa cuyos dueños, parece ser que multimillonarios, gustan de vivir en Comillas y trabajar todo el año en la casa. El Palacio de Sobrellano palidece al lado de El Capricho, pero su visita también es interesante. Conviene pasear por el pueblo para disfrutar de sus edificios y acercarse al mirador de Santa Lucía, desde cuya ermita tendréis unas vistas magníficas de la playa. Comimos en el Restaurante Quique, al comienzo de la Calle Infantas, donde probamos el cocido montañés. A los restaurantes de estos sitios turísticos es mejor acudir a la una o una y media, porque todavía no tienen muchos clientes y la atención es bastante mejor que a las dos y media o las tres.
3. Liérganes. Considerado uno de los más bonitos de España, este pueblo cántabro destaca por su núcleo urbano declarado de interés histórico-artístico, donde se puede pasear con sosiego. Por supuesto hay que acercarse al molino donde te cuentan la leyenda del hombre pez, cuya estatua se encuentra debajo de uno de los puentes más fotografiados de la región, el puente romano sobre el río Miera.
4. Liendo-Ramales de la Victoria. Una pequeña ruta nos llevó a visitar en un día estos dos pueblos. Liendo se encuentra incrustado entre las montañas y el mar. Su valle se ve precioso desde los miradores circundantes y el pueblo es tranquilo y está bien conservado. Merece la pena acercarse al mirador de San Julián, desde donde verás la cala del mismo nombre y los acantilados más altos de la región. Ramales de la Victoria nos acogió con una tromba de agua, por lo que no pudimos pasear tranquilamente por sus calles, pero sí comprobamos que mantiene ese aire cantábrico de piedra tan relajante. Cerca del pueblo hay muchas cuevas, pero no pretendíamos ni acercarnos. Buscábamos el mejor restaurante y nos metimos en El Ronquillo. Pensábamos comer por todo lo alto. Pero como no íbamos vestidos de domingo sólo nos ofrecieron el menú, que no estaba mal. Sin embargo, al terminar de comer preguntamos y nos dijeron ¡Ah! ¿Queríais comer a la carta? Nos habían prejuzgado por ir en vaqueros. Ay, ay, ay.
5. Castro Urdiales. En este animado pueblo aparcamos el coche en la playa urbana de Brazomar, y desde allí anduvimos por todo el paseo marítimo, lleno de gente, bares y jardines, divisando la silueta del castillo y la iglesia, que se encuentran al otro lado del puerto. Llegamos hasta la plaza del ayuntamiento, donde comienza el barrio más antiguo de la villa. Hay un gran ambiente y parece un lugar para visitar con más detenimiento.
6. Getxo-Portugalete. A cada lado del Abra, estuario del río Nervión, ya convertido en ría de Bilbao, se encuentran estas dos poblaciones; Getxo más señorial, Portugalete más humilde. Empezamos visitando el Puerto Viejo de Getxo, con sus callejones empinados y sus bares. Después, andando por el paseo, junto a la playa de Arrigunaga, puedes ver una serie de preciosos palacetes mandados construir por los indianos, que volvían ricos de América. Llegarás al final al puente de Vizcaya, maravilla de la ingeniería, por el que cruzarás la ría hasta Portugalete. Allí también puedes pasear junto al agua hasta Santurce, o entrar en la preciosa oficina de turismo, instalada en una antigua estación de tren. Eso sí, hay que ir parando en los pocos sitios de pintxos que encontrarás por el paseo. En Getxo paramos en La Ola y en el restaurante El Puente; en Portugalete tomamos algo en el Puerto Deportivo, que tiene una estupenda terraza con magníficas vistas, y en el Gran Hotel Puente Colgante.
7. Bilbao. Es esta una ciudad más bonita de lo que me esperaba. Nada que ver con la Bilbao sucia de los años 70 y 80 del siglo XX. Es moderna y limpia, y encontraréis edificios de gran belleza en el centro de la ciudad. La visita al museo Guggenheim merece la pena, aunque sólo sea por la originalidad de su arquitectura. Por dentro, arte moderno. Por fuera, algunas esculturas icónicas, como el perrito o la araña. Después aparcamos el coche en el centro y cruzamos la ría para dirigirnos al Casco Viejo, donde probamos pintxos exquisitos en la Plaza Nueva. Allí entramos en Sorginzulo, en el Bar Charly y en el Café Bar Bilbao. Después paseamos por las siete calles para llegar al Mercado de la Ribera, donde sólo pudimos ya tomar algo en la cervecería Arambarri, porque íbamos llenísimos. Os puedo asegurar que los pintxos en Bilbao son de otro nivel.

jueves, 1 de agosto de 2019

Siete países que quisieron tener la bomba atómica

Hay grandes naciones que se sienten fuertes porque poseen armamento atómico. Hay otras naciones que en su día quisieron tener ese armamento o que siguen deseando tenerlo pero no lo han conseguido. Son los quiero y no puedo de los países. Vamos a recordar la manera en que cada una de ellas intentó conseguir la bomba atómica.

