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jueves, 23 de mayo de 2019

Siete políticos y sus casas

Aquellos políticos que se consideran cristianos deberían ser pobres, por lo que dijo Jesús de los camellos y las agujas. Por tanto, no deberían vivir en una casa grande ni tener personal a su servicio. Por otro lado, los político de izquierdas deberían intentar ser ricos y vivir en una casa grande y con criados, porque la teoría de Karl Marx se llamaba materialismo dialéctico.

Sin embargo, no sé por qué, en nuestra sociedad se tiene la percepción colectiva de que los políticos cristianos pueden ser ricos y los políticos de izquierdas no deberían serlo. Vamos a ver qué políticos cumplen la palabra de Jesús y quiénes siguen a Marx, mirando cuánto cuesta la casa en la que viven:

1. Pedro Sánchez. Del piso que el presidente del gobierno posee en la exclusiva urbanización Prado de Somosaguas de Pozuelo de Alarcón (Madrid) no ha trascendido a los medios de comunicación su tamaño. En todos los periódicos que he consultado se habla únicamente de un precio por metro cuadrado de alrededor de 2.700 €. Las viviendas en venta en esa urbanización van desde los 500.000 € para un piso de 120 metros cuadrados, tres habitaciones y dos baños hasta los 950.000 € para 300 metros cuadrados, cinco habitaciones y tres baños.

2. Pablo Casado. No se habla mucho en los medios de comunicación del piso en el que vive el líder del PP. Situado en el barrio de Salamanca, que es el más caro del centro de Madrid, parece ser, por algunas informaciones que no he podido contrastar, que tiene entre 150 y 200 metros cuadrados, además de encontrarse muy cerca del Parque del Retiro. En algunos medios se informa de que en 2009 pidió un préstamo hipotecario de 280.000 para el pago del mismo. Pero un piso así, ahora mismo, al precio de 5.500 euros el metro cuadrado de esa zona, cuesta entre 825.000 y 1.100.000 euros.

3. Albert Rivera, según las informaciones de "Maldito Bulo", vive de alquiler en una casa de 150 metros cuadrados en Pozuelo de Alarcón (Madrid), una de las poblaciones con mayor renta per cápita de España. La vivienda tiene un valor aproximado de un millón de euros y su alquiler se cifra entre 2.500 y 3.000 euros mensuales. Rivera es propietario de dos viviendas en Barcelona. Entre las dos sumarían un valor de cerca de 500.000 euros.

4. Pablo Iglesias. Si hay alguna casa famosa en España es la del líder de Podemos. Un chalet de 260 metros cuadrados, con tres dormitorios y una parcela de 2.300 metros cuadrados, situado en Galapagar, un pueblo a 35 kilómetros del centro de Madrid. Su precio, según los periódicos del año 2018, cuando la compró, se encuentra entre los 600.000 y los 660.000 euros.

5. Santiago Abascal, líder de Vox, fue desahuciado en 2014 tras perder su puesto en el Partido Popular, porque no pudo seguir pagando la hipoteca. Desde entonces reside, parece que de alquiler, en el barrio de Hortaleza, tradicionalmente obrero, pero que ha mejorado mucho en los últimos diez años gracias a la construcción de nuevos edificios.

6. Oriol Junqueras vive actualmente en la cárcel, pero su casa se encuentra en Sant Vicenç dels Horts, un municipio a las afueras de Barcelona. Ningún periódico serio habla de la casa del líder independentista, así que me tengo que fiar de lo que dicen algunos panfletos amarillistas. Según estos, se trata de un chalet de tres plantas. Por la descripción que hacen de la casa y el precio de la vivienda en la localidad, podemos hablar de alrededor de 650.000 euros.

7. Como propina, tras los seis partidos más votados en las elecciones generales de 2019, vamos a conocer cuáles y cuántas son las propiedades del anterior presidente del gobierno, Mariano Rajoy. La prensa le atribuye un piso de 97 metros cuadrados en Sanxenxo, otro de 109 en Pontevedra, una vivienda de 70 metros cuadrados en el Paseo de la Castellana de Madrid y un bungalow en la localidad canaria de Mogán. Pero donde vive don Mariano es en Aravaca, una buena zona a diez minutos del centro de Madrid, en un dúplex de 280 metros cuadrados valorado en 1.500.000 euros.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Siete nociones clave sobre el populismo

El populismo se define en el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, en su segunda acepción, como una tendencia política que pretende atraerse a las clases populares. También señala que esta acepción es más usada en sentido despectivo.

