Mostrando entradas con la etiqueta androides. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta androides. Mostrar todas las entradas

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Siete nociones clave sobre los robots y el futuro

La robótica es la ciencia que construye máquinas dotadas de inteligencia capaces de sustituir en algunas tareas al ser humano. Dentro de no mucho tiempo los robots formarán parte del paisaje cotidiano de nuestra sociedad. Ya están aquí, pero no todos son androides, es decir, no todos tienen esa silueta antropomórfica en la que muchas veces pensamos al oír la palabra robot. Vamos a intentar aprender un poquito más sobre ellos y su posible y futura aportación a la vida de los humanos.

1. Las tres leyes de la robótica. Aunque proceden de la literatura, pues aparecieron por primera vez en un cuento de Isaac Asimov, están muy bien pensadas:
1ª Ley. Un robot no hará daño a un ser humano o, por inacción, permitirá que un ser humano sufra daño.
2ª Ley. Un robot debe hacer o realizar las órdenes dadas por los seres humanos, excepto si estas órdenes entrasen en conflicto con la 1ª Ley.
3ª Ley. Un robot debe proteger su propia existencia en la medida en que esta protección no entre en conflicto con la 1ª o la 2ª Ley.
Fueron ideadas para luchar contra el complejo de Frankenstein, es decir, el miedo a que la criatura, en este caso la máquina, se rebele contra su creador. Implantadas en el electrónico cerebro de un robot, lo obligarán a autodestruirse antes de hacer daño al hombre. Como corolario de las leyes de la robótica se creó la ley cero: un robot no hará daño a la humanidad o, por inacción, permitirá que la humanidad sufra daño. Se traspasa así a las máquinas la duda moral que siempre han tenido los hombres sobre si es lícito producir un mal menor para evitar un mal mayor. Pensad por un momento en que los coches autónomos son robots y podrían decidir, por ejemplo, salirse de la carretera para evitar un choque. Pero ¿es posible aplicarlas en la realidad? ¿no es un poco tonto pensar que se puede implantar un sistema de pensamiento tan complejo en cualquier máquina?

2. Los robots en la vida cotidiana. No hace falta ir al futuro para ver robots trabajando en las grandes fábricas, realizando operaciones quirúrgicas o desactivando bombas. Pero en el hogar han empezado a hacer sus pinitos limpiando la casa y pronto cuidarán niños o ancianos, lo que ya hacen en algunas guarderías y residencias en Japón. La película "Un amigo para Frank" (Robot & Frank) plantea algunos de los problemas que este tipo de cuidadores puede causar.

3. Robots contra humanos por un puesto de trabajo. Un robot industrial puede hacer el trabajo de cuatro humanos. Pero la inteligencia artificial puede sustituir también a un abogado, a un contable, a un agricultor o a un policía. Los robots se apropiarán en pocos años de la mitad de los puestos de trabajo que actualmente ocupan personas. Pero no se puede poner freno al progreso. Mis amigos están hartos de oírme contar que, cuando inventaron la rueda, los cuatro tíos que llevaban en palanquín al jefe de la tribu se quejaron porque perdían su trabajo. En 1812, un grupo de trabajadores incendió en Notttingham sesenta máquinas de tejer medias. No me imagino a los taxistas volcando coches autónomos sin conductor porque les quitan el trabajo. Hace no mucho más de cien años la gente trabajaba dieciséis horas y no libraba los fines de semana. Con el nuevo incremento de la productividad es necesario volver a reducir las jornadas de trabajo para distribuir la riqueza que la robótica generará, pues hace ya cincuenta años que no se tocan las cuarenta horas semanales. Y hay que ir pensando en la renta mínima garantizada.

4. Uno de las consecuencias negativas de la implantación de robots puede ser la polarización de la sociedad, es decir, su división entre una minoría bien pagada y segura y una mayoría insegura y con dificultades para sobrevivir. Las personas poco cualificadas que pierdan su trabajo a manos de los robots tendrán muchas dificultades para adaptar sus capacidades a las exigencias de los nuevos empleos tecnológicos, por lo que se encontrarán sin trabajo y sin posibilidad de conseguirlo. Entre las clases trabajadoras esta situación provocará, además de pobreza, estrés y depresión. Por eso, mientras los ingresos de los humanos dependan del empleo remunerado, la robotización podría acarrear conflictos sociales.

5. Sin embargo, la robotización puede tener consecuencias positivas, guiando al hombre hacia una sociedad más integrada. Los gobiernos podrán tomar decisiones para la redistribución de la riqueza, proporcionando formación para aquellos que pierdan su trabajo, instruyéndolos, por ejemplo, en las nuevas tecnologías ligadas a la robótica. Como no se necesitará tanta mano de obra, se podrá alcanzar una sociedad del ocio en la que casi todos consigamos una vida como la que tenía la clase noble ateniense en la Grecia antigua. Y llegará un momento en que los robots convivirán con nosotros, y puede que alcancen a tener los mismos derechos que los humanos de carne y hueso.