1. Alemania. Se llamó proyecto uranio al plan de los nazis para fabricar la bomba atómica. Al frente se colocó a Werner Heisenberg, que estudió como dividir (fisionar) átomos de uranio bombardeándolos con neutrones. Los científicos alemanes se afanaron en conseguir un explosivo a partir de esa fisión nuclear. Para obtenerlo fabricaban un elemento que era necesario, el agua pesada, en una factoría en Noruega. Un miembro de la resistencia noruega, Joachim Ronnenberg, se introdujo en la fábrica y la destruyó colocando cargas explosivas, lo que retrasó los planes de los nazis. La evolución de la guerra desfavorable para Alemania hizo el resto.

2. España. Hubo un intento en los años 47 y 48, que no duró mucho, de crear una bomba atómica con ayuda de científicos nazis e italianos (incluso se dice que Heisenberg y Otto Fritz estuvieron en España). Posteriormente se llamó Islero (como el toro que mató a Manolete) al proyecto de fabricación de armamento atómico español, que Franco inició en los años 60 pretendiendo ganar respeto internacional y disuadir a Marruecos de un posible ataque. Los restos de las bombas caídas en Palomares ayudaron en alguna medida a los científicos españoles para la fabricación de un artefacto propio. España siguió con su proyecto incluso tras la muerte del dictador. Pero las presiones del presidente Carter de Estados Unidos consiguieron que se abandonara la idea. En 1987, el gobierno socialista firmó el tratado de no proliferación de armas nucleares.

3. Argentina. En 1949, un tal Ritcher, de Alemania, convenció a Perón de que era capaz de construir una bomba de nitrógeno. El propio presidente se olvidó de los secretos de estado y quiso tirarse el pisto, dando una rueda de prensa en 1950, en la que aseguró que en dos años Argentina estaría en condiciones de fabricar la bomba. Se montó una enorme planta de agua pesada en el sur, pero pasó el tiempo y la cosa no funcionó, por lo que se abandonó el proyecto. Parece que Ritcher sabía algo de física nuclear, pero no tanto. Sin embargo, durante esos años el país se llenó de espías de todo el mundo, atentos a lo que pasaba.

4. Brasil. En 1974, el presidente brasileño Ernesto Geisel, que gobernó durante una etapa de la dictadura, temiendo que Argentina estuviera intentando fabricar armas atómicas, comunicó al Alto Comando de las Fuerzas Armadas la necesidad de desarrollar una tecnología para la utilización de la explosión nuclear para fines pacíficos (sic). José Sarney, el primer presidente democrático tras la dictadura, confesó que conoció en 1986 la existencia de un pozo cavado por las fuerzas armadas para probar una bomba nuclear. En 1988 este país firmó el tratado de no proliferación de armas nucleares.

5. Yugoslavia. El antiguo país balcánico tenía en 1979 el uranio y el conocimiento suficiente para fabricar su propia bomba atómica. Esa posibilidad dependía únicamente de la voluntad política. Pero Tito se encontraba ya delicado de salud y había dejado de desempeñar un papel destacado en la toma de decisiones del país. Muchos miembros de la clase dirigente ya veían el futuro de Yugoslavia dividido en otras repúblicas y por eso no se decidieron a dar el paso.

6. Irak. Desde la primera guerra del Golfo en 1990 hasta el comienzo de la segunda en 2003, numerosas informaciones en periódicos supuestamente prestigiosos "bombardeaban" a la población mundial con la posibilidad de que Sadam Husein estuviese fabricando la bomba atómica. Ya en 1991 la ONU ratificaba los avances de los iraquíes, aunque no se habían encontrado las instalaciones para el enriquecimiento de uranio. En 2002 se afirmaba que Bagdad estaba a unos meses de conseguir la bomba. Irak siempre lo negó y no se ha podido demostrar hasta la fecha. Sí es cierto que hacia 1980 Husein usó armas químicas contra los kurdos, pero en la década de los noventa fueron eliminadas bajo la supervisión de los inspectores de Naciones Unidas. Son las famosas armas de destrucción masiva que nunca se encontraron tras la invasión de 2003.

7. Venezuela. En 2008, según Wikileaks, Hugo Chávez tenía esperanzas de construir un reactor nuclear. En 2009, a raíz de que se encontraran nuevas reservas de petróleo y gas en Venezuela, la opinión internacional comenzó a afirmar que el país estaba intentando fabricar la bomba atómica. Su presidente lo negó y, tras el desastre de Fukushima, canceló el programa nuclear. Desde entonces, los líderes bolivarianos han resultado huesos duros de roer para las grandes corporaciones petrolíferas de Estados Unidos y Europa y para sus dirigentes políticos. Todavía no hemos visto la bomba atómica venezolana, pero si existe, seguro que va pintada de vivos colores.