El término populista se lanza a la cara de muchos políticos para identificarlos con aquellos que hacen promesas fáciles de entender y que seducen a la gente menos culta. Pero los acusan también de que esas promesas no van a ser cumplidas, o porque el prometedor no querrá o porque no podrá hacerlo cuando llegue al poder. Se opone así el político populista al político serio que únicamente promete lo que tiene intención de cumplir.

Como el populismo está de moda, desde que Trump ganó las elecciones a la presidencia de los Estados Unidos, vamos a intentar ayudar a las discusiones con los cuñados, con siete claves fáciles de entender, pero lo más rigurosas posible.

1. El populismo no es malo per se. Es simplemente una forma de dirigirse al pueblo en la que se le dice que las élites (casta o establishment) que nos gobiernan son corruptas y egoístas. Es cierto que nos gobiernan las élites. No hay más que indagar un poquito en el árbol genealógico de los que mandan en la política y en la economía de la mayoría de los países. Y también es cierto que las élites, casi por definición, son corruptas y egoístas e ignoran al pueblo. Hay quien dice que si sustituimos esas élites por gente salida del pueblo se convertirán en élites y se volverán corruptas y egoístas. Pero me gustaría verlo, porque en España hace mucho que no pasa.

2. Populismo y élites económicas. Las corporaciones y las élites económicas tienden a ser las más afectadas por las políticas que los populistas pretenden implementar. Por eso están en contra de estos líderes que dicen defender al pueblo. Un pobre va a seguir siendo pobre gobierne quien gobierne. Pero los ricos, que lo son porque dan más importancia al dinero que los pobres, lucharán hasta el último céntimo por las fortunas que les quieren "nacionalizar". Las élites económicas mundiales reman siempre en la misma dirección, la de la globalización del mercado de capitales. Muchos políticos populistas hablan en contra de la globalización, porque se apoyan en una creencia supersticiosa que surge del miedo del inculto a lo desconocido; la de que más fronteras y más aranceles protegerán a los pobres de un país frente a los pobres de fuera que quieren arrebatarles lo poco que tienen.

3. Populismo de derechas y populismo de izquierdas. Imaginemos un partido populista, es decir, una formación que lleva en su discurso la confrontación entre un pueblo virtuoso y unas élites corruptas. Si consigue llegar al poder debe dejar de destruir para construir. Tanto si es de derechas como de izquierdas ha conseguido el voto de los perdedores de la crisis y de los que se oponen al establishment. Pero un partido populista de derechas llenará sus políticas de gobierno con lo que piensan aquellos que temen perder su identidad nacional por la globalización, y fomentará la confrontación con el extranjero. Sin embargo, el populista de izquierdas abrirá los brazos al extranjero, pues no está imbuido de sentimientos nacionalistas. Por eso sus programas socioeconómicos son radicalmente distintos. El derechista baja impuestos para que cada uno se busque la vida sin ayuda del Estado, pero no permite entrar en el sistema a los que no son nacionales, para evitar la competencia por el trabajo con las clases bajas del país. El izquierdista sube los impuestos para que el Estado se preocupe de cuidar de sus nacionales, pero también de aquellos que quieran trabajar en la construcción de la nación.

4. Populismo y demagogia. Muchas veces se confunden ambos términos. El populista suele demostrar su aversión a las élites económicas e intelectuales pero, como he señalado antes, no tiene por qué mentir en sus intenciones. El demagogo utiliza promesas falaces que sabe que no va a cumplir, pero que atraen el pueblo, y lo hace con la intención de conseguir sus propios intereses, que pueden tener poco que ver con lo que dice. El demagogo es un mentiroso por definición, el populista no tiene por qué serlo. Claro, se puede ser populista y demagogo a la vez, y esto sucede a menudo.

5. Populismo desde dentro del sistema. Los populistas no quieren ser vistos como políticos profesionales. Sin embargo, ya hace tiempo que los políticos profesionales han caído en el populismo. Como dije arriba, y siempre según mi opinión, el populismo no es malo en principio. Pero no me negarán que cuando Aznar repetía una y otra vez: "España va bien", estaba siendo populista. Una frase sencilla y que entiende hasta el más inculto, pero completamente vacía de contenido. Pero no es el único político que ha usado el populismo. Zapatero decía que iba a conseguir el pleno empleo en España. Felipe González aseguraba: "OTAN, de entrada, no". Y ya no hablemos de los llamamientos a la unidad de España. Si eso no es populismo, que baje Montesquieu y lo vea.