6. En diversos foros ya se están planteando cuáles deben ser los derechos de los robots. Las personas electrónicas, desde el momento en que tengan conciencia de sí mismas, van a sufrir. Por eso deben tener derechos (y obligaciones) como las personas orgánicas. Inmediatamente te asaltan preguntas: ¿Cuándo se convierte una máquina en alguien? Una aspiradora, un brazo robótico, un coche autónomo, ¿no pueden ser personas porque no parecen personas? ¿Llegarán los robots a ser libres o siempre tendrán un dueño? ¿Lucharán por su libertad? Hay quien propugna que se prohíba instalar emociones en los robots, y así el problema ni se llegará a plantear. Repasad Blade Runner y la serie de televisión sueca Real Humans.

7. Los cíborgs son criaturas que han sido modificadas con dispositivos electrónicos. Entonces, toda persona que porte un dispositivo de este tipo (como un brazo mecánico o un marcapasos) es un cíborg. Bueno, todos somos un poco cíborgs, porque llevamos un dispositivo electrónico (muchas veces conectado a nuestro oído) que nos permite almacenar información y compartirla con el mundo. Pero la idea primigenia para crear los ciborgs era conseguir humanos mejorados que pudieran sobrevivir en el espacio. En el futuro, muchas enfermedades se solucionarán con implantes, pero puede que se intente también conseguir superhombres. La duda es ¿Cuándo un cíborg deja de ser humano? ¿Al modificarle el cerebro? Entonces, una persona que se ha colocado un implante en el cerebro para poder hacer cálculos más deprisa ¿Es humano?. ¿Y si a un robot le implantamos un órgano vivo cultivado o trasplantado desde un humano ? ¡Ay! Ética y ciencia. Parecen conceptos incompatibles.

martes, 12 de septiembre de 2017

El androide

El androide no contestó.

Ya está. Así debería haber terminado el cuento. Es corto, eficaz y deja a la imaginación del lector lo suficiente para que emplee un par de minutos en imaginar la escena. Y seguramente en la cabeza de los lectores se representaría algo mucho más interesante y misterioso que lo que pasó en realidad con los putos androides.

Pero, ya veis, alguien me dice muchas veces que tengo una enfermedad que no me permite dejar las cosas a medias. La misma que tenía su santidad Sheldon Cooper, que en gloria esté. Por eso, y por mi obsesión por la "accuracy", no tengo más remedio que terminar de contar los tres episodios con androides que he sufrido en el último mes, no sea que alguien lo tergiverse todo después:

1) El androide no contestó. La pregunta era sencilla: ¿Qué me pasa, doctor? Con esa manía mía de llamar doctor a cualquier cosa que lleve una bata blanca. Porque el androide era una cosa. Es verdad que de cintura para arriba parecía una persona. Pero su medio cuerpo estaba colocado sobre un gordo cilindro de unos cincuenta centímetros de grosor que, a su vez, reposaba sobre un eje horizontal. Este, que brotaba de uno de los rincones del cuarto, podía mover al robot por toda la sala con rapidez y eficacia.

La cara que puso el "doctor" antes de darme la mala noticia era un poema. Pero un poema en pareados surgido de la inspiración de un niño de seis años. Los ojos le seguían brillando como si estuvieran contento, con las cejas arqueadas ridículamente. Sólo la boca intentaba parecer triste, pero a mí me resultó irónica cuando pronunció la palabra maldita.

2) El androide no contestó. Aunque tampoco sabía yo si tenía boca, altavoz o algún mecanismo para interrelacionarse con los humanos. Y lo de llamarlo androide era una convención. Porque, en este caso, debería llamarse pulpoide o algo así. Se trataba de un robot de reluciente metal, que consistía en una barra cilíndrica vertical de unos tres metros de alto y cincuenta centímetros de grosor, terminada en una punta ovoide en su extremo superior, y coronada con una graciosa gorra de policía antiguo. De la parte inferior de la barra surgían ocho tentáculos articulados que se movían con aparente anarquía, pero que, en menos de quince segundos, habían instalado cepos en las cuatro esquinas de mí vehículo. Esta vez la multa iba a ser gorda. No se puede bloquear la entrada de ambulancias de un centro de salud.

3) El androide no contestó. Por mucho que se parezcan a un ser humano, no conviene obligarlos a meterse en la bañera. Les salen chispitas.