6. Lo contrario del populismo. Pues bien, si el populismo fuera malo, lo opuesto al populismo sería bueno. Es decir, no intentar atraer al pueblo sería bueno. Pero ¿qué político no quiere atraer al pueblo? Cuando Rajoy dice que van a subir el IVA de "los chuches", ¿está siendo populista?. El político que no es populista no intenta atraer al pueblo con arengas vacías de contenido, del estilo: "para acabar con el paro, crearemos empleo", sino que argumenta con datos cómo va a crear empleo. Pero hay una enorme cantidad de gente que, por falta de formación, no puede seguir más de dos minutos el discurso de un tipo hablando de relaciones laborales y economía. Un pueblo poco educado será presa fácil de los discursos populistas.

7. Populismo y medios de comunicación modernos. El discurso populista se antoja necesario en los tiempos que corren. Nos hemos acostumbrado a entender la realidad en titulares. Casi nadie se va a parar a leer una noticia que ocupe más de quinientas palabras. En la televisión se debe resumir en un minuto el discurso de un orador en el Congreso. Por eso el discurso debe estar orientado a que se puedan extraer de él algunas frases contundentes, debe ser chisposo y contener algún "zasca" al contrario. Y las frases contundentes son populismo, porque el populismo no es una tendencia política, sino una forma de dirigirse a las masas. Por eso, si queréis escuchar un discurso que no sea populista, que diga cosas, remontaos a Antonio Maura, Emilio Castelar, Indalecio Prieto, Manuel Azaña o Adolfo Suárez.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Yo le "hubiera" llamado Josep Lluis

Ayer observé atónito como unos ciudadanos españoles se empeñaban en llamar José Luis a un hombre bajito que se llama Josep Lluis. Si este señor midiera 2,15 y se llamara Pau no se empeñarían en llamarle Pablo, o si jugara en la selección española de fútbol y se llamara Xavi, no le llamarían Javier.

Un chascarrillo entre mis amigos era llamar a Mike Oldfield, Miguel Campoviejo, o a Jimmy Page y Robert Plant, Jaime Página y Roberto Planta, pero no creo que a ellos les hiciera gracia que les cambiasen el nombre en cada país que visitasen.
Pero es que este hombre bajito cae bastante mal en el resto de España, porque parece siempre cabreado. A pesar de que estoy de acuerdo en la mayoría de sus planteamientos, dan ganas de llevarle la contraria. Nada que ver con Durán i Lleida, elegante como de costumbre.
En mi condición de castellano-leonés-manchego-madrileño, siempre he sentido admiración y envidia por los catalanes, gente buena, preparada. Y creo que esa envida se puede convertir en odio cuando se muestran arrogantes.

De todas maneras, cualquier forma de nacionalismo, independentismo, regionalismo, me parece provinciana. En un mundo global en el que la preocupación matutina de más de la mitad de las personas del planeta es encontrar algo para comer ese día, discusiones bizantinas sobre catalanismo, españolismo, vasquismo, regionalismo, son un poquito paletas. Parecen hechas para señora con abrigo de visón y collar de perlas, no para gente moderna y concienciada, como quieren parecer todos los que discuten esas ideas de sus "naciones". Con su pan se lo coman.

Y hablando de vasquismo, el líder de la oposición, habló ayer de lo que le "hubiera" dicho al lehendakari. No sé si el idioma natal del señor Rajoy es el castellano o el gallego, pero si aspira a presidir el gobierno de España, debería hablar con propiedad.

En el País Vasco es costumbre cambiar el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo (hubiera amado, por ejemplo), por el condicional compuesto (habría amado). No sé si como forma de oposición frontal al plan Ibarretxe, o simplemente por desconocimiento, el señor Rajoy cae justamente en el error contrario. Y lo raro es que nadie se ha escandalizado. Nos empieza a parecer normal que se hable mal el idioma de Cervantes.

Si para los extranjeros, el estudio de las formas verbales del español es una de las partes más complicadas del aprendizaje del idioma, no se lo pongamos más difícil confundiéndonos nosotros